Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
Si hoy les quiero hablar sobre el Egotismo, y
no, no me equivoqué al escribir. No estoy escribiendo mal la palabra egoísmo.
Hoy quiero hablarles sobre el egotismo, con “t”. El término egotismo se acuñó
en el siglo XVIII. Algunos autores consideran que el egotismo es una versión
socializada del narcisismo, ya que las personas egotistas necesitan darse importancia
y ser elogiados. Las personas egotistas son capaces de negar la realidad con
tal de hacer ver que nunca se equivocan. Tienden a invalidar la experiencia o
la opinión de los demás y, además, son insistentes y tienen un gran poder de
convicción. Los egotistas no asumen la responsabilidad de sus actos. La
principal diferencia entre egotismo y egoísmo es que las personas egoístas
anteponen sus propios intereses a los de los demás, mientras que las personas
egotistas tienen una necesidad constante de hablar de sí mismas
Vivimos en una era donde la
exposición personal parece ser sinónimo de éxito y aprobación, un tiempo en que
el término “ego” ha dejado de ser una palabra para convertirse en una fuerza
determinante en nuestras vidas. Las redes sociales, el deseo de reconocimiento,
y la búsqueda constante de validación pública han dado lugar a una tendencia
que podría calificarse como el nuevo “pecado capital” de nuestros tiempos: el
egotismo.
El egotismo, a diferencia del ego bien gestionado que impulsa a las personas a alcanzar sus metas con seguridad y propósito, representa una distorsión narcisista de la percepción personal. Esta actitud lleva a la sobrevaloración de las propias opiniones, deseos y logros, mientras se menosprecian o ignoran las aportaciones y necesidades de los demás. Desde figuras públicas hasta personas anónimas que construyen una marca personal a diario, esta tendencia nos lleva a comportarnos como si el mundo fuera una extensión de nuestra personalidad.
El Egotismo y la Sociedad de la
Comparación
En redes sociales, el egotismo se
ha convertido en un arma de doble filo: por un lado, permite que individuