miércoles, 26 de febrero de 2014

Hace casi 50 años, P. Santiago Calle Santos se ordenó de Sacerdote


SUS VIVENCIAS PARA RECORDAR:
El Padre Santiago Calle Santos, Vicario General de la Diócesis de Ica, Párroco de Santo Domingo y Párroco de Fátima; este año cumpliría 50 años como sacerdote.
Pues fue ordenado el 29 de Junio de 1964. Estudió en el Seminario Mayor Diocesano de Palencia. Nació en Pino del Rio, Palencia, España. Todavía retumba en sus oídos estas palabras: “SANTIAGO, ERES SACERDOTE PARA SIEMPRE ” Lo que agradece mucho a sus padres pues a ellos les escuchaba siempre conversar en el hogar de Dios y de la Santísima Virgen María, rezaban el rosario en familia todas las noches, leían pasajes de la Biblia y asistían a misa y comulgaban.
Su papá el señor Severiano, trabajaba como pastor cuidando un rebaño de ovejas propiedad de otra persona, cuyo salario era de dos panes y ochenta kilos de trigo. Su mamá la señora Crecenciana trabajaba como obrera en el campo y se dedicaba a las labores del hogar por lo que nunca tuvo la oportunidad de aprender a leer y escribir.
No fue fácil para él llegar a ser sacerdote donde uno de los principales obstáculos era el dinero para costear sus estudios, pues nació dentro de una “pobreza profunda” como lo ha sabido expresar, dónde cada vez que le viene a la mente; se le aguan los ojos y compara el hoy y el ayer donde muchas veces faltó el alimento en su mesa, pues eran una familia numerosa, era el menor de nueve hermanos. “Como quisiera que vivieran mis padres y hermanos para poder ayudarles”. Son sus palabras.
A los once años de edad probablemente por la curiosidad y por seguir a sus dos mejores amigos que un año antes se habían ido, se fue al Seminario Franciscano de Guadalajara donde durante cinco años estudio con “ganas”, en este tiempo nunca vio a sus padres ni hermanos, sólo se comunicaban por medio de cartas donde contaba que era “muy feliz”. Y dado que sus padres y hermanos no contaban con los medios económicos para llegar a visitarle. También hasta en vacaciones prefería quedarse con sus amigos que ya sumaban para ese entonces dieciocho y cuenta que conformaron un “equipazo” de fútbol, donde narra que rompía muchos zapatos jugando Se lo imaginan ustedes jugando al fútbol y sabiendo que no le gustaba perder.
Luego sería llevado a un pueblo de Ávila llamado Arenas de San Pedro donde se encontraba el noviciado de los Franciscanos, y que hasta ahora se pregunta cómo harían sus padres para conseguirle un pantalón y un saco pues todos irían al noviciado con terno donde todavía se acuerda que le enviaron un temo de color azul con rayas negras que lo hicieron muy feliz, expresando: ¡gracias papá!, ¡gracias mamá! Para entonces ya contaba con una edad de diecisiete años, tenía mucha ilusión, sabía lo que quería y; convencido después de mucha oración que quería ser sacerdote y franciscano ya que veía en San Francisco de Asís a un Santo muy atractivo para sus deseos en pobreza, pues “sintonizaba” mucho con la pobreza de su niñez y de su hogar. Sintió mucha emoción también cuando se puso el hábito de San Francisco después de ocho días de ejercicios espirituales. Recuerda que era después de la Guerra Civil Española y después de la Guerra Mundial donde el hambre era fuerte en todos y para todos. Así permanecería seis meses en el noviciado. Hasta que dado el cargo y la confianza que le habían dado los Padres en el noviciado, un día “lleno de hambre” dicho en sus propias palabras cogió unas frutas del jardín sin permiso y cuando se encontraba “saboreándolas” le sorprendió el Padre encargado del noviciado, donde narra, “fue suficiente para que sin preguntarme nada, me sacara tarjeta roja, y me echaran a casa”
“Renegué de todo lo que olía a curas, misas, iglesia”.
Le dolió mucho cuando le dijeron que Dios no le quería para sacerdote, se reveló, protestó y le hicieron aborrecer a Dios, a los sacerdotes a la Iglesia.
