Necesaria explicación:
Este texto fue leído en
el acto celebratorio de un aniversario más de la fundación del Club Chincha en
Lima, en 1998. Es en realidad una crónica histórica, una visión minuciosa de cómo era Chincha en los
cuarenta, cuando los hombres de mi época éramos niños, a ello se debe la
aparente confusión de los tiempos pasado y el presente en la redacción y otros
detalles menores. Lo dedico a: José Rolando Avilés Márquez, viejo amigo del
colegio y chinchano ejemplar; Abraham Quispe Lévano, querido ex condiscípulo,
periodista y empresario; Alberto Mórtola Aburto, también periodista y noble y
buen amigo: allá va:
La década del cuarenta
es, según creo, la más trascendente y de mayor significación en la historia de
Chincha. En los años cuarenta se dan en nuestra provincia muchos cambios y
actitudes que varían notoriamente la vida de la ciudad capital y la de todo el
conjunto. Llegan expresiones de la modernidad de esos años, la participación de
la población en la vida colectiva se hace más visible y comprobable; decaen algunas
costumbres y emergen otras absolutamente novedosas. Chincha da paso a una nueva
época y los chinchanos se identifican con ella, atraídos por lo que ocurría en
Lima, pero también por lo que acontecía en el mundo.
En los años cuarenta se
hace presente la seguridad social en Chincha con la construcción del hospital
llamado en esa época obrero, inaugurado en 1946 por
el presidente Bustamante y Rivero. Chincha se integra a la radiotelefonía nacional
con la instalación en 1944 de la antena de Radio Chincha, la voz de la alegría, empresa creada por el entonces senador Rómulo Jordán
Cánepa, que tuvo como primer director al señor Guillermo O'Hara. En 1949 se
funda la Salvadora Chincha N° 1, nuestra primera y hasta hoy única compañía de
bomberos, con la entusiasta participación de don Manuel Bardelli Cassaretto. En
1944 se dan las leyes de creación de los distritos de Sunampe y Grocio Prado,
cuyos pobladores esperaban el cumplimiento de viejas promesas que venían desde
la década del veinte. Grocio Prado ocupa todo lo que en esos años era el valle
de San Pedro de Ñoco Bajo. En 1949 se funda la Asociación de
Artistas Aficionados de Chincha, impulsada por el entusiasmo de don Juan Avalos
Torres, los hermanos Eduardo y Carlos Bernaola, Carlos Silva Luyo, Eva Pereyra,
Consuelo Rojas y un puñado de amantes del arte histriónico. En 1946 llega a
Chincha la educación técnica con el Instituto Nacional Industrial. En 1947 se
hace un apurado y mal ensayo de reforma agraria en la exhacienda Hoja Redonda, cuando era ministro de agricultura el ingeniero Rose Ugarte. Siguiendo un
programa nacional, la Junta Municipal Tansitoría crea el estanquillo para el
expendio racionado de víveres y otros insumos. Los chínchanos conocen recién
las colas y algunas carencias. La oficina chinchana de la Sociedad Nacional
Agraria abre en 1948 otro centro de expendio de alimentos y productos de
primera necesidad con el nombre de la La Abastecedora. La niñez ocupa la
atención de una de las juntas transitorias y se construye el Parque Infantil de
la Avenida Pardo, al que concurrían los domingos decenas de niños para jugar en
los toboganes y columpios. Por iniciativa de la regidora Amalia Herrera de
Venturo, que fue la primera mujer chinchana dedicada a funciones edilicias, y
ocupaba en 1946 la inspección de Biblioteca y Cultura, la Célula Residencial Aprista de Chincha obsequia a la Biblioteca Municipal una importante
cantidad de colecciones de libros que incrementan el pequeño material
existente.
