Cuando un latrocinio es perpetrado sin
que se derrame una sola gota de sangre y se emplea para su ejecución la meticulosidad
y el ingenio, demuestra palmariamente que el hampa criolla ha cambiado sus métodos.
Con toda seguridad
Robert Herrera Montesinos, asistente administrativo de la Corte Suprema, ya
había sido chequeado al milímetro por una banda de delincuentes. Sólo él
faltaba para iniciar el operativo planeado rigurosamente.
El frio cañón del
revólver en su nuca le indicaba que solo le quedaba obedecer. Los condujeron en
un automóvil hasta su domicilio, y allí junto a su esposa Katherine, quedó a merced
de sus captores.
Al funcionario le
pusieron al corriente lo que tenía que hacer apenas amaneciera. Viajar con dos
de ellos que lo esperarían afuera, llegar hasta su oficina y sacar el dinero
guardado en la caja fuerte. Retornar todos donde le aguardaba su consorte
vigilada por dos de la gavilla. “Ya
sabes Robert, si fallas o intentas jugarnos sucio, tu mujer se muere, y tú
volarás con esta bomba accionada a control remoto que colocaremos en tu cuerpo”,
fue la sentencia.
En el torso desnudo de
Herrera le adhirieron un extraño artefacto lleno de cables. “Si todo lo echas a perder, este juguete que
cargas encima reventará y te recogerán en trocitos”, fue la última advertencia.
Las horas que transcurrieron
hasta el otro día estuvieron cargadas de enorme tensión. Nadie pegó los ojos.
El automóvil se detuvo frente al Palacio
de Justicia. Bajó Herrera Montesinos y resueltamente se encaminó hasta su
despacho. Abrió la caja fuerte y prácticamente la dejó vacía. Salió y se unió
con los indeseables, y todos abandonaron el lugar. Más adelante lo hicieron
bajar del vehículo en el Parque del Trabajo, en San Martín de Porres, y a
partir de este momento Robert inició su calvario.
Sudando copiosamente y
con los nervios destrozados, se en-caminó a todo lo que daba sus piernas hasta
el puesto policial más cercano. “Tengo
una bomba de tiempo pegado a mi cuerpo, sáquenlo porque puede explotar”
suplicó al llegar. El aterrorizado comisario no lo atendió, pues no sabía si
tenía al frente a un loco o un terrorista suicida.
Robert, al borde del
colapso, y a pie, llegó jadeando hasta la delegación de Independencia. Su
desesperado relato y su semblante de espanto convenció a los policías que de
inmediato llamaron al Escuadrón de Desactivación de Explosivos. El hombre fue
llevado a un descampado, y los del EDEX, con indisimulado terror, despojaron
lentamente el artefacto adherido a su cuerpo.
¿Qué era la cosa? Un
vetusto receptor a transistor, incapaz de provocar ni siquiera un tímido ¡Plin!
Otrosí
digo: En un pasaje de la película “La caída de la Casa
Blanca”, se ve al Presidente de los Estados Unidos, representado por el actor
Jaime Foxx, recorriendo un túnel construido por debajo del grandioso edificio,
huyendo de sus enemigos que habían tomado por asalto la Casa Blanca. En tal
circunstancia, el mandatario le confiesa a un agente del Servicio Secreto que
lo acompañaba, que ese túnel lo usaba el otrora presidente John F. Kennedy para
hacer ingresar de forma clandestina hasta su aposento a la rubia Marilyn
Monroe, con quien sostenía un encendido romance.
Se dice que el
Presidente Kennedy reveló a su amante datos confidenciales secretos, y que
en buena cuenta comprometía hasta el
cuello a personalidades de la banca y de la política estadounidense. Como ella
estaba dispuesta a revelarlos es que ocurrió su muerte en circunstancias
extrañas que hicieron suponer fue víctima de un atentado criminal por parte de
los posibles involucrados.
Fiel
admirador de ella, próximamente viajaré para colocar rosas rosadas en su tumba,
que eran de su predilección. Como mujer, Marilyn si fue una verdadera bomba que
despertó pasiones.
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