Que le quedaba. Solo regresar a casa y así lo hizo, de modo que en el camino iba reflexionando que como en dos días había determinado de forma egoísta cortar todas sus relaciones con Dios y con las cosas que el soñaba. ¿Qué iba a pensar su familia? “inmensamente cristiana”, que el único hijo que había estudiado terminara así; ¿qué le diría a sus padres después de siete años de no verles?, mil cosas revoloteaban en su mente no supo si el camino se hizo corto o largo. Lloró de tristeza, de pena, de amargura, de impotencia. Ya no recuerda o quizás no quiera recordarlo.
Cuando llegó a su casa las únicas palabras que pronunció fueron: “ME BOTARON”-
“No escuche ningún rechazo, ni me hicieron preguntas” cuenta. Sólo recuerda haber escuchado que su padre le dijo. “Hijo, pobres somos y ahora serás un buen labrador o campesino”.
Así, empezaba una nueva vida con dieciocho años a cuestas trabajando en el campo, arreando vacas, como preparar el yugo de las vacas regando la chacra, con dos hermanos que emigraban al Perú, Constancio y Eugenio, y un papá muy enfermo y un hermano lisiado de la columna, “Paco” que hacía también las veces de cocinero que de una u otra forma ayudaba en casa y su madre más anciana que también se dedicaba a trabajar en el campo como obrera y; a la vez en los quehaceres del hogar todo esto lo obligaba con un sentido de culpabilidad a esforzarse al máximo, ya que quedaba solo él como parte del sostén del hogar, debido a que sus otros hermanos habían fallecido durante su ausencia. De esta forma “aprendí este maravilloso oficio de trabajar en el campo”, expresa.
Su padre mientras tomaba un descanso rezaba el rosario y siempre le invitaba “buenamente” a acompañarlo en el rezo. Él (Santiago) se negaba. Su padre no le insistía. De regreso a casa ya en horas de la noche al encuentro con su mamá y su hermano “Paco”, volvían a rezar el rosario y a leer la Biblia. Santiago aprovechaba de estos momentos para salir de casa e ir a divertirse con sus amigos y amigas del pueblo. Una de sus mejores amigas es misionera en África.
Le costó mucho acostumbrarse a las labores del campo pero ponía todo su empeño por aprender, y tenía que hacerlo antes de que su hermano Eugenio, quien le enseñaba, emprendiera viaje a Perú, pues veía con mucha tristeza a su padre postrado en cama ya sin poder moverse debido al fuerte frió que pasó durante muchos años cuidando el ganado de su patrón.
Fue muy difícil para él habituarse con el trabajo del campo, pero entendió que después de tantos años de estudiar ya no podía seguir una carrera, tenía que contentarse con lo que hacía, “pues antes estaban mis padres y mi hermano inválido”, recuerda siempre. Tuvo que olvidarse de los libros y dedicarse por entero al trabajo en el campo, de esta manera consiguieron más tierras en “renta”, su papá a pesar de su enfermedad con mucha paciencia seguía enseñándole.
Así fue transcurriendo su vida alejado de Dios; hasta que cierto día, una tarde de verano en que se encontraba con su madre cosechando con el carro de vacas; se oscureció totalmente el cielo y empezó a llover copiosamente con truenos y relámpagos de tal manera que la única forma de refugiarse fue la de detener la carreta y guarecerse de la fuerte lluvia debajo de esta. “Era tan fuerte la tormenta que el agua era abundante y parecía que nunca iba a parar “Él seguía protestando y hasta maldiciendo probablemente, su madre no decía nada. Y cuando dirige su mirada hacia ella vio que movía sus labios “creo que estaba rezando a la Virgen”, contó alguna vez.
De repente su madre volvió la mirada fijamente hacia él quien también cruzó su mirada hacia ella. Como lo recuerdo aún, como si fuera ayer, nos narra. “Con mucha timidez me dijo: HIJO ¿POR QUÉ NO ERES SACERDOTE? “Yo he rezado mucho por ti” dijo su madre.
Sonrió maliciosamente y guardó un silencio sepulcral, si alguien le hubiera visto la cara que tenía no hubiera notado la diferencia entre la sorpresa y el miedo a la lluvia que continuaba cada vez más fuerte, pero que silenciaron truenos y relámpagos como esperando ellos también en silencio escuchar la respuesta. O de repente para ser escuchado por Dios.
