martes, 31 de diciembre de 2013

Chincha: recuerdos del cuarenta Por: José A. Pérez Ríos



III
En los años cuarenta permanecía casi inalterable el curso de la vida religiosa en la provincia con sus costumbres, ritos, procesiones, hermandades y cofradías, tal como las había tenido a comienzos de siglo.
El viejo templo colonial había sido echado a tierra y en su reemplazo se construía otro con afanes de ser monumental y de líneas arquitectónicas que jamás pudieron satisfacer a los chínchanos. Se decían las misas de difuntos al viejo estilo, con tres sacerdotes, un ataúd flanqueado por cuatro velones encendidos y varios adornos florales. Las misas eran cantadas y el órgano de la iglesia desplegaba sobrecogedores arpegios arrancados por las diestras manos de don Juan Avalos, que era también maestro de coros y de misa. A veces rasgaban el aire los tristes ecos de los dobles o los sonidos angustiantes de las agonías.
Las procesiones que más concitaban el fervor de la feligresía eran, como hasta hoy, las de semana santa y la del Señor de los Milagros. Existían muchas celebraciones de los santos patrones: Santa Cecilia de los músicos, San Isidro de los agricultores, San Nicolás de los panaderos, San Roque para pedir que llegara el agua a los campos. Algunos barrios tenían también imágenes de la Virgen María a las que sacaban de paseo pidiendo limosnas y obsequiando recuerdos. A dichas virgencitas llamábanlas la pedilona o la peoncita. En Tambo de Mora era tradicional la procesión de San Pedro, así como en El Carmen la de la virgen patrona y en Topará la Virgen del Rosario. En Chincha Alta había también otras celebraciones de menor significado e importancia, pero jamás vimos ni ayer ni hoy a Santo Domingo de Guzmán, patrón de la ciudad, en procesión por las calles de Chincha Alta. Cosa rara.
En los primeros días de mayo llegaban a la iglesia de Santo Domingo las procesiones de las cruces procedentes de distintos barrios vecinos. Mayormente llegaban de Cruz Blanca, Ñoco, Balconcito. En los días de cuaresma visitaban la provincia los recordados frailes franciscanos predicadores, para avivar el culto católico. Hasta mediados del cuarenta mantenían la costumbre de predicar en el atrio de la iglesia y sus sermones eran tan impactantes que arrancaban lagrimones a muchos de los piadosos oyentes.     " Los cultos de cuaresma llegaban rigurosamente ejecutados hasta el Domingo de Ramos, en el que la procesión del Señor en borriquito constituía un espectáculo que llenaba de encanto. La imagen de Jesús de Nazareth montado en un pollino blanco con adornos de plata labrada y rodeada de centenares de fieles con palmas y ramas de olivo, recorría las calles de la ciudad desde las tres de la tarde hasta las ocho de la noche. El borrico era cuidado durante el año en casa de la familia Barrios, en la antigua avenida Panamericana, hoy avenida América. La ciudad entraba en un ambiente beatífico, casi místico; la fe religiosa se manifestaba auténtica. El jueves santo salía la imagen del Señor Crucificado en procesión de la que se encargaba la hermandad con señalado esmero. No había trajes morados ni cuadrillas de cargadores, las andas eran llevadas por todos los fieles que lo desearan. Intervenía la banda de música del colegio Pardo, la banda Matías y la de los hermanos Huamán. La procesión del santo sepulcro era llamada del señor muertecito; ...salía luego del sermón de las tres horas en el que nunca faltaba un orador sagrado, franciscano y español, que interpretaba elocuentemente las siete palabras. La procesión del santo sepulcro daba una vuelta a la plaza de armas y luego ingresaba al templo. Después venía la procesión de la aurora y la celebración del domingo de resurección. Durante toda la cuaresma permanecía la imagen del Cristo yacente sobre un sencillo catafalco en el centro del templo, rodeada de varitas de San José, rosas y romero; los fieles se acercaban besando con recogimiento los pies de la imagen y una beata pasaba un trozo de algodón con alcohol sobre los besos, tal vez para prevenir la posible transmisión de enfermedades.
Al concluir cada sermón de viernes las hermanas tenían dispuestas mesitas en las que se ofrecían estampitas, cañitas con adornos de papel cometa, artísticamente recortado y con un níspero o cualquiera otra fruti-lla en la punta, cestitos de pajilla primorosamente confeccionados, con pequeños bordados y un confite de sorpresa; todo esto a cambio de limosnas para el culto.
En las celebraciones de pompa, que no eran muchas, organizadas por cofradías rumbosas, se distribuían medallas recordatorias de plata y estampas de hilo con impresión y filos dorados. La hermandad más afamada era la de la Virgen del Perpétuo Socorro que organizara en 1912 doña Raquel Benavides de Carrillo, hermana del general don Oscar. La Tercera Orden de San Francisco contaba con respetables ancianitas de mantón y reclinatorio que seguían con unción las novenas y todas la manifestaciones de la liturgia. Eran frecuentes los triduos que se celebraban a San Judas Tadeo, Santa Elena, San Francisco Solano. Por los años cuarenta ya no se hablaba de las famosas octavas de corpus, que fueron de gran renombre a comienzos de siglo y que hasta hoy se celebran en algunos pueblos de la sierra.
Las festividades de octubre en homenaje al Señor de los Milagros eran concurridísimas y creaban una competencia entre los gremios y asociaciones. La novena de esta fiesta era con retreta en el atrio, fuegos artificiales en la plaza y despliegue de mesitas dulceras, champús y otros potajes, alrededor de la iglesia. Cada noche de novena se encargaba a una institución diferente que podía ser el gremio de carniceros, Club Internacional, Trabajadores del Mercado, Asociación de Empleados, etc. Los adornos florales que engalanaban la imagen del Señor estaban de acuerdo con el bolsillo y la fe religiosa de los miembros de la institución que estaba en turno.
A veces ingresaban a la ciudad, en la madrugada o al anochecer, pequeñas procesiones con santitos raros, procedentes de capillas diseminadas por los alrededores de la ciudad. Venían con una murga pobre que interpretaba marchas muy apresuradas, pero al ingresar a la zona urbana cambiaban el ritmo de la música y tomaban las
partituras conocidas. También había otro hecho notorio en estas pequeñas procesiones campiñeras: al sentir bajo sus pies el adoquinado de las calles de la ciudad, los fieles acompañantes colocábanse los zapatos que habían traído en un atadijo colgado a sus espaldas.


0 comentarios:

Publicar un comentario

Con la tecnología de Blogger.