Por:
Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
En
2017 el uso de celulares alcanzó los 5,000 millones, lo que supone un grado de
penetración del 66% en la población mundial, según el informe anual Mobile
Economy de la GSMA. El estudio prevé que se añadirán mil millones más para
2025, lo que equivale a un 71% de la población, impulsado por países en
desarrollo, particularmente, Bangladesh, China, Pakistán, India, Indonesia y
mercados de África y América Latina.
Todos
llevamos un celular en la mano. Se ha vuelto artículo de primera necesidad y es
como nuestra propia “caja de Pandora”. Cuando no lo tenemos cerca, la ansiedad
en muchos se manifiesta. Es cada vez menor la edad en que nos vamos volviendo
“adictos al aparato”, perdón, usuarios.
Yo
tuve el primero a los 22 años cuando trabajaba para Telcel, compañía de
telefonía celular del grupo Carso de Carlos Slim, y fui la primera de mi
familia en adquirirlo. Recuerdo que mi mamá me dijo que para qué tenerlo, a
quién le llamaría si casi nadie tenía. Era un Nokia, gordito, pesado y bien
austero, lo recuerdo y comparo con los IPhone que usan mis hijos de 13 y 17.
Morirían de risa si les diera algo como mi Nokia. Y es que las nuevas
generaciones son totalmente tecnológicas, todos en eso estamos de acuerdo.
La
tecnología es parte de nuestras vidas y nos consume. Estamos enfrascados en
ella y lo que es peor, nos está llevando a vivir una virtualidad que empezamos
a creer que es realidad, y ahí es donde estamos corriendo un peligro terrible.
Decimos ser la sociedad más comunicada e informada y somos completamente lo
opuesto. No tenemos la mínima idea de lo que pasa en nuestra casa, pero que tal
sabemos (o creemos saber) lo que pasó al otro lado del mundo. Nos estamos
comunicando muy poco.
Pregunte
a todo aquel que usted conozca y tenga menos de 20, si alguna vez ha escrito
una carta, ojo, una carta, no un e-mail, y la ha enviado vía correo postal.
También me gustaría que reflexionara cuantas llamadas al mes le hace a sus
familiares lejanos, y si lo hace, de cuántos minutos son. Se ha parado a pensar
que gracias a Whatsapp, todos ya tenemos la posibilidad a un muy bajo precio de
poder hablar a cualquier persona en cualquier lugar del mundo que también esté
conectado a la aplicación, lo chistoso es, que no lo hacemos, mejor mandamos un
mensajito textual, escrito con abreviaturas y acompañados de íconos.
Lamentable.
Agradezco
todas las posibilidades que los avances tecnológicos nos traen, pero
necesitamos urgentemente retomar el sentido del cara a cara. Reconocer lo
importante que es poder hablar con alguien de frente, de enriquecernos con toda
la información que nos proporciona compartir una charla, olernos, percibirnos,
vernos y hasta tocarnos (dependiendo de la situación, obviamente).
Les
quiero dejar algunas preguntas para finalizar: ¿Cuánto tiempo pasa sumergido en
redes sociales, aplicaciones, juegos interactivos, poniéndose al día en las
charlas de grupo, o simplemente explorando lo maravilloso e inteligente que es
su aparato celular?, ¿Cuánto invirtió en el último Smartphone que deseaba? ¿Con
las dos respuestas anteriores, podría planear algún tiempo familiar que
construya memorias en sus seres queridos? Nos quejamos de no tener tiempo y
dinero, pero no vemos que se lo dedicamos felizmente al aparatito que dice
resolvernos la vida, pero que quizá nos la está destruyendo. La tecnología y en
este caso el celular, nos brinda un sin fin de beneficios, pero aprendamos a
medirnos, porque el celular se ha convertido en un descarado ladrón de tiempo,
espacio y vida.
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draclaudiaviveroslorenzo@gmail.com
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