¡Sí mamá ! fue su respuesta. Mirando a sus padres. “Vi como sonreían los dos viejitos” contaba, pues también habían llevado a su papá.
Podrán creer ustedes que hasta la lluvia se calmó y pudieron iniciar el retomo a casa?
“Ahí estaba la semilla.” Dios la había plantado con una buena cantidad de agua con un rio completo diría yo.
“Pensé y pensé en solitario” cuenta el padre Santiago.
Y así pasaban los días era un mes de Julio del año mil novecientos cincuenta y ocho, desde ese día nuevas ilusiones, nuevos valores surgieron en su vida. Hasta que cierto día llegó el sacerdote que siempre visitaba a su padre enfermo, con mucho miedo se acercó y le dijo: ”Don Pedro quiero hablar con Usted.” El sacerdote aceptó sorprendido, pues él había notado que cada vez que llegaba; Santiago ni le miraba ni le saludaba. Estando ya solos le explicó lo que le sucedía y en el dilema que se encontraba. El sacerdote muy atentamente le escuchó y le dio como respuesta: ¿Quieres ir al Seminario de Palencia? ;Sí!... Pues yo te voy ayudar.
No había pasado ni dos días cuando nuevamente llegó el padre Pedro para decirle que se dedicara a estudiar y que dentro de un mes le tomarían un examen en el Seminario.
Dios estaba ahí. “Deje de darle la espalda y encontré su rostro”.
Inmediatamente empezó a buscar sus libros, el problema era el examen, qué le preguntarían ¿?, como sería eso, ya dependía de él. Todo el verano se dedicó a trabajar y a estudiar. Todo cambió repentinamente para Santiago, empezó a ver la vida de otra manera ya rezaba en casa, iba a misa.
 “Increíble pero tenía tiempo para todo” expresaba. Cuantos de nosotros decimos no tengo tiempo para ir a misa o para hacer tal o cual cosa a la que Dios todos los días nos llama.
Pero algo todavía no lo tenía claro, pensaba; y ahora quién va a costear todo esto si mis padres no van a poder pagar los estudios. La respuesta la encontró en el mismo sacerdote, Don Pedro, como le llamaba. Hijo le dijo: “si tu rindes en el examen con nota excelente puedes sacar una beca de estudios y hasta beca para tus libros y para tu ropa “.
¡Me piqué! Dijo Santiago. ¡A chancar se ha dicho! Pasó muchas horas sin dormir, llevaba los libros al campo y en el camino iba repasando.
Hasta que llegó el día de presentarse a rendir sus exámenes, sus padres le dieron su bendición y se quedaron rezando el rosario y pidiendo a Dios que se haga su voluntad.
Iba con mucha confianza a rendir su examen pues sabía que había estudiado conscientemente. Llegado el momento dio el examen, esperó sus notas y con mucha alegría recibía los resultados. “EXCELENTE”.
Todos le felicitaron y le ayudaron a que continúe sus estudios, sus padres, “Paco” y sus hermanos desde el Perú que ya se habían establecido en Pisco con la ayuda de una tía, hermana de su mamá que trabajaba como empleada doméstica desde muchos años de una familia española. Este dato lo consideró importante y que luego le serviría para venirse al Perú.
Las becas las mantuvo hasta la culminación de sus estudios de Filosofía y Teología nunca las perdió. ¿Quién pagó todo esto? No lo sabe ni lo sabrá nunca.
Por eso siempre están en sus oraciones sus bienhechores anónimos.
Fue así como un 29 de Junio de 1964. Escuchó estas palabras. “ERES SACERDOTE PARA SIEMPRE
“¡Qué maravilla! ¡Qué extraordinario!”. Fue mi ordenación. Momento inmenso cuando una viejita, llena de arrugas, ¡Mi mamá! Y un hermano pequeño por su defecto físico pero gigante de alma y de entrega se acercaron a mí y con una cinta blanca amarraron mis manos para que penetrara bien el óleo en mi piel. “SANTIAGO, SACERDOTE. GRACIAS SEÑOR“.
“Sacerdote no para mí, ni para mi familia de sangre sino para los demás. Para mi familia de fe, para nosotros”.
      Recopilación de:

      Juan Almeyda Yataco.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Con la tecnología de Blogger.