Por:
Giuliano P. Milla Segovia
Esta
meditación puede parecer un proselitismo partidario de la razón dietética del
filósofo hedonista francés Michel Onfray. Quien lo piense así se equivoca. En
el Perú, y más en concreto, en Chincha, dieta es sinónimo de mortificación.
Quien digiera bien la paradoja existencial de lo gástrico, habrá dado solución
a gran parte del problema ontológico del peruano y siendo más realista, dejará
los asuntos penitenciales para La Beatita. Y no se apuren los conocedores en
decir que dieta no implica comer poco. Dieta en Perú, es comer mal, aunque
parezca contradictorio. El que no lo piense así, nunca ha ido a comer al
mercado. Sencillamente ¡no le han servido bien! Si no, pregúntenles a esos
maniáticos del ají, que ningún psicoanalista podría pecar de llamar necrófilo,
porque comer rocoto, es estar más vivo que muerto. O acuérdense de las abuelas
que recetaban ají para la afasia temperamental de los niños, ¡vas a ver que
rapidito va hablar! Ahora bien, planteada la cuestión, vayamos al plato de
fondo: los frejoles con seco.
Así
como no es lo mismo decir frejol que frijol o fréjol como lo aclaró muy bien el
canónico Antonio Gálvez Ronceros en sus Aventuras con el Candor, que vale
recalcar, es un delicioso menjunje chinchano inaprensible a las especias del
típico menú literario; no es lo mismo comerlo en tu casa que en los añejos
comedores del Mercado de Abastos con las composiciones de Felipe Pinglo Alva
dándole sazón al mediodía y las entrañables señoras de mirada criolla que te
preguntan si los quieres servidos con arroz o con Sopa Seca. Sin olvidarnos, ni
pasar por alto, el condimento de los variopintos personajes y comensales que
transitan los parajes de la tradición del trino y el repique gastronómico.
De
suerte que, a pesar de ser “fréjol” la forma oficial de llamar a esas semillas
que tantas risas nos han sacado en la sobremesa familiar, para el autor de este
rico tacutacu sureño, difícilmente este fréjol con tilde tenga el mismo sabor
que nuestro extraoficial frejol sin tilde pese a ser la misma cosa.
Seguramente, y por la misma razón, a mí los frijoles se me hacen crudos y
rudimentarios, además de diminutos e insípidos, mientras que los frejoles con
seco, me avisan con gala, el acabado arte culinario, el remate del buffet
criollo, el alma de mi abuela, o en dialecto peruano, la cocina de mi mamita.
Por lo tanto, ni el fréjol ni los frijoles se van a digerir igual que los
frejoles. ¡No pasa! El profano siempre dirá ¿y eso… cómo se come? El iniciado
contestará, tu pide tus frejoles con seco nomás sobrino. Que dicho sea de paso,
nunca va a faltar en el menú de la tierra del Manchapecho. Y si no te chupas,
cuando te pregunten si quieres que te pongan yuca, tú di sí nomás, sino hazme
el favor de pasarle acanga la sarsita criolla pa’ que se avispe ¡buena sobrino!
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