Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
"Todo por amor, nada por la fuerza" fue el lema que leí
en la puerta de un salón de clases de nivel inicial. Frase que resume las enseñanzas de San
Francisco de Sales, obispo, proclamado Santo y Doctor por la iglesia católica,
perteneciente a la orden de los Hermanos Menores Capuchinos, patrono de los
periodistas, reporteros y escritores.
Ojalá todos tuviéramos esa premisa y la lleváramos a cabo de forma
consciente. Manejamos la palabra obligación de forma constante, permitiendo que
su sombra, nos acompañe en casi todos nuestros actos los realizamos con el
sentimiento de cumplir, no de servir y mucho de menos de amar.
Incluso, y sin querer entrar en debates éticos o filosóficos, el
"deber ser y el deber hacer" están implicados con la fuerza o, como
le llamamos más diplomáticamente: la obligación.
Lo correcto sería tan solo "ser", entendiéndolo desde el
amplio sentido del amor.
Cada cosa que pueda realizar, es con el fin amplio de poder
otorgar algo positivo para mí y para mi sociedad en la que implícitamente estoy
sumergido. Cada acto me atañe en un 100%, por eso, hacerlo lo mejor posible, me
brindará el mayor de los beneficios y replicará a los demás.
Si tomo una ducha, el primer beneficiado soy yo, aplico higiene en
mi cuerpo, me hace sentir fresco y radiante, y los demás tienen un agradable
aspecto sobre mí, y no solo de imagen y olfato, sino que contribuyo, con mi
higiene a batallar con infinidad de microbios y virus que puedan formarse en mi
organismo por la acumulación de suciedad. Si aprendo es lo mismo. Me beneficio
yo, porque mi banco de información se enriquece de forma constante, la cultura
que adquiero la puedo replicar a los que están a mi lado, y esta me ayuda a
tener una mejor visión y análisis de las circunstancias en las que puedo vivir y
encontrar las mejores soluciones a los problemas que se presenten.
Entonces por qué "obligamos" a los niños a ir a la
escuela o les enseñamos desde pequeños que "deben" estudiar.
Cuando nos sentimos obligados y acatamos órdenes sin real
comprensión, aquello que realizamos bajo ese yugo, no es interiorizado de
manera positiva, porque fue impuesto y como buenos humanos, todo aquello que es
impuesto lo rechazamos tajantemente.
Necesitamos enseñarnos, las viejas generaciones, y enseñar a las
nuevas, que todo lo que hagamos, debemos hacerlo por amor. Por lo tanto, toda
decisión siempre debemos pensarla y valorarla lo suficiente, para que nos lleve
a caminos que puedan ser construidos bajo ese precepto: el amor. Aunque el
concepto es grandísimo, se vale practicarlo, intentar comprenderlo y tenerlo
presente en cada uno de nuestros pasos.
Amemos cada segundo de nuestra vida, cada momento, cada lugar,
cada persona. Encontremos ese encanto que cada cosa tiene y apreciémoslo a su
máximo esplendor. El conocimiento es un regalo infinito que jamás nos deja, -
dicen que lo que bien se aprende, jamás se olvida - por lo que reconocer su
cuantioso valor nos ayudará a entender el mundo de posibilidades que nos abre.
Aprendamos y amemos lo que aprendemos, busquemos aprender, por la maravilla del
conocimiento y disfrutemos de demostrar amor a través de éste.
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