IX Parte
Por: Oscar Velit Bailetti.- Especialista en
Seguridad Ciudadana.
La metodología de prevención que se
debería seguir pasa por: La involucración de padres y otros agentes sociales. Un programa de
prevención que trabaje solamente con los niños y niñas, por muchas habilidades
que les proporcione, será menos efectivo, porque no les facilitará
posibilidades de generalización de esas capacidades.
El apoyo y asesoramiento a los profesionales de campo. La formación sobre el abuso sexual infantil que poseen los
profesionales responsables de la atención a la infancia es limitada. No sólo es
importante que profesionales expertos en el campo desarrollen programas de
prevención e investigación al respecto, sino que los profesionales que han de
detectar y evaluar los casos puedan hacerlo adecuadamente. Se debe desarrollar un programa de selección y
formación de los profesionales responsables del cuidado a la infancia de modo
que se garantice la calidad del trato que reciben los niños y niñas. La
consideración especial de grupos vulnerables. A menudo, los programas de
prevención primaria sólo están diseñados para poblaciones generales, sin
atender a las características diferenciales de algunos colectivos. Por ello,
las habilidades o conocimientos que se les proporcionan suelen ser poco útiles,
puesto que no pueden aplicarlos en su entorno y realidad. La planificación del
programa y de la evaluación del mismo, considerando el contexto familiar y
social. Para diseñar un programa de prevención primaria eficaz es fundamental
que los contenidos puedan aplicarse en la realidad familiar y social de la
persona destinataria y que contemplen las características sociales, económicas
y educativas, entre otras, de su contexto vital. La evaluación previa y posterior de todos los
programas de prevención. Es necesario establecer pautas que garanticen la
aplicabilidad de las actuaciones a otros colectivos, así como su eficacia.
Evaluación de los programas de prevención: En general, los profesionales del ámbito social y, en particular,
los que trabajan con niños en situación de riesgo sufren una considerable
presión, ya que su trabajo consiste en encontrar soluciones a situaciones que
no son nada fáciles de resolver. Proporcionar
un ambiente seguro y satisfacer las necesidades de los niños, especialmente las
de aquellos que están en situaciones más precarias, en muchas ocasiones puede
tropezar con importantes barreras legales, familiares y sociales. Es
especialmente en estos casos cuando resulta más importante demostrar que las
intervenciones mejoran las condiciones de vida de estos niños, es decir, que
son eficaces. Por otro lado, la continua escasez de fondos
públicos dedicados a la atención social en general debería obligar a que los
profesionales realizaran un esfuerzo por demostrar las bondades de sus
intervenciones, con el ánimo de evitar cuestionamientos que pueden poner en
peligro la continuidad de las mismas.
La realidad nos demuestra que los
profesionales, por lo general, están lejos de la implementación sistemática de
procesos que permitan evaluar sus intervenciones. Es más, muy frecuentemente
tienden a percibir la evaluación como un proceso complicado, costoso y poco
rentable. El gran mérito de la evaluación es que proporciona información acerca
de los resultados de todo el conjunto de las actividades que se desarrollan en
el seno de una intervención. Es decir, permite determinar en qué medida las
acciones que previamente hemos planificado han conseguido los objetivos
establecidos (eficacia), en qué medida podría mejorarse la relación entre los
objetivos conseguidos y los recursos utilizados (eficiencia) o, simplemente, si
se han obtenido otros efectos distintos a los previamente esperados
(efectividad). Evaluar implica, básicamente, emitir un juicio de valor sobre el
mérito de alguna cosa. Para que sea posible realizar juicios de valor con
relación a la eficacia y la eficiencia, es necesario que los objetivos del
programa sean identificables y medibles, y que exista un sistema de recogida de
información relacionado con los mismos.
