Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
La OMS lo define como: “una experiencia sensorial o emocional
desagradable que se asocia a una lesión real o potencial de los tejidos”. Solo
un robot no experimenta dolor. Hay dolores físicos y emocionales. Los dolores
emocionales son sensaciones de sufrimiento desarrollados a nivel psíquico, sin
que medie para su aparición un motivo físico.
Los dos igual de importantes, dicen que hay personas que tienen más
resistencia, o que su umbral es más amplio. Yo dudo eso de la resistencia,
porque si resistes, aguantan y creo que no se trata de aguantar se trata de
gestionarlo. Sentirlo nos humaniza. El dolor está ahí y nosotros debemos tener
la capacidad de gestionarlo de la manera más positiva. Sé que estas últimas
palabras suenan muy bonitas, pero son muy difíciles. La educación emocional
(por lo menos en américa latina) está a años luz de instalarse en nuestras
escuelas y casas. Hemos vivido bajo la terrible tendencia de ocultarlo o
evitarlo. Es qué es más fácil. Hacemos como que no pasa nada y seguimos, total,
en algún momento pasará y si no reparamos en él es como si no existiera. ¡Si
cómo no! Los pobres de nuestros padres y abuelos tuvieron tan poca información,
herramientas y ganas de poder enseñarnos diferentes, que se limitaron a seguir
los patrones enseñados (obvio también así todo era más fácil, para que
rebuscarse la cabeza) y crearon generaciones que no saben qué hacer con su
dolor, con sus duelos, con sus tristezas. Incluso, la tendencia a minimizar el
dolor, es recurrente escuchar frases como: “con tan poco ya estás llorando”,
“no aguantas nada” o las odiosas: “hay cosas peores” “yo he vivido dolores más
fuertes” y califico de odiosas estas últimas porque nadie debe juzgar lo que
otro considere importante o doloroso, todos somos distintos y enfrentamos al
mundo con nuestra particular manera, basada en nuestra personalidad y
temperamento. Si a mí me duele algo y a ti no, no quiere decir que yo sea más
débil y tu más fuerte. Quiere decir que somos distintos y debemos aprender a
respetar esa diferencia.
Urge hablar del dolor, de los días malos. Urge aprender a preguntar ¿cómo
estás desde el corazón? No aventando el cuestionamiento de forma protocolar.
Urge darnos tiempo para que las cosas nos duelan, porque si no, no sanan, se
quedan ahí atoradas, pero sobre todo urge concientizar que los dolores son
particulares, individuales, personales, nadie los va a solucionar por otros,
podemos pedir ayuda y guía, pero el poder de sanación solo lo tenemos nosotros.
No queramos correr a dejárselo a otra energía o entidad, o deidad, no busquemos
que nos hagan el trabajo sucio. Hay que experimentar los duelos, incluso,
aprender a acariciarlos, explorarlos y buscar lo mejor que nos dejarán. Cada
uno a su ritmo, tiempo y recursos. Y nunca es tarde para sanarlos. Incluso le puede
traer grandes beneficios en todas las dimensiones imaginadas. Experimentar el
dolor nos ahorrara mucho sufrimiento.
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