martes, 1 de junio de 2021

Crítica de la razón digestiva

 


Por: Giuliano P. Milla Segovia

Esta meditación puede parecer un proselitismo partidario de la razón dietética del filósofo hedonista francés Michel Onfray. Quien lo piense así se equivoca. En el Perú, y más en concreto, en Chincha, dieta es sinónimo de mortificación. Quien digiera bien la paradoja existencial de lo gástrico, habrá dado solución a gran parte del problema ontológico del peruano y siendo más realista, dejará los asuntos penitenciales para La Beatita. Y no se apuren los conocedores en decir que dieta no implica comer poco. Dieta en Perú, es comer mal, aunque parezca contradictorio. El que no lo piense así, nunca ha ido a comer al mercado. Sencillamente ¡no le han servido bien! Si no, pregúntenles a esos maniáticos del ají, que ningún psicoanalista podría pecar de llamar necrófilo, porque comer rocoto, es estar más vivo que muerto. O acuérdense de las abuelas que recetaban ají para la afasia temperamental de los niños, ¡vas a ver que rapidito va hablar! Ahora bien, planteada la cuestión, vayamos al plato de fondo: los frejoles con seco.

Así como no es lo mismo decir frejol que frijol o fréjol como lo aclaró muy bien el canónico Antonio Gálvez Ronceros en sus Aventuras con el Candor, que vale recalcar, es un delicioso menjunje chinchano inaprensible a las especias del típico menú literario; no es lo mismo comerlo en tu casa que en los añejos comedores del Mercado de Abastos con las composiciones de Felipe Pinglo Alva dándole sazón al mediodía y las entrañables señoras de mirada criolla que te preguntan si los quieres servidos con arroz o con Sopa Seca. Sin olvidarnos, ni pasar por alto, el condimento de los variopintos personajes y comensales que transitan los parajes de la tradición del trino y el repique gastronómico.

De suerte que, a pesar de ser “fréjol” la forma oficial de llamar a esas semillas que tantas risas nos han sacado en la sobremesa familiar, para el autor de este rico tacutacu sureño, difícilmente este fréjol con tilde tenga el mismo sabor que nuestro extraoficial frejol sin tilde pese a ser la misma cosa. Seguramente, y por la misma razón, a mí los frijoles se me hacen crudos y rudimentarios, además de diminutos e insípidos, mientras que los frejoles con seco, me avisan con gala, el acabado arte culinario, el remate del buffet criollo, el alma de mi abuela, o en dialecto peruano, la cocina de mi mamita. Por lo tanto, ni el fréjol ni los frijoles se van a digerir igual que los frejoles. ¡No pasa! El profano siempre dirá ¿y eso… cómo se come? El iniciado contestará, tu pide tus frejoles con seco nomás sobrino. Que dicho sea de paso, nunca va a faltar en el menú de la tierra del Manchapecho. Y si no te chupas, cuando te pregunten si quieres que te pongan yuca, tú di sí nomás, sino hazme el favor de pasarle acanga la sarsita criolla pa’ que se avispe ¡buena sobrino!

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