El cumplimiento de las características
indicadas supone un esfuerzo de integración de la evaluación en el proceso de
planificación de las intervenciones preventivas. A nivel práctico, supone una
planificación y una gestión que tenga en cuenta la creación de los correspondientes
protocolos de recogida de información, de introducción sistemática de los
mismos dentro de todo el sistema de gestión del programa, la formación de las
personas que deben utilizarlos y, finalmente, el procesamiento de toda la
información recogida. La evaluación debe ser entendida como una cultura, es
decir, como un elemento fundamental que impregna y orienta todo el conjunto de
actividades que se realizan en un programa, dirigiéndole hacia la mejora continua
a través de la facilitación de: La
implementación de las actividades del programa. Los procesos
de toma de decisiones. La distribución de recursos. El control presupuestario. La participación de los implicados. La
evaluación de un programa juega un papel fundamental porque aporta información
en torno a la eficiencia, eficacia y efectividad del mismo.
La evaluación de un programa conlleva las siguientes ventajas:
1. Mayor conocimiento del programa y
sus resultados. La evaluación es un proceso de aprendizaje común y un proceso
acumulativo y sumativo de datos respecto al trabajo. Cada uno de estos datos
supone un mayor conocimiento de los profesionales involucrados no sólo respecto
a los resultados sino también respecto a la eficacia del programa.
2. Mayor credibilidad de la
intervención. Un programa evaluado es un programa fiable, lo que no significa
que la fiabilidad venga en función del procedimiento de evaluación empleado ni
que un programa que no haya sido evaluado no pueda ser eficaz, pero la
credibilidad y comunicación del programa, así como la oportunidad de
aplicabilidad de éste vienen supeditados a una valoración rigurosa. 3. Mayor
participación social a través de los agentes sociales. A lo largo de este
trabajo, se reiterará en varias ocasiones que la construcción de redes de
trabajo, con intercambios personales entre los profesionales implicados, y una
coordinación eficaz e interdisciplinar es requisito imprescindible para una
intervención válida. La evaluación del programa supone una oportunidad única de
participación de los agentes implicados durante el proceso.
Asimismo, la evaluación de un programa implica el cumplimiento de algunos
requisitos que, en ocasiones, pueden suponer un obstáculo para los
profesionales:
1. Dedicación de tiempo. Es
importante establecer que el coste mayor de la evaluación no es monetario sino
de tiempo de los profesionales involucrados, que son los que han de utilizar
los instrumentos, coordinar sus actuaciones y evaluar la eficacia de cada una
de ellas.
2. Costes económicos asociados a la
evaluación.
3. Mayor control sobre las
actuaciones realizadas. Como se ha dicho, un programa evaluado es un programa
sometido a un juicio de valor y un programa
aplicable, pero cuando los profesionales involucrados tienen distintas
metodologías o escuelas de trabajo, la desconfianza respecto a la evaluación se
incrementa. La evaluación proporciona transparencia a las actuaciones
profesionales, pero se ha de optar por ella. Uno de los puntos importantes a
tratar cuando abordamos la evaluación de los programas es que no todos pueden
ser evaluados. De hecho, pueden existir problemas que imposibiliten la emisión
de un juicio de valor en relación a los méritos del mismo. La valoración de la
evaluabilidad6 constituye una herramienta diagnóstica que se utiliza para
determinar hasta qué punto puede existir en el programa implementado problemas
relacionados con: La falta de definición de los objetivos del programa
y/o de los resultados que se esperan.
La inexistencia de un sistema de
información que proporcione indicadores relacionados con las actuaciones en el
programa. La falta de un modelo de intervención con una
lógica que justifique unos efectos esperados derivados de la propia
intervención. La existencia de barreras a la evaluación por parte de los
agentes implicados en ella.
Un programa que integre una visión
crítica de sus actividades, a través de un proceso sistemático de evaluación,
debe-ría:
1. Definir claramente el propósito o
finalidad de la evaluación. 2. Definir claramente los objetivos de la
evaluación. 3. Planificar y gestionar estratégicamente las actividades de la
evaluación. 4. Identificar claramente a los agentes sociales implicados. 5.
Establecer una metodología clara, rigurosa y adaptada a los objetivos de la
evaluación. 6. Desarrollar un sistema de indicadores y de protocolos de
recogida de información en concordancia con la finalidad y los objetivos de la
evaluación. 7. Valorar los costes y los beneficios de la evaluación. 8. Promover la credibilidad del proceso de
evaluación. 9. Asegurar la relación con el proceso de toma de decisiones.
10. Comunicar los resultados de
manera abierta y transparente.
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