SUS
VIVENCIAS PARA RECORDAR:
El
Padre Santiago Calle Santos, Vicario General de la Diócesis de Ica, Párroco de
Santo Domingo y Párroco de Fátima; este año cumpliría 50 años como sacerdote.
Pues
fue ordenado el 29 de Junio de 1964. Estudió en el Seminario Mayor Diocesano de
Palencia. Nació en Pino del Rio, Palencia, España. Todavía retumba en sus oídos
estas palabras: “SANTIAGO, ERES SACERDOTE PARA SIEMPRE ” Lo que agradece mucho
a sus padres pues a ellos les escuchaba siempre conversar en el hogar de Dios y
de la Santísima Virgen María, rezaban el rosario en familia todas las noches,
leían pasajes de la Biblia y asistían a misa y comulgaban.
Su
papá el señor Severiano, trabajaba como pastor cuidando un rebaño de ovejas
propiedad de otra persona, cuyo salario era de dos panes y ochenta kilos de
trigo. Su mamá la señora Crecenciana trabajaba como obrera en el campo y se dedicaba
a las labores del hogar por lo que nunca tuvo la oportunidad de aprender a leer
y escribir.
No
fue fácil para él llegar a ser sacerdote donde uno de los principales
obstáculos era el dinero para costear sus estudios, pues nació dentro de una
“pobreza profunda” como lo ha sabido expresar, dónde cada vez que le viene a la
mente; se le aguan los ojos y compara el hoy y el ayer donde muchas veces faltó
el alimento en su mesa, pues eran una familia numerosa, era el menor de nueve
hermanos. “Como quisiera que vivieran mis padres y hermanos para poder
ayudarles”. Son sus palabras.
A
los once años de edad probablemente por la curiosidad y por seguir a sus dos
mejores amigos que un año antes se habían ido, se fue al Seminario Franciscano
de Guadalajara donde durante cinco años estudio con “ganas”, en este tiempo
nunca vio a sus padres ni hermanos, sólo se comunicaban por medio de cartas donde
contaba que era “muy feliz”. Y dado que sus padres y hermanos no contaban con
los medios económicos para llegar a visitarle. También hasta en vacaciones
prefería quedarse con sus amigos que ya sumaban para ese entonces dieciocho y
cuenta que conformaron un “equipazo” de fútbol, donde narra que rompía muchos
zapatos jugando Se lo imaginan
ustedes jugando al fútbol y sabiendo
que no le gustaba perder.
Luego
sería llevado a un pueblo de Ávila llamado Arenas de San Pedro donde se encontraba
el noviciado de los Franciscanos, y que hasta ahora se pregunta cómo harían sus
padres para conseguirle un pantalón y un saco pues todos irían al noviciado con
terno donde todavía se acuerda que le enviaron un temo de color azul con rayas
negras que lo hicieron muy feliz, expresando: ¡gracias papá!, ¡gracias mamá!
Para entonces ya contaba con una edad de diecisiete años, tenía mucha ilusión,
sabía lo que quería y; convencido después de mucha oración que quería ser
sacerdote y franciscano ya que veía en San Francisco de Asís a un Santo muy
atractivo para sus deseos en pobreza, pues “sintonizaba” mucho con la pobreza
de su niñez y de su hogar. Sintió mucha emoción también cuando se puso el
hábito de San Francisco después de ocho días de ejercicios espirituales. Recuerda
que era después de la Guerra Civil Española y después de la Guerra Mundial
donde el hambre era fuerte en todos y para todos. Así permanecería seis meses
en el noviciado. Hasta que dado el cargo y la confianza que le habían dado los
Padres en el noviciado, un día “lleno de hambre” dicho en sus propias palabras
cogió unas frutas del jardín sin permiso y cuando se encontraba “saboreándolas”
le sorprendió el Padre encargado del noviciado, donde narra, “fue suficiente
para que sin preguntarme nada, me sacara tarjeta roja, y me echaran a casa”
“Renegué
de todo lo que olía a curas, misas, iglesia”.
Le
dolió mucho cuando le dijeron que Dios no le quería para sacerdote, se reveló,
protestó y le hicieron aborrecer a Dios, a los sacerdotes a la Iglesia.