Empiezan a hacerse conocidos
en el fútbol limeño los nombres de Félix y Roberto (Chupón) Castillo, Cornelio
Heredia (Chocolatín) y Máximo Mosquera (Vides), ágiles morenos de San
José y el barrio de Dos Puentes que pronto alcanzan notoriedad. En
1951 muere en Lima - y en olor de multitud José Coronado Solano (Bom Bom), víctima de cruel
enfermedad a causa de una vida de desenfreno y bohemia, pero en 1949 sube por
primera vez al ring del añoso escenario de la calle de los Gallos o Camal, un
negrito de dieciocho años de edad, espigado, mansurrón y de voz aflautada,
Mauro Mina Baylón, que en la década siguiente haría una carrera deportiva sin
antecedentes en el boxeo nacional y se aproximaría al campeonato mundial en su
categoría . Un grupo de vecinos de la antigua avenida del Ejército, hoy
Benavides, y otros viejos chínchanos entre los que no faltaban algunos
italianos de la primera generación fundan en 1942 el Club
de Bochas Montecarlo; se comenta que el nombre lo sugirió don Narciso Vicuña
Cabrera, uno de los fundadores.
Los Intimos y la orquesta de los hermanos Huamán
compiten en las reuniones de todas las clases sociales. Alberto Musso López al
frente de sus íntimos hace las delicias de los jaranistas
con el ágil juego de sus manos sobre las cuerdas de las guitarras; Juan Huamán,
por su lado, encandila a los bailarines con sabrosas polcas y acompasados
ritmos caribeños: la competencia es larga y reproductiva para los dos conjuntos.
Surge un compositor talentoso y de gran inspiración que hace brillar la
estrella de Chincha con el mismo fulgor con el que lo hacían los futbolistas,
atletas y otros comprovincianos que sobresalían en diversas actividades: es
Erasmo Díaz Yuiján que con su celebrado vals Cariñito se apodera de todas la
radioemisoras de Lima y del país, dando carácter a una época de la música
criolla.
La década del cuarenta
es la que reúne el mayor número de alcaldes provinciales. Fueron seis. Cinco
tenían ancestros italianos. El más duradero fue Pablo Solari que ejercía desde
1936, en tanto que Carlos Dónola sólo permaneció ocho meses.
Los intelectuales
chínchanos -que no eran numerosos aunque sí cultivados y sensibles-, produjeron
en esos años dos libros. Uno fue Escuelas, Colegios y
Escuelas, Colegios y Universidades de Luis F. Solari, por entonces alumno de la Facultad de
Derecho de San Marcos; el otro se llamó SOS, ensayos pedagógicos, de
Carola Bermúdez, impreso en un taller ubicado en la calle Moquegua de la ciudad
de Ica. El libro de Carola fue saludado por el doctor José Antonio Encinas en
carta publicada en el diario Lucha.
Pero el más formidable
hecho, con connotaciones de gran fenómeno urbano, fue sin duda el comienzo de
la sistemática y bien dirigida invasión de la pampa de Ñoco, con la participación
de decenas de familias modestas y desposeídas, bajo la batuta de caracterizados
dirigentes apristas. Se decía por aquellos años que la ocupación parcial de la
pampa era sólo una provocación que hacían determinados dirigentes del aprismo
chinchano a la familia Jordán Cánepa, probable propietaria de largas
extensiones y enemiga recalcitrante del partido de Haya de la Torre. Pero este
supuesto decae ante la magnitud del hecho, que es históricamente el comienzo de
lo que es hoy el vigoroso distrito de Pueblo Nuevo, urbanísticamente tres veces
mayor que la ciudad de Chincha Alta,
Al empezar el cuarenta
Chincha Alta era una ciudad típicamente burguesa. Su composición social, sus
usos y costumbres, el ritmo y naturaleza de sus actividades ofrecían el perfil
de una colectividad humana detenida en el tiempo. Tenían primacía en la vida
provinciana el trabajo de la tierra y la producción de licores. En lo primero,
el cultivo del algodón había desplazado aceleradamente al de la vid, conservándose
un margen para la producción de frutales, granos y hortalizas; en lo segundo,
la elaboración de vinos y aguardientes había ido en aumento, en la misma medida
en que desaparecían innumerables hectáreas dedicadas a viñedos.
