sábado, 28 de diciembre de 2013

Chincha: recuerdos del cuarenta Por: José A. Pérez Ríos


Necesaria explicación:
Este texto fue leído en el acto celebratorio de un aniversario más de la fundación del Club Chincha en Lima, en 1998. Es en realidad una crónica histórica, una  visión minuciosa de cómo era Chincha en los cuarenta, cuando los hombres de mi época éramos niños, a ello se debe la aparente confusión de los tiempos pasado y el presente en la redacción y otros detalles menores. Lo dedico a: José Rolando Avilés Márquez, viejo amigo del colegio y chinchano ejemplar; Abraham Quispe Lévano, querido ex condiscípulo, periodista y empresario; Alberto Mórtola Aburto, también periodista y noble y buen amigo: allá va:
La década del cuarenta es, según creo, la más trascendente y de mayor significación en la historia de Chincha. En los años cuarenta se dan en nuestra provincia muchos cambios y actitudes que varían notoriamente la vida de la ciudad capital y la de todo el conjunto. Llegan expresiones de la modernidad de esos años, la participación de la población en la vida colectiva se hace más visible y comprobable; decaen algunas costumbres y emergen otras absolutamente novedosas. Chincha da paso a una nueva época y los chinchanos se identifican con ella, atraídos por lo que ocurría en Lima, pero también por lo que acontecía en el mundo.
En los años cuarenta se hace presente la seguridad social en Chincha con la construcción del hospital llamado en esa época obrero, inaugurado en 1946 por el presidente Bustamante y Rivero. Chincha se integra a la radiotelefonía nacional con la instalación en 1944 de la antena de Radio Chincha, la voz de la alegría, empresa creada por el entonces senador Rómulo Jordán Cánepa, que tuvo como primer director al señor Guillermo O'Hara. En 1949 se funda la Salvadora Chincha N° 1, nuestra primera y hasta hoy única compañía de bomberos, con la entusiasta participación de don Manuel Bardelli Cassaretto. En 1944 se dan las leyes de creación de los distritos de Sunampe y Grocio Prado, cuyos pobladores esperaban el cumplimiento de viejas promesas que venían desde la década del veinte. Grocio Prado ocupa todo lo que en esos años era el valle de San Pedro de Ñoco Bajo. En 1949 se funda la Asociación de Artistas Aficionados de Chincha, impulsada por el entusiasmo de don Juan Avalos Torres, los hermanos Eduardo y Carlos Bernaola, Carlos Silva Luyo, Eva Pereyra, Consuelo Rojas y un puñado de amantes del arte histriónico. En 1946 llega a Chincha la educación técnica con el Instituto Nacional Industrial. En 1947 se hace un apurado y mal ensayo de reforma agraria en la exhacienda Hoja Redonda, cuando era ministro de agricultura el ingeniero Rose Ugarte. Siguiendo un programa nacional, la Junta Municipal Tansitoría crea el estanquillo para el expendio racionado de víveres y otros insumos. Los chínchanos conocen recién las colas y algunas carencias. La oficina chinchana de la Sociedad Nacional Agraria abre en 1948 otro centro de expendio de alimentos y productos de primera necesidad con el nombre de la La Abastecedora. La niñez ocupa la atención de una de las juntas transitorias y se construye el Parque Infantil de la Avenida Pardo, al que concurrían los domingos decenas de niños para jugar en los toboganes y columpios. Por iniciativa de la regidora Amalia Herrera de Venturo, que fue la primera mujer chinchana dedicada a funciones edilicias, y ocupaba en 1946 la inspección de Biblioteca y Cultura, la Célula Residencial Aprista de Chincha  obsequia a la Biblioteca Municipal una importante cantidad de colecciones de libros que incrementan el pequeño material existente.