Que
le quedaba. Solo regresar a casa y así lo hizo, de modo que en el camino iba reflexionando
que como en dos días había determinado de forma egoísta cortar todas sus relaciones
con Dios y con las cosas que el soñaba. ¿Qué iba a pensar su familia? “inmensamente
cristiana”, que el único hijo que había estudiado terminara así; ¿qué le diría
a sus padres después de siete años de no verles?, mil cosas revoloteaban en su
mente no supo si el camino se hizo corto o largo. Lloró de tristeza, de pena,
de amargura, de impotencia. Ya no recuerda o quizás no quiera recordarlo.
Cuando
llegó a su casa las únicas palabras que pronunció fueron: “ME BOTARON”-
“No
escuche ningún rechazo, ni me hicieron preguntas” cuenta. Sólo recuerda haber escuchado
que su padre le dijo. “Hijo,
pobres somos y ahora serás un buen labrador o campesino”.
Así,
empezaba una nueva vida con dieciocho años a cuestas trabajando en el campo,
arreando vacas, como preparar el yugo de las vacas regando la chacra, con dos
hermanos que emigraban al Perú, Constancio y Eugenio, y un papá muy enfermo y
un hermano lisiado de la columna, “Paco” que hacía también las veces de
cocinero que de una u otra forma ayudaba en casa y su madre más anciana que
también se dedicaba a trabajar en el campo como obrera y; a la vez en los quehaceres
del hogar todo esto lo obligaba con un sentido de culpabilidad a esforzarse al
máximo, ya que quedaba solo él como parte del sostén del hogar, debido a que
sus otros hermanos habían fallecido durante su ausencia. De esta forma “aprendí
este maravilloso oficio de trabajar en el campo”, expresa.
Su
padre mientras tomaba un descanso rezaba el rosario y siempre le invitaba
“buenamente” a acompañarlo en el rezo. Él (Santiago) se negaba. Su padre no le
insistía. De regreso a casa ya en horas de la noche al encuentro con su mamá y
su hermano “Paco”, volvían a rezar el rosario y a leer la Biblia. Santiago
aprovechaba de estos momentos para salir de casa e ir a divertirse con sus
amigos y amigas del pueblo. Una de sus mejores amigas es misionera en África.
Le
costó mucho acostumbrarse a las labores del campo pero ponía todo su empeño por
aprender, y tenía que hacerlo antes de que su hermano Eugenio, quien le
enseñaba, emprendiera viaje a Perú, pues veía con mucha tristeza a su padre
postrado en cama ya sin poder moverse debido al fuerte frió que pasó durante muchos
años cuidando el ganado de su patrón.
Fue
muy difícil para él habituarse con el trabajo del campo, pero entendió que
después de tantos años de estudiar ya no podía seguir una carrera, tenía que
contentarse con lo que hacía, “pues antes estaban mis padres y mi hermano inválido”,
recuerda siempre. Tuvo que olvidarse de los libros y dedicarse por entero al
trabajo en el campo, de esta manera consiguieron más tierras en “renta”, su
papá a pesar de su enfermedad con mucha paciencia seguía enseñándole.
Así
fue transcurriendo su vida alejado de Dios; hasta que cierto día, una tarde de
verano en que se encontraba con su madre cosechando con el carro de vacas; se
oscureció totalmente el cielo y empezó a llover copiosamente con truenos y
relámpagos de tal manera que la única forma de refugiarse fue la de detener la
carreta y guarecerse de la fuerte lluvia debajo de esta. “Era tan fuerte la tormenta
que el agua era abundante y parecía que nunca iba a parar “Él seguía
protestando y hasta maldiciendo probablemente, su madre no decía nada. Y cuando
dirige su mirada hacia ella vio que movía sus labios “creo que estaba rezando a
la Virgen”, contó alguna vez.
De
repente su madre volvió la mirada fijamente hacia él quien también cruzó su
mirada hacia ella. Como lo recuerdo aún, como si fuera ayer, nos narra. “Con
mucha timidez me dijo: HIJO ¿POR QUÉ NO ERES SACERDOTE? “Yo he rezado mucho por
ti” dijo su madre.
Sonrió
maliciosamente y guardó un silencio sepulcral, si alguien le hubiera visto la
cara que tenía no hubiera notado la diferencia entre la sorpresa y el miedo a
la lluvia que continuaba cada vez más fuerte, pero que silenciaron truenos y
relámpagos como esperando ellos también en silencio escuchar la respuesta. O de
repente para ser escuchado por Dios.
