lunes, 8 de julio de 2019

La Maestra Hipólita Cárdenas de Soldevilla




Las vivencias de la infancia marcan  nuestro futuro. En los primeros años de la vida se ordenan los cimientos madurativos y neurológicos de los seres humanos. En esta etapa son decisivas las influencias educativas. Los maestros tienen un gran poder. Los niños asimilan todo lo que experimentan y van percibiendo quien los quiere o no.
De la vida escolar, del nivel de Educación Inicial, recordamos con mucho cariño a la maestra Hipólita Cárdenas de Soldevilla. Una maestra que actuaba con sabiduría, buen tino y mucho sentido común. Entendía al detalle a  cada uno de sus estudiantes.  Además de conocer a nuestros padres, saber dónde y con quien vivíamos, identificaba con facilidad a los niños tímidos, creativos, desordenados, agresivos, espontáneos o carismáticos. Y, de acuerdo a la personalidad  los iba agrupando para que socialicen con sus compañeros.
La “señorita Hipola”, como todos la conocían, egresó de la primera promoción de la Escuela Normal de Mujeres de Huancavelica. Inició su desempeño profesional en el Centro Poblado de Huajintay, cuyos pobladores destacan por su hospitalidad;   luego,  en Huachos, capital del distrito. Huachos es un pueblo andino de paisajes multicolores  y espacios productivos; calles angostas, rodeado de cerros inmensos; casas de paredes blancas desteñidas con techo de calamina o teja; dos pinos en el atrio de su templo católico testimonian las vivencias de sus pobladores.
El entorno familiar de Hipólita Cárdenas es de maestros. Su esposo, hermanas, hijas, sobrinos y parientes son educadores. Inspiró la vocación por el magisterio. Hija menor de don Maximiliano Cárdenas Dávalos y Eduviges Gutiérrez Reynoso.
Con ella aprendimos las vocales, las rondas infantiles y  el respeto al amigo y los mayores. Un colorido mundo que divertía mientras aprendíamos. El local del Jardín de Infancia, conocido hoy como nivel Inicial, era una sala amplia, alquilada, con paredes empapeladas, piso de ladrillo y techo de calamina,  puerta celeste de dos hojas y ventanas con rejas. Quedaba en La Pampa, un inmenso terreno rústico, rodeado de casas  con techo de teja a dos aguas, que era muy bien utilizado para corretear o disfrutar el juego de rapidez y astucia: ¿Al gato o al ratón?
Temprano, ganándole al frío, peleando con el sueño y peinados a la carrera, llegábamos al Jardín. La Señorita Hipola nos recibía con alegría maternal, y de vez en cuando una frase irónica: ¡Gachahuya! (cara sucia). Preocupada por la higiene y limpieza de los niños terminaba lavándonos la cara y mojando el cabello en un lavatorio de porcelana blanca, con la misma porción de agua traída desde un manantial, para finalmente peinar a todos  con el único  peine de aula,  pero con arte y mucha paciencia, que las niñas terminaban con trenzas elegantes y cintillo de color.
  Hipólita Cárdenas de Soldevilla era una maestra que además de enseñar, entretenía, generaba confianza, activaba los imanes de la curiosidad. No teníamos crayolas, masillas y papelotes, pero creábamos mundos y nos inspirábamos con arcilla, palitos, chapas y hojas de yerbas silvestres. Campeones construyendo puentes, casas y caminos. Qué felices éramos en el Jardín empujando o jalando pequeños troncos, imaginando que eran inmensos camiones.
Las mañanas de la vida escolar en el Jardín de infancia eran de canciones garabatos y juegos con César Flores Cárdenas, Miriam Suárez Soldevilla, Maruja del Río Maizondo, Perico Inga Cárdenas, Jádiz Gálvez Peña, Félix Soldevilla Cárdenas y Mirna Dávalos Peña
También fueron compañeritos de aquella bella época: Hermelinda Cárdenas Vilca, Hernán Huayamares Medina, William Díaz Velazco, Wílder Arellano Suárez y Rocío Mendoza Patiño.
Jugando, aprendiendo y compartiendo, bajo la atenta mirada de la maestra, estamos con Alcides Guevara Vásquez, Maximiliana Velazco Choque, María Patiño Peralta, Santiago Rojas Cárdenas, Rony del Río Altamirano y Marcial Ascona Cárdenas.
Haciendo memoria de la maestra del Jardín de Infancia en Huachos, recuerdo una mañana de invierno que me hice el dormido para no ir a clases. Hacía tanto frío que envolví mi flojera y pesadez  con las frazadas más de la cuenta. Ante la insistencia de mis padres para levantarme argumenté sentirme afiebrado. Un mate de saúco y limón trató de calmar la temperatura del dormilón. Estaba volviendo a coger sueño cuando escucho a la distancia que un coro de niños entonaba: “Cúcú cantaba la rana/ Cúcú debajo del agua…”
Se iban acercando por la cuadra donde vivía. Voces conocidas cantaban: “Tengo una vaca lechera, / no es una vaca cualquiera…”. Voces dulces y tiernas. Ya estaban con “Los pollitos dicen/ pío, pío, pío/ cuando tienen hambre/cuando tienen frío…”. De un salto me levanté, salí al balcón del segundo piso y observé a todos los compañeritos de aula, alineados frente a mi casa, con la maestra Hipólita Cárdenas adelante elevando el tono de voz. ¡Santo remedio!, nunca más falté a clases. Y re-tornamos cantando siempre: “Muy buen día, su señoría / Mantantiru-Liru-Lá!”, que nosotros pronunciábamos: Matatiru-tiru-la.
Hipólita Cárdenas de Soldevilla fue una destacada profesora. Una maestra responsable, preocupada, compasiva y cautivadora. Su aula era un aprendizaje permanente. Toda una vida cumpliendo la misión más alta y honrosa que la sociedad encarga a un ciudadano. Una vida de vocación y amor dedicada a orientar y mejorar la forma de vida de varias generaciones. Luego de su jubilación radica en Lima, con esporádicas temporadas en Chincha, y algunas visitas a Huachos, el encantador pueblo andino de nuestros orígenes.
Siempre resalté el profesionalismo y amor por los niños de la maestra Hipólita Cárdenas de Soldevilla, también, tengo guardado en el corazón mi eterno agradecimiento a ella porque además de ser una gran mujer, una querida tía, fue protectora y confidente de las penas, ilusiones  y alegrías de Olga Saldaña Cárdenas, mi madre.
Ferrer Maizondo Saldaña
Julio, 2019.

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