lunes, 12 de febrero de 2018

LA PRIMERA PIEDRA



Raúl Sotelo Lévano
Estaba ella tendida en el suelo esperando lo inevitable. Un grupo de hombres y mujeres cada uno con una piedra entre sus manos, iban a darle muerte. El apedramiento era el máximo castigo que recibiría María Magdalena por la vida tormentosa que había observado. El griterío de condena era unánime.
El escenario cambió bruscamente cuando un hombre de mediana estatura que se cubría con una túnica y calzaba sandalias, se abrió paso entre los iracundos que vociferaban contra la mujer. Fijó su mirada penetrante en cada uno de los rostros marcados por la ira y exclamó: “¿De qué se le acusa?”.
La respuesta fue una sola: “De adultera y merece la muerte”.
Jesús emergió como el defensor de la caída en desgracia y comenzó su alegato: ¿Ustedes que son los testigos de cargo, con qué autoridad moral señalan a esta mujer como autora de un delito el cual os podría salpicarlos?
¿Pueden ufanarse de no tener pésimos antecedentes que manchen su honorabilidad y dignidad como hombres y mujeres de este pueblo?
¿Han cumplido con rigurosidad el papel asignado a cada uno como esposo, esposa o hijos observando una conducta recta que sea del agrado de Dios?
Ninguno abrió la boca para dar testimonio valedero de su integridad personal. Al parecer una luz roja parpadeaba dentro de sus almas y muchas de ellas podían estar en el mismo nivel de María Magdalena. Se miraban de reojo unos a los otros, y una ráfaga de culpa golpeó los rostros de una gran mayoría.
Jesús, dueño de la situación y con voz estentórea dictó sentencia: “Aquel que esté libre de pecado que arroje la primera piedra contra esta mujer”.
Hay palabras condenatorias que penetran como taladro al interior del alma humana. Lo sacude todo y el cerebro trabaja al máximo para ordenar todo este revoltijo.
Uno a uno los acusadores impactados por la frase de Jesús, abandonaron sus posiciones y dejando caer las piedras que iban a impactar en el cuerpo de la mujer, se alejaron sin voltearla cara cargando el peso de su vergüenza.
El nazareno tomó el brazo de María Magdalena y mirándola fijamente le dijo “VAMOS, LEVÁNTATE, VETE Y NO PEQUES MÁS”.
Claro que sí, ella a partir de este momento sepultó su oscuro pasado y se convirtió en la fiel acompañante del hombre que le salvó la vida. Estuvo a su lado cuando cargando la cruz recorrió dolorosamente el camino con dirección al Gólgota, vio con horror la crucifixión y, fue la primera persona que habló con Jesús a pocos instante de resucitar. Privilegio que no gozaron ninguno de sus apóstoles que brillaron por su ausencia y abandonaron a su maestro cuando él más los necesitaba.
No tiremos pues piedras condenatorias a nadie… porque esa piedra puede cambiar su trayectoria y convertirse en un perfecto bumerang que impactará al que la lanzó.
¿Se atrevería arrojar la primera piedra contra al que acusaba no sin antes mirarse en el espejo de su vida? ¡Qué sí lo hará! Pues entonces hágalo, ah, pero no falle porque la segunda piedra tiene su dueño (you) y si no lo sabe, Jesús, dictará sentencia en su expediente penal por abandono de familia, ¿No que no?
Le advierto que allá no funciona la coima, sino acá en la tierra, muchos harán fila para escuchar compungidos y avergonzados de su veredicto final.


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