Empiezan a hacerse conocidos en el fútbol limeño los nombres de Félix y Roberto (Chupón) Castillo, Cornelio Heredia (Chocolatín) y Máximo Mosquera (Vides), ágiles morenos de San José y el barrio de Dos Puentes que pronto alcanzan notoriedad. En 1951 muere en Lima - y en olor de multitud José Coronado Solano (Bom Bom), víctima de cruel enfermedad a causa de una vida de desenfreno y bohemia, pero en 1949 sube por primera vez al ring del añoso escenario de la calle de los Gallos o Camal, un negrito de dieciocho años de edad, espigado, mansurrón y de voz aflautada, Mauro Mina Baylón, que en la década siguiente haría una carrera deportiva sin antecedentes en el boxeo nacional y se aproximaría al campeonato mundial en su categoría . Un grupo de vecinos de la antigua avenida del Ejército, hoy Benavides, y otros viejos chínchanos entre los que no faltaban algunos italianos de la primera generación fundan en 1942 el Club de Bochas Montecarlo; se comenta que el nombre lo sugirió don Narciso Vicuña Cabrera, uno de los fundadores.
Los Intimos y la orquesta de los hermanos Huamán compiten en las reuniones de todas las clases sociales. Alberto Musso López al frente de sus íntimos hace las delicias de los jaranistas con el ágil juego de sus manos sobre las cuerdas de las guitarras; Juan Huamán, por su lado, encandila a los bailarines con sabrosas polcas y acompasados ritmos caribeños: la competencia es larga y reproductiva para los dos conjuntos. Surge un compositor talentoso y de gran inspiración que hace brillar la estrella de Chincha con el mismo fulgor con el que lo hacían los futbolistas, atletas y otros comprovincianos que sobresalían en diversas actividades: es Erasmo Díaz Yuiján que con su celebrado vals Cariñito se apodera de todas la radioemisoras de Lima y del país, dando carácter a una época de la música criolla.
La década del cuarenta es la que reúne el mayor número de alcaldes provinciales. Fueron seis. Cinco tenían ancestros italianos. El más duradero fue Pablo Solari que ejercía desde 1936, en tanto que Carlos Dónola sólo permaneció ocho meses.
Los intelectuales chínchanos -que no eran numerosos aunque sí cultivados y sensibles-, produjeron en esos años dos libros. Uno fue Escuelas, Colegios y Escuelas, Colegios y Universidades de Luis F. Solari, por entonces alumno de la Facultad de Derecho de San Marcos; el otro se llamó SOS, ensayos pedagógicos, de Carola Bermúdez, impreso en un taller ubicado en la calle Moquegua de la ciudad de Ica. El libro de Carola fue saludado por el doctor José Antonio Encinas en carta publicada en el diario Lucha.
Pero el más formidable hecho, con connotaciones de gran fenómeno urbano, fue sin duda el comienzo de la sistemática y bien dirigida invasión de la pampa de Ñoco, con la participación de decenas de familias modestas y desposeídas, bajo la batuta de caracterizados dirigentes apristas. Se decía por aquellos años que la ocupación parcial de la pampa era sólo una provocación que hacían determinados dirigentes del aprismo chinchano a la familia Jordán Cánepa, probable propietaria de largas extensiones y enemiga recalcitrante del partido de Haya de la Torre. Pero este supuesto decae ante la magnitud del hecho, que es históricamente el comienzo de lo que es hoy el vigoroso distrito de Pueblo Nuevo, urbanísticamente tres veces mayor que la ciudad de Chincha Alta,
Al empezar el cuarenta Chincha Alta era una ciudad típicamente burguesa. Su composición social, sus usos y costumbres, el ritmo y naturaleza de sus actividades ofrecían el perfil de una colectividad humana detenida en el tiempo. Tenían primacía en la vida provinciana el trabajo de la tierra y la producción de licores. En lo primero, el cultivo del algodón había desplazado aceleradamente al de la vid, conservándose un margen para la producción de frutales, granos y hortalizas; en lo segundo, la elaboración de vinos y aguardientes había ido en aumento, en la misma medida en que desaparecían innumerables hectáreas dedicadas a viñedos.
