lunes, 24 de diciembre de 2012

“NOCHE DE PAZ”



Escribe: Alberto V. Quispe Almeyda.
Cuando caminaba por el interior del Mercado de Abasto, escuche un concierto de campanillas, cascabeles, zapateos y un armonioso violín. Mi sorpresa. Era un atajo de negritos de alumnos de la Institución Educativa “Andrés Avelino Cáceres” ex – Comercio N° 59, dirigidos por el profesor Martin Tasayco. Grupo de extraordinario jóvenes; doce varones, dos mujeres, nuestra tradición se seguirá conservando. ¡Qué her-moso gesto¡.
Emotivo instante, que imaginariamente retrocedí muchos años, recordando que junto con mis hermanos: Demetrio y Víctor Rolando, bailábamos negrito en el Atajo que dirigía don Víctor Yeren, en Barrios Altos. Adorábamos al niño Jesús, como lo hacían en muchas partes del mundo Católico, unos reunidos con su familia, otros que por razones poderosas, están lejos del hogar; pero con el deseo profundo de estar en casa junto a su familia. Lastimero momento. Que solo queda musitar:
 “Dulce hogar de mis recuerdo, a ti, volver anhelo, no hay nada bajo el cielo, como mi dulce hogar.
Si voy por mil palacios, viajando el mundo entero, yo, nada, nada quiero como mi dulce hogar…”
Incontables líneas se han escrito, sobre la Navidad del Niño, como los momentos tiernos y sublimes que ocurrieron en Oberndorí, Villa de Pescadores en Australia:
José Mohr, coadjuntor de la Iglesia de San Nicolás, quería celebrar con brillante colorido la fiesta navideña de su Parroquia. Todos estaban de acuerdo con el modesto y bonachón cura y dispuestos a secundarle para, reunidos en la engalanada Iglesia, conmemorar esa hermosa noche del 24 de diciembre de 1818.
Franz Gruber, viejo y simpático organista con apenas pocos años de afincado en el pueblo, había formulado oportunamente un pedido de Viena para reparar los fuelles del vetusto órgano. Su colaboración a esta inquietud religiosa era darle una completa solemnidad musical a la Misa de Gallo.
Los repuestos no llegaron. La cristiana resignación del Padre Mohr se trocó en súbita inspiración. Esa noche del 24 quiso volcar en el papel su piadoso conformismo y escribió unos versos sencillos, fáciles, casi ingenuos.
Gruber los leyó en silencio e inconscientemente cogió la guitarra pensando en el órgano que esa noche no funcionaría. Así, durante dos horas, fueron brotando los armoniosos acordes de la canción inmortal mientras el Padre Mohr escuchaba enternecido, ese maravilloso fluir de arpegios, que finalmente dio forma, a una de las más bellas melodías que cantan el nacimiento de Jesús.
Quedó para la eternidad ese día de paz, de nieve y aromas de pinos de la pintoresca Oberndorí, villa de pescadores, enclavada en el Tirol australiano, día que vio nacer de una guitarra un mismo amor pleno de expresión del espíritu eterno de la cristiandad: El Villancico “Noche de Paz”.
Horas más tarde el pueblo entero de Oberndorí cantaría jubiloso uno de los villancicos más bellos, que desde hace 194 años repiten al unísono los pueblos de la cristiandad.
Treinta años después, 1848, los residentes de Wagrein -igualmente en Australia- hicieron una colecta para enterrar a un humilde y modesto sacerdote, muerto en la mayor pobreza, el Padre Mohr.
Franz Gruber, el organista jamás quiso aceptar dinero por las regalías de su canción. También murió pobre.
En esta Navidad, canteamos todos:
Noche de Paz
Noche de Amor,
Todo duermen en derredor
y los Ángeles cantando están
Gloria a Dios
Gloria al Rey Eternal.
Duerme el Niño Jesús
Duerme el Niño Jesús.
Noche de Paz
Noche de Amor,
claro sol brilla ya.
y en el silencio se oye
este cantar
que parece del cielo
anunciar:
Gloria a Dios
Gloria al Rey Eternal.
Duerme el Niño Jesús
Duerme el Niño Jesús.

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