martes, 24 de marzo de 2020

ABUSO SEXUAL INFANTIL



IX Parte
                    Por: Oscar Velit Bailetti.- Especialista en Seguridad Ciudadana.
La metodología de prevención  que se debería seguir pasa por:  La involucración de padres y otros agentes sociales. Un programa de prevención que trabaje solamente con los niños y niñas, por muchas habilidades que les proporcione, será menos efectivo, porque no les facilitará posibilidades de generalización de esas capacidades.
El apoyo y asesoramiento a los profesionales de campo. La formación sobre el abuso sexual infantil que poseen los profesionales responsables de la atención a la infancia es limitada. No sólo es importante que profesionales expertos en el campo desarrollen programas de prevención e investigación al respecto, sino que los profesionales que han de detectar y evaluar los casos puedan hacerlo adecuadamente. Se debe  desarrollar un programa de selección y formación de los profesionales responsables del cuidado a la infancia de modo que se garantice la calidad del trato que reciben los niños y niñas. La consideración especial de grupos vulnerables. A menudo, los programas de prevención primaria sólo están diseñados para poblaciones generales, sin atender a las características diferenciales de algunos colectivos. Por ello, las habilidades o conocimientos que se les proporcionan suelen ser poco útiles, puesto que no pueden aplicarlos en su entorno y realidad. La planificación del programa y de la evaluación del mismo, considerando el contexto familiar y social. Para diseñar un programa de prevención primaria eficaz es fundamental que los contenidos puedan aplicarse en la realidad familiar y social de la persona destinataria y que contemplen las características sociales, económicas y educativas, entre otras, de su contexto vital. La evaluación previa  y posterior  de todos los programas de prevención. Es necesario establecer pautas que garanticen la aplicabilidad de las actuaciones a otros colectivos, así como su eficacia.
Evaluación de los programas de prevención: En general, los profesionales del ámbito social y, en particular, los que trabajan con niños en situación de riesgo sufren una considerable presión, ya que su trabajo consiste en encontrar soluciones a situaciones que no son nada fáciles de resolver.   Proporcionar un ambiente seguro y satisfacer las necesidades de los niños, especialmente las de aquellos que están en situaciones más precarias, en muchas ocasiones puede tropezar con importantes barreras legales, familiares y sociales. Es especialmente en estos casos cuando resulta más importante demostrar que las intervenciones mejoran las condiciones de vida de estos niños, es decir, que son eficaces.  Por otro lado, la continua escasez de fondos públicos dedicados a la atención social en general debería obligar a que los profesionales realizaran un esfuerzo por demostrar las bondades de sus intervenciones, con el ánimo de evitar cuestionamientos que pueden poner en peligro la continuidad de las mismas. 
La realidad nos demuestra que los profesionales, por lo general, están lejos de la implementación sistemática de procesos que permitan evaluar sus intervenciones. Es más, muy frecuentemente tienden a percibir la evaluación como un proceso complicado, costoso y poco rentable. El gran mérito de la evaluación es que proporciona información acerca de los resultados de todo el conjunto de las actividades que se desarrollan en el seno de una intervención. Es decir, permite determinar en qué medida las acciones que previamente hemos planificado han conseguido los objetivos establecidos (eficacia), en qué medida podría mejorarse la relación entre los objetivos conseguidos y los recursos utilizados (eficiencia) o, simplemente, si se han obtenido otros efectos distintos a los previamente esperados (efectividad). Evaluar implica, básicamente, emitir un juicio de valor sobre el mérito de alguna cosa. Para que sea posible realizar juicios de valor con relación a la eficacia y la eficiencia, es necesario que los objetivos del programa sean identificables y medibles, y que exista un sistema de recogida de información relacionado con los mismos. 