Las clases sociales estaban claramente definidas entre los dueños de la gran propiedad agraria, en los que se contaban muchos bodegueros; la clase media compuesta por pequeños propietarios, profesionales y muy limitada empleocracia; y el proletariado integrado por trabajadores del campo y artesanos diversos. La producción, evidentemente, satisfacía la demanda del mercado; no se conocía la escasez ni mucho menos el pauperismo. La ausencia de algunos productos elementales a partir de 1946, hoy lo sabemos, fue una maniobra montada por el conservadorismo peruano para apresurar el derrocamiento del régimen del doctor Bustamante.
Los grandes terratenientes vivían en Lima y visitaban sus propiedades tres veces al año. La conducción de sus feudos se entregaba a administradores y caporales de confianza que daban cumplida cuenta de cosechas y otras transacciones. Los chacareros que permanecían en Chincha hacían una vida de círculo con las autoridades de turno y algunos profesionales que eran sus rendidos colaboradores. Mantenían cierto egoísmo y desaprensión frente a la provincia y a la colectividad, y esporádicamente buscaban el lucimiento personal participando en alguna obra social. Los signos de este grupo de poderosos eran el desdén y su terca renuencia a reinvertir en Chincha. El dinero iba a Lima o, en ciertos casos, a los bancos extranjeros.
La mediocridad de la burguesía le hacía sentirse una élite con derechos especiales y patentes de las que sólo ella podía disponer, haciendo tabla rasa de legislaciones y ordenanzas, y sirviéndose para su satisfacción y abusos de autoridades y funcionarios genuflexos y venales que permitían toda clase de excesos.
Persistía entre las clases proletarias una disposición a la mansedumbre y a la sumisión, debilidades que los patrones explotaban con astucia, sacando abusivas ventajas. La estructura mental de la clase burguesa, en la que figuraban algunas celebridades que sólo conocían el colegio de refilón, era pobre, limitada y ajena a toda manifestación culta. El ambiente cultural que Chincha había vivido hasta los años treinta ya quedaba solamente en el recuerdo al empezar 1941. Las escasas manifestaciones culturales o la solitaria presencia de intelectuales eran nada más que fogonazos en medio de una oscuridad preocupante. La limitación cognoscitiva de la burguesía llegaba hasta la vida religiosa, en la que se hacían distinciones o se establecían fronteras para el culto. Las procesiones de semana santa, por ejemplo, eran para la cholada y de ellas se rescataba la del santo sepulcro, considerándosele como de la élite. Igual sucedía con la procesión del Corpus Christi, que en el criterio de la burguesía era de blancos, con visible prescindencia de la gente poblana. Dentro de las congregaciones religiosas ocurría otro tanto y de ellas solamente se escogía a la de la Virgen del Perpétuo Socorro, considerándose a las demás -Incluida la Orden Terciaria de San Francisco-, como de la gente no importante. Quienes discriminaban de esta manera olvidaban, aparentemente, que en muchos casos tenían en su generación anterior zambos y naturales a los que negaban u ocultaban. Además, nunca pudieron demostrar con inteligencia, en qué eran importantes.

El criterio excluyente con el que se hacía la vida religiosa tenía un antecedente de violencia que pudo cobrar perfiles trágicos en la década del veinte. La clase burguesa ahondó con torpeza la rivalidad entre los curas La Torre y Zegarra, que se disputaban la parroquia de Santo Domingo, Los curas, que no eran mancos ni mudos, se enfrentaron por periódico y públicamente. Los ricos y su corte apoyaban a Zegarra vapuleando al pobre La Torre que carecía de padrinos. El pueblo se solidarizó entonces con el disminuido y se armó un pandemónium. Menudearon los manifiestos, las algaradas y algunas detenciones. En medio de esa barahúnda irracional y folclórica surgió como una tromba la insólita figura de una mujer con arrestos de montonera novecentista, La Tomasona, encorajinada chola chinchana que bandera en mano y montada sobre un borrico tomó partido al lado del cura La Torre y jaqueó durante varios días al rival Zegarra, al comisario y al subprefecto, causando el rápido traslado de este a otra provincia. Poco tiempo después la Tomasona volvería a la carga, convertida en entusiasta sanchezcerrista en 1930.

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