Por: Juan Manuel Medina
Cañas
Paradisiaco lugar de los
extramuros de la ciudad de Chincha Alta de otrora, fue un verdadero bosque de
añosos huarangos, exuberante vegetación y asiento de invalorables restos
arqueológicos.
Antiguamente a esta zona
se le conocía con diferentes nombres, tales como “Los Manantiales de Hijaya”,
por cuanto los aguadores o aguateros de antaño provistos con sus bestias de
cargas y sus respectivas pipas de cedro acudían a estos "ojos de
agua" (manantiales) para agenciarse del líquido elemento y venderlo a los
moradores chinchaltinos, al precio de un real (diez centavos) o una peseta
(veinte centavos) por el importe de dos envases.
Asimismo tuvo el nombre de
"La Pampa de los Condorillos", por la presencia de especie de aves de
rapiñas muy parecidas al cóndor que bajaban de la sierra a merodear los
corrales de los humildes campesinos, en busca de su alimento preferido: las
aves de corral.
Por último fue llamado
"El Cerro del Jabón", porque muchas amas de casa visitaban este
sector, para llevarse trozos de una masa oleaginosa semejante al jabón casero,
que les servían para el lavado de las ropas y
la limpieza de los utensilios de cocina.
Por sus alrededores se
apreciaban fecundos platanales, parrales, maizales, pepinales con sus
descomunales frutos, así como la apetecible frutilla llamada palillo y que
hablar de la gran cantidad de pájaros de vistosos colores como el chirote, el
canario, el jilguero, el chiclin, el cuccho, el gorrión, la tórtola, la paloma
kukulí, así como los gigantescos camarones llamados "chimbos" de las
acequias cercanas.
Tuve la suerte de conocer
este sitio, cuando aún no había sido invadido por los ganaderos chavineros, ya
que por aquel entonces era refugio de ágiles zorros y colosales gallinazos
denominados "machulas".
Sobre este pintoresco
paraje se habían tejido una serie de fabulosas exégesis, pues unos expresaban
que en ciertas épocas del año, se escuchaba el discurrir de agua por debajo de
la tierra, como si se tratara de un río subterráneo; más otros manifestaban que
habían visto el fluir por los cerros un líquido lechoso al cual llamaban
azogue.
Pero lo que más llamaba la
atención, era la existencia de socabones oblicuos similar a una alcoba, ya que
en su lecho había totoras carcomidas por el tiempo; a sus costados inmensos
basurales de conchuelas de mejillones y más allá numerosas tumbas milenarias.
Sobre el particular se ha
llegado a pensar si en el multicitado lugar existió cuantiosa agua dulce,
diversos árboles frutales y copiosas raíces alimenticias se pregunta: ¿Acaso en
este emplazamiento estuvo habitado por los enigmáticos pigmeos de la región,
antes de la llegada de los aguerridos Chinchas con su valiosa cultura.
Aún no se llega a
comprender por qué desaparecieron las plantaciones de huarangos y gran parte de
esta zona, tal vez sea por ganar más terrenos de cultivo.
Ante tales hechos, la
culpa de todo esto la tienen las autoridades pertinentes que no supieron
aquilatar este patrimonio cultural, sobre todo estos admirables vestigios; para
que previas investigaciones de connotados historiadores y arqueólogos nos darían
tantas luces sobre la verdadera historia de este renombrado pueblo llamado
Chincha.
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