El cumplimiento de las características indicadas supone un esfuerzo de integración de la evaluación en el proceso de planificación de las intervenciones preventivas. A nivel práctico, supone una planificación y una gestión que tenga en cuenta la creación de los correspondientes protocolos de recogida de información, de introducción sistemática de los mismos dentro de todo el sistema de gestión del programa, la formación de las personas que deben utilizarlos y, finalmente, el procesamiento de toda la información recogida. La evaluación debe ser entendida como una cultura, es decir, como un elemento fundamental que impregna y orienta todo el conjunto de actividades que se realizan en un programa, dirigiéndole hacia la mejora continua a través de la facilitación de:   La implementación de las actividades del programa.  Los procesos de toma de decisiones.  La distribución de recursos.  El control presupuestario.  La participación de los implicados. La evaluación de un programa juega un papel fundamental porque aporta información en torno a la eficiencia, eficacia y efectividad del mismo.
La evaluación de un programa conlleva las siguientes ventajas:
1. Mayor conocimiento del programa y sus resultados. La evaluación es un proceso de aprendizaje común y un proceso acumulativo y sumativo de datos respecto al trabajo. Cada uno de estos datos supone un mayor conocimiento de los profesionales involucrados no sólo respecto a los resultados sino también respecto a la eficacia del programa. 
2. Mayor credibilidad de la intervención. Un programa evaluado es un programa fiable, lo que no significa que la fiabilidad venga en función del procedimiento de evaluación empleado ni que un programa que no haya sido evaluado no pueda ser eficaz, pero la credibilidad y comunicación del programa, así como la oportunidad de aplicabilidad de éste vienen supeditados a una valoración rigurosa. 3. Mayor participación social a través de los agentes sociales. A lo largo de este trabajo, se reiterará en varias ocasiones que la construcción de redes de trabajo, con intercambios personales entre los profesionales implicados, y una coordinación eficaz e interdisciplinar es requisito imprescindible para una intervención válida. La evaluación del programa supone una oportunidad única de participación de los agentes implicados durante el proceso.
Asimismo, la evaluación de un programa implica el cumplimiento de algunos requisitos que, en ocasiones, pueden suponer un obstáculo para los profesionales:
1. Dedicación de tiempo. Es importante establecer que el coste mayor de la evaluación no es monetario sino de tiempo de los profesionales involucrados, que son los que han de utilizar los instrumentos, coordinar sus actuaciones y evaluar la eficacia de cada una de ellas.
2. Costes económicos asociados a la evaluación.
3. Mayor control sobre las actuaciones realizadas. Como se ha dicho, un programa evaluado es un programa sometido a un juicio de valor  y un programa aplicable, pero cuando los profesionales involucrados tienen distintas metodologías o escuelas de trabajo, la desconfianza respecto a la evaluación se incrementa. La evaluación proporciona transparencia a las actuaciones profesionales, pero se ha de optar por ella. Uno de los puntos importantes a tratar cuando abordamos la evaluación de los programas es que no todos pueden ser evaluados. De hecho, pueden existir problemas que imposibiliten la emisión de un juicio de valor en relación a los méritos del mismo. La valoración de la evaluabilidad6 constituye una herramienta diagnóstica que se utiliza para determinar hasta qué punto puede existir en el programa implementado problemas relacionados con: La falta de definición de los objetivos del programa y/o de los resultados que se esperan.
La inexistencia de un sistema de información que proporcione indicadores relacionados con las actuaciones en el programa.  La falta de un modelo de intervención con una lógica que justifique unos efectos esperados derivados de la propia intervención. La existencia de barreras a la evaluación por parte de los agentes implicados en ella. 
Un programa que integre una visión crítica de sus actividades, a través de un proceso sistemático de evaluación, debe-ría:
1. Definir claramente el propósito o finalidad de la evaluación. 2. Definir claramente los objetivos de la evaluación. 3. Planificar y gestionar estratégicamente las actividades de la evaluación. 4. Identificar claramente a los agentes sociales implicados. 5. Establecer una metodología clara, rigurosa y adaptada a los objetivos de la evaluación. 6. Desarrollar un sistema de indicadores y de protocolos de recogida de información en concordancia con la finalidad y los objetivos de la evaluación. 7. Valorar los costes y los beneficios de la evaluación.  8. Promover la credibilidad del proceso de evaluación. 9. Asegurar la relación con el proceso de toma de decisiones.
10. Comunicar los resultados de manera abierta y transparente. 

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