Las clases sociales
estaban claramente definidas entre los dueños de la gran propiedad agraria, en
los que se contaban muchos bodegueros; la clase media compuesta por pequeños
propietarios, profesionales y muy limitada empleocracia; y el proletariado
integrado por trabajadores del campo y artesanos diversos. La producción,
evidentemente, satisfacía la demanda del mercado; no se conocía la escasez ni
mucho menos el pauperismo. La ausencia de algunos productos elementales a
partir de 1946, hoy lo sabemos, fue una maniobra montada por el conservadorismo
peruano para apresurar el derrocamiento del régimen del doctor Bustamante.
Los grandes
terratenientes vivían en Lima y visitaban sus propiedades tres veces al año. La
conducción de sus feudos se entregaba a administradores y caporales de
confianza que daban cumplida cuenta de cosechas y otras transacciones. Los
chacareros que permanecían en Chincha hacían una vida de círculo con las autoridades
de turno y algunos profesionales que eran sus rendidos colaboradores. Mantenían
cierto egoísmo y desaprensión frente a la provincia y a la colectividad, y
esporádicamente buscaban el lucimiento personal participando en alguna obra
social. Los signos de este grupo de poderosos eran el desdén y su terca renuencia
a reinvertir en Chincha. El dinero iba a Lima o, en ciertos casos, a los bancos
extranjeros.
La mediocridad de la burguesía
le hacía sentirse una élite con derechos especiales y patentes de las que sólo
ella podía disponer, haciendo tabla rasa de legislaciones y ordenanzas, y
sirviéndose para su satisfacción y abusos de autoridades y funcionarios genuflexos
y venales que permitían toda clase de excesos.
Persistía entre las
clases proletarias una disposición a la mansedumbre y a la sumisión,
debilidades que los patrones explotaban con astucia, sacando abusivas ventajas.
La estructura mental de la clase burguesa, en la que figuraban algunas celebridades que sólo conocían el colegio de refilón, era pobre, limitada y ajena a toda
manifestación culta. El ambiente cultural que Chincha había vivido hasta los
años treinta ya quedaba solamente en el recuerdo al empezar 1941. Las escasas manifestaciones
culturales o la solitaria presencia de intelectuales eran nada más que
fogonazos en medio de una oscuridad preocupante. La limitación cognoscitiva de
la burguesía llegaba hasta la vida religiosa, en la que se hacían distinciones
o se establecían fronteras para el culto. Las procesiones de semana santa, por
ejemplo, eran para la cholada y de ellas se rescataba
la del santo sepulcro, considerándosele como de la élite. Igual sucedía con la
procesión del Corpus Christi, que en el criterio de la burguesía era de blancos, con visible
prescindencia de la gente poblana. Dentro de las congregaciones religiosas
ocurría otro tanto y de ellas solamente se escogía a la de la Virgen del
Perpétuo Socorro, considerándose a las demás -Incluida la Orden Terciaria de
San Francisco-, como de la gente no importante. Quienes discriminaban de esta
manera olvidaban, aparentemente, que en muchos casos tenían en su generación
anterior zambos y naturales a los que negaban u ocultaban. Además, nunca
pudieron demostrar con inteligencia, en qué eran importantes.
El criterio excluyente
con el que se hacía la vida religiosa tenía un antecedente de violencia que
pudo cobrar perfiles trágicos en la década del veinte. La clase burguesa ahondó
con torpeza la rivalidad entre los curas La Torre y Zegarra, que se disputaban
la parroquia de Santo Domingo, Los curas, que no eran mancos ni mudos, se
enfrentaron por periódico y públicamente. Los ricos y su corte apoyaban a
Zegarra vapuleando al pobre La Torre que carecía de padrinos. El pueblo se
solidarizó entonces con el disminuido y se armó un pandemónium. Menudearon los
manifiestos, las algaradas y algunas detenciones. En medio de esa barahúnda
irracional y folclórica surgió como una tromba la insólita figura de una mujer
con arrestos de montonera novecentista, La Tomasona, encorajinada chola
chinchana que bandera en mano y montada sobre un borrico tomó partido al lado
del cura La Torre y jaqueó durante varios días al rival Zegarra, al comisario y
al subprefecto, causando el rápido traslado de este a otra provincia. Poco
tiempo después la Tomasona volvería a la carga, convertida en
entusiasta sanchezcerrista en 1930.