viernes, 15 de enero de 2021

Una mirada al cielo Por Alfredo Pachas

 


En todos nosotros -siempre ocurre- existen momentos de paz, sosiego y, en esa inquietud nos ponemos a reflexionar - más aún en momentos que enfrentamos esa maldita idiopatía - de lo más valioso que es la familia. No valoramos lo que significan las personas a la que amamos. Hasta que no lo tenemos. Por ello, si aún tienen la suerte de tener a sus padres, quiéranlos y respétenlos ahora. No mañana. Cuando nuestro padre se fue al cielo, fue uno de los días más complicados y difíciles de nuestras vidas. Parecía que todo se derrumbaba. Poco después, más sereno recordé lo que alguna vez leí, lo tengo grabado y siempre me sirve de hala: "A veces pensamos, cuando ocurren dificultades, cuando pasan cosas que no salen como deben, cuando sufrimos una derrota; que todo se desploma, que todo ha terminado. No, no es verdad, es solo el principio, porque el éxito o la grandeza no vienen cuando todo sale bien, la grandeza viene cuando la vida de veras te pone a prueba, cuando te llevas golpes, desilusiones, cuando te embarga la tristeza.

Porque solo si has estado en el valle más recóndito o en el abismo más profundo, podrás llegar a saber lo magnífico que es estar en el pináculo del Everest".

Nuestro padre, una persona acrisolada siempre influyó en nosotros, no tenía grandes cosas, ni mucho menos era un fúcar, pero poseía una limpieza moral; en cierto modo lo tenía todo: fuerza, vigor, principios, convicciones, unos valores extraordinarios. Nunca cursó estudios superiores, pero era una persona muy inteligente y práctica. En sus años mozo fue un obrero, luego en su juventud hizo de profesor numerario en una escuela fiscal, más tarde empleado de una fábrica de cueros. Pronto descubrió que lo suyo era el negocio, formó una empresa, trabajo con el que nos educó y nos hizo personas de bien. Su ´expertirse´ era como tener un billete de lotería premiado. En suma, fue un gran tipo y todavía lo echamos de menos.

A veces cuando miro al cielo y veo las estrellas por milésimas de segundos, visualizo su semblante y aparecen recuerdos inolvidables de nuestra infancia que parecía un edén, gozando, corriendo, cómo olvidar los días de calabobos jalando con pita los camioncitos hechos con cajas de zapatos y llantas de chapitas o la pelota de trapo rodando por el viejo depósito y nuestra única hermana con sana envidia- queriéndose aunar a nuestros juegos, y para no desairarla, los mayores les dábamos la misión de lavar la pelota.

Hoy la casa vieja, a veces desierta, la mesa grande vacía, tu retrato en el comedor, el canapé en donde descansabas, el antiguo televisor yace en la soledad de la sala como resistiéndose a corroerse. En la oficina tu escritorio de metal como esperando que coloques tus diccionarios listos para llenar tus crucigramas, tu ebadel lleno de documentos vetustos y la calculadora en donde realizabas cuentas diarias siguen allí, como mudos testigos, como si oyeran tu silencio.

Hoy no iremos al camposanto, flores no habrá, tus amigos no estarán, abrazos no existirán, pero nosotros, los hijos, nuestros corazones y oraciones estarán contigo. Sabemos que estarás contento porque estamos más unidos que nunca. Tal como fue tu deseo. Pronto llegará el día en que estemos nuevamente juntos, porque, al fin y al cabo -como lo dice el sacerdote español Cesáreo Garabaín- la muerte no es el final.

Hoy se cumplen 8 años de tu partida y te recordaremos con una mirada al cielo.

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