lunes, 7 de marzo de 2016

LOS HUARANGALES


Por: Juan Manuel Medina Cañas
Paradisiaco lugar de los extramuros de la ciudad de Chincha Alta de otrora, fue un verdadero bosque de añosos huarangos, exuberante vegetación y asien­to de invalorables restos arqueológicos.
Antiguamente a esta zona se le conocía con diferentes nombres, tales como “Los Manantiales de Hijaya”, por cuanto los aguadores o aguateros de antaño provistos con sus bestias de cargas y sus respectivas pipas de cedro acudían a estos "ojos de agua" (manantiales) para agenciarse del líquido elemento y venderlo a los moradores chinchaltinos, al precio de un real (diez centa­vos) o una peseta (veinte centavos) por el importe de dos envases.
Asimismo tuvo el nombre de "La Pampa de los Condorillos", por la presencia de especie de aves de rapiñas muy parecidas al cóndor que bajaban de la sierra a merodear los corrales de los humildes campesinos, en busca de su alimento preferido: las aves de corral.
Por último fue llamado "El Cerro del Jabón", porque muchas amas de casa visitaban este sector, para llevarse trozos de una masa oleaginosa semejante al jabón casero, que les servían para el lavado de las ropas y la limpieza de los utensilios de cocina.
Por sus alrededores se apreciaban fecundos platanales, parrales, maizales, pepinales con sus descomunales frutos, así como la apetecible frutilla llamada palillo y que hablar de la gran cantidad de pájaros de vistosos colo­res como el chirote, el canario, el jilguero, el chiclin, el cuccho, el go­rrión, la tórtola, la paloma kukulí, así como los gigantescos camarones lla­mados "chimbos" de las acequias cercanas.
Tuve la suerte de conocer este sitio, cuando aún no había sido invadido por los ganaderos chavineros, ya que por aquel entonces era refugio de ágiles zorros y colosales gallinazos denominados "machulas".
Sobre este pintoresco paraje se habían tejido una serie de fabulosas exégesis, pues unos expresaban que en ciertas épocas del año, se escuchaba el discurrir de agua por debajo de la tierra, como si se tratara de un río subterráneo; más otros manifestaban que habían visto el fluir por los cerros un líquido lechoso al cual llamaban azogue.
Pero lo que más llamaba la atención, era la existencia de socabones oblicuos similar a una alcoba, ya que en su lecho había totoras carcomidas por el tiempo; a sus costados inmensos basurales de conchuelas de mejillones y más allá numerosas tumbas milenarias.
Sobre el particular se ha llegado a pensar si en el multicitado lugar existió cuantiosa agua dulce, diversos árboles frutales y copiosas raíces alimenticias se pregunta: ¿Acaso en este emplazamiento estuvo habitado por los enigmáticos pigmeos de la región, antes de la llegada de los aguerridos Chinchas con su valiosa cultura.
Aún no se llega a comprender por qué desaparecieron las plantaciones de huarangos y gran parte de esta zona, tal vez sea por ganar más terrenos de cultivo.
Ante tales hechos, la culpa de todo esto la tienen las autoridades pertinentes que no supieron aquilatar este patrimonio cultural, sobre todo estos admirables vestigios; para que previas investigaciones de connotados historiadores y arqueólogos nos darían tantas luces sobre la verdadera historia de este renombrado pueblo llamado Chincha.



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