¡Sí mamá ! fue su
respuesta. Mirando a sus padres. “Vi como sonreían los dos viejitos” contaba,
pues también habían llevado a su papá.
Podrán
creer ustedes que hasta la lluvia se calmó y pudieron iniciar el retomo a casa?
“Ahí
estaba la semilla.” Dios la había plantado con una buena cantidad de agua con
un rio completo diría yo.
“Pensé
y pensé en solitario” cuenta el padre Santiago.
Y
así pasaban los días era un mes de Julio del año mil novecientos cincuenta y
ocho, desde ese día nuevas ilusiones, nuevos valores surgieron en su vida. Hasta
que cierto día llegó el sacerdote que siempre visitaba a su padre enfermo, con
mucho miedo se acercó y le dijo: ”Don Pedro quiero hablar con Usted.” El
sacerdote aceptó sorprendido, pues él había notado que cada vez que llegaba; Santiago
ni le miraba ni le saludaba. Estando ya solos le explicó lo que le sucedía y en
el dilema que se encontraba. El sacerdote muy atentamente le escuchó y le dio
como respuesta: ¿Quieres ir al Seminario de Palencia? ;Sí!... Pues yo te voy
ayudar.
No
había pasado ni dos días cuando nuevamente llegó el padre Pedro para decirle
que se dedicara a estudiar y que dentro de un mes le tomarían un examen en el Seminario.
Dios
estaba ahí. “Deje de darle la espalda y encontré su rostro”.
Inmediatamente
empezó a buscar sus libros, el problema era el examen, qué le preguntarían ¿?,
como sería eso, ya dependía de él. Todo el verano se dedicó a trabajar y a estudiar.
Todo cambió repentinamente para Santiago, empezó a ver la vida de otra manera
ya rezaba en casa, iba a misa.
“Increíble pero tenía tiempo para todo”
expresaba. Cuantos de nosotros decimos no tengo tiempo para ir a misa o para
hacer tal o cual cosa a la que Dios todos los días nos llama.
Pero
algo todavía no lo tenía claro, pensaba; y ahora quién va a costear todo esto
si mis padres no van a poder pagar los estudios. La respuesta la encontró en el
mismo sacerdote, Don Pedro, como le llamaba. Hijo le dijo: “si tu rindes en el
examen con nota excelente puedes sacar una beca de estudios y hasta beca para
tus libros y para tu ropa “.
¡Me
piqué! Dijo Santiago. ¡A chancar se ha dicho! Pasó muchas horas sin dormir,
llevaba los libros al campo y en el camino iba repasando.
Hasta
que llegó el día de presentarse a rendir sus exámenes, sus padres le dieron su
bendición y se quedaron rezando el rosario y pidiendo a Dios que se haga su
voluntad.
Iba
con mucha confianza a rendir su examen pues sabía que había estudiado conscientemente.
Llegado el momento dio el examen, esperó sus notas y con mucha alegría recibía
los resultados. “EXCELENTE”.
Todos
le felicitaron y le ayudaron a que continúe sus estudios, sus padres, “Paco” y
sus hermanos desde el Perú que ya se habían establecido en Pisco con la ayuda
de una tía, hermana de su mamá que trabajaba como empleada doméstica desde
muchos años de una familia española. Este dato lo consideró importante y que
luego le serviría para venirse al Perú.
Las
becas las mantuvo hasta la culminación de sus estudios de Filosofía y Teología
nunca las perdió. ¿Quién pagó todo esto? No lo sabe ni lo sabrá nunca.
Por
eso siempre están en sus oraciones sus bienhechores anónimos.
Fue
así como un 29 de Junio de 1964. Escuchó estas palabras. “ERES SACERDOTE PARA SIEMPRE
“¡Qué
maravilla! ¡Qué extraordinario!”. Fue mi ordenación. Momento inmenso cuando una
viejita, llena de arrugas, ¡Mi mamá! Y un hermano pequeño por su defecto físico
pero gigante de alma y de entrega se acercaron a mí y con una cinta blanca
amarraron mis manos para que penetrara bien el óleo en mi piel. “SANTIAGO, SACERDOTE.
GRACIAS SEÑOR“.
“Sacerdote
no para mí, ni para mi familia de sangre sino para los demás. Para mi familia
de fe, para nosotros”.
Recopilación de:
Juan Almeyda Yataco.
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