jueves, 20 de diciembre de 2012

NAVIDAD DE ANTAÑO



 Cada día que transcurre, es una Historia nueva en la vida de las personas. Sin embargo, cada año, todos los miembros del mundo Cristiano, nos preparamos  para celebrar nuevamente la misma fiesta que celebramos hace 365 días. ¿Se acuerdan?.
Nos encontramos en los días previos  de la celebración de otra NAVIDAD, la  Navidad del 2,012 y,  como ocurre casi todos los años, el ambiente ha empezado a transformarse en un ambiente de Feria pueblerina, de ofertas, de compras, de ventas y de regalos. Debo  precisar que, cuando me refiero a “Regalos”, me estoy refiriendo sólo a las personas que pueden regalar y recibir pero, no a aquellas que sabiamente consideran que, en la Navidad se conmemora el nacimiento de Je-sús, el salvador de los Hombres.
Sin embargo, este año hay un ingrediente distinto de los que estamos acostumbrados… un ingrediente que tiene preocupados a gran parte de la población del mundo. Nos referimos al Apocalipsis, a ese suceso que, según anuncios y vaticinios, se debe producir este 21 de diciembre.
Pues bien… yo estoy seguro que no va a ser así, porque el Fin del Mundo, empezó a gestarse desde hace mucho tiempo, desde que nosotros mismos empezamos a descuidar nuestro Planeta sin pensar que, gran parte del adelanto y la tecnología que disfrutamos, si bien es cierto nos brindaba una serie de comodidades y satisfacciones, también es cierto que iba destruyendo el pla- neta y los medios de protección naturales como la capa de Ozono
Sin embargo, hay algo en que casi nadie repara y es que, el dueño del cumpleaños, el dueño de la fiesta, el dueño del Nacimiento que se celebra, cada 25 de diciembre en el mundo cristiano, ha pasado ahora a un segundo plano para ser desplazado por el Papá Noel. Ese viejito gordo, simpático y de sonrisa bonachona  que todos los años, “trae” los regalos y visita los hogares de los niños ricos y los de clase media pero, que se olvida casi siempre, de visitar los hogares humildes, los hogares de los niños pobres, ahí donde la Navidad,  es simplemente… tener algo para comer.
Hacen muchos años, cuando yo era niño, como todos los niños del mundo Católico, yo también esperaba a Papá Noel. No sé si me creerán pero, les cuento que muchas veces, esperando muy atento su visita y tremendamente ilusionado con lo que me podría traer, durante casi toda  la Noche Buena, mi oído muy atento, escuchaba cosas y ruidos inexistentes. A cada ruido yo pensaba que era él pero, a pesar de la curiosidad, y el afán de sorprenderlo, siempre y no sé en qué momento, me quedaba dormido.
Al despertar… ya el escurridizo viejecito había pasado por mi casa y ya había dejado los humildes regalos para casi todos los niños. Mi familia era muy pobre y, cualquier cosita que nos dejaba nos hacía muy felices. Por esos tiempos de inocencia, jamás se nos pudo ocurrir, que el regalo lo compraban nuestros padres o nuestros familiares que más nos querían y por eso, nunca recla-mábamos nada.
¡Que hermosos tiempos aquellos!. Antes de las doce de la noche, eran muy pocos los que andaban  por las calles, ya todos estábamos reunidos en nuestros hogares, esperando la media noche  para celebrar el nacimiento de Jesús. Llegada la hora, nos dábamos el abrazo y el beso con la familiar frase ¡Feliz Navidad!.  Luego del intercambio de abrazos y cariños, nos apresurábamos  para abrir los paquetes que contenían  nuestros regalos, luego nos sentábamos en torno a la mesa a disfrutar del chocolate, del panteón y del plato que ma-má había preparado para celebrar esa fecha tan importante. Durante la cena, conversábamos un poco de todo. Los niños escuchábamos el relato de algunos pasajes de la vida de Jesús, de San José, de la Virgen, de los Reyes Magos y de Judas el malo, el  que había traicionado a Je-sús. Luego nos íbamos a dormir.
 Ya el 25, salíamos muy temprano a buscar a nuestros amiguitos del barrio y a monear orgullosos con  los juguetes que nos habían dejado. Después de jugar con los amiguitos del barrio, llegaba la hora en que nuestros padres, nos cambiaban y nos llevaban a visitar a los abuelos, a los tíos y a los amigos de la familia para saludarlos por la Navidad. Durante nuestro encuentro entre los amiguitos, pensativo y contemplando las diferencias… se me ocurrían no sé  qué cosas pero,  luego me olvidaba de ese detalle y nos poníamos a jugar. Mi camioncito de madera corriente, pintado de colores, era más fuerte y más bonito que el del niño rico del barrio que prendía sus luces, que tocaba su bocina, que corría solo y que, hasta tenía su propio piloto. Sin embargo, el mío tenía más resistencia, más espacio  y soportaba en su tolva muchas más cosas. Estaba muy seguro que si chocaba el mío con el del vecino rico, pese a su sencillez, el mío saldría victorioso. Tampoco olvidaré jamás, como las niñas acomodadas del barrio, jalaban sus hermosas y finas muñecas, cargándolas de cualquier manera mientras que mi hermanita, con mucha ternura, acariciaba  la suya que era una simple muñequita de trapo. A ella no  le importaba como eran las otras porque, para sus ojos, la suya era la más hermosa de todas. ¿Y mi trompo,  ¡Ah!, aquel pequeño juguete que me hacía sentir orgulloso en mi barrio… era invencible y todavía lo conservo conmigo en una caja de cartón que atesora gran parte de mi infancia.
Que diferente es ahora, la familia se ha desintegrado de tal forma que ya no se juntan ni siquiera los que viven bajo el mismo techo para celebrar la fiesta más grande de la Humanidad: El Nacimiento de JESÚS… el hijo de Dios.
José Castro Silva - COL.  046

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