Por: Ed. Dr.
Claudia Viveros Lorenzo
El feminismo, como todo
movimiento social que busca transformar las estructuras de poder, ha
evolucionado con distintas estrategias de lucha. Una de las más polémicas es la
iconoclasia, entendida como la destrucción o intervención de símbolos y
monumentos que representan figuras históricas, muchas veces vinculadas a la
opresión patriarcal. Pero, ¿es realmente un acto de vandalismo o una forma
legítima de protesta?
Es La Iconoclasia en el
Feminismo, un acto de rebeldía o una necesidad histórica? La iconoclasia es una
respuesta a la opresión histórica. A lo largo de la historia, la iconoclasia ha
sido una herramienta política y social. Desde la Revolución Francesa hasta la
caída de regímenes totalitarios, los monumentos han sido derribados como una
forma de ruptura con un pasado de injusticia. En el caso del feminismo, esta
acción se ha dirigido contra estatuas y símbolos que glorifican a figuras
masculinas que perpetuaron la desigualdad y la violencia de género.
El ejemplo más emblemático
en México son las intervenciones en el Ángel de la Independencia durante
marchas feministas. Lo que para algunos es un acto de destrucción, para otros
es una forma de reescribir la historia y visibilizar las deudas pendientes con
las mujeres. Rayar un monumento con nombres de víctimas de feminicidio es un
recordatorio de que la justicia no ha llegado para muchas de ellas.
Más allá de la
indignación: hay que entender el fondo del problema. Las críticas a la
iconoclasia feminista suelen centrarse en el daño al patrimonio, pero pocas
veces se habla de la indignación que lleva a estas acciones. La violencia de
género en México ha alcanzado niveles alarmantes, con un promedio de 10
feminicidios al día. Frente a un Estado que no responde con acciones efectivas,
la protesta se radicaliza y la iconoclasia se convierte en una forma de
resistencia.
¿Es más grave pintar un
monumento que permitir la impunidad de los agresores? ¿Por qué la molestia
hacia las pintas es mayor que la indignación por los feminicidios? Estas
preguntas deberían ser el verdadero debate.
Lejos de ser un acto
irracional, la iconoclasia feminista busca transformar el significado de los
espacios públicos. La Glorieta de Colón en la Ciudad de México es un claro
ejemplo de esto: en 2021, la estatua del navegante fue retirada y el espacio
fue renombrado como la "Glorieta de las Mujeres que Luchan", un sitio
donde se honra a activistas y víctimas de violencia de género.
Este tipo de
intervenciones demuestran que la lucha feminista no busca destruir por
destruir, sino cuestionar qué símbolos representan realmente los valores de una
sociedad que se dice democrática y equitativa.
Entender la iconoclasia
como parte del feminismo implica ir más allá de la superficie y analizar el
contexto que la origina. No es solo una cuestión de grafitis o estatuas caídas,
sino de un sistema que sigue perpetuando desigualdades y violencias.
Si queremos evitar que las
calles sigan siendo lienzos de protesta, el cambio debe empezar en las
estructuras de poder. La verdadera solución no está en limpiar paredes, sino en
garantizar justicia, igualdad y seguridad para todas las mujeres.
En pleno siglo XXI, aún
persiste un miedo irracional hacia la palabra feminismo. A pesar de que el
movimiento ha logrado avances indiscutibles en derechos civiles, laborales y
políticos, muchas personas siguen evitando identificarse como feministas,
temiendo ser señaladas, ridiculizadas o, en el peor de los casos, atacadas.
Pero, ¿qué es realmente el feminismo y por qué genera tanto temor?
El feminismo no es lo que
te han dicho. El feminismo no es odio a los hombres. Tampoco es un club
exclusivo de mujeres que buscan "privilegios" sobre los demás. Es un
movimiento que lucha por la igualdad de derechos y oportunidades entre hombres
y mujeres, desafiando estructuras históricas de desigualdad que afectan a toda
la sociedad.
Si hoy las mujeres pueden
votar, acceder a la educación superior y ocupar cargos públicos, es gracias a
la lucha feminista. Si los hombres pueden ser más abiertos emocionalmente sin
ser considerados "débiles", también es porque el feminismo ha
cuestionado los roles de género impuestos por el patriarcado.
Sin embargo, la
desinformación y los discursos reaccionarios han hecho que muchas personas vean
al feminismo como una amenaza, en lugar de reconocerlo como una herramienta de
transformación social.
El miedo se ha utilizado
siempre como herramienta de control ¿Por qué hay tanto rechazo a la palabra
"feminista"? La respuesta es simple: porque desafía el status quo. A
lo largo de la historia, los movimientos que han buscado cambios estructurales
siempre han sido demonizados. Ocurrió con el sufragismo, con la lucha por los
derechos civiles y con cualquier causa que ha intentado romper esquemas de
opresión.
El miedo al feminismo no
es accidental; ha sido una estrategia deliberada para deslegitimarlo. Desde los
medios de comunicación hasta los discursos políticos, se ha creado la imagen de
un movimiento radical, violento y excluyente. Pero la realidad es otra: el
feminismo es diverso, está en constante evolución y busca construir un mundo
más justo para todas las personas.
No es necesario encabezar
una marcha ni gritar consignas para ser feminista. Basta con reconocer que la
desigualdad de género existe y que debemos hacer algo para erradicarla. Si
crees que las mujeres merecen ganar lo mismo que los hombres por el mismo
trabajo, que tienen derecho a vivir sin miedo a la violencia y que las tareas
del hogar deben ser compartidas, entonces ya compartes los principios básicos
del feminismo.
No tener miedo a llamarnos
feministas es un acto de honestidad con nuestras propias creencias. Es
reconocer que la lucha por la equidad no es una amenaza, sino una oportunidad
para construir una sociedad más justa y libre de estereotipos.
El feminismo no es una
mala palabra. Es un movimiento que ha cambiado el mundo y que sigue siendo
necesario. La verdadera pregunta no es si debemos temerle, sino si estamos
dispuestos a entenderlo y sumarnos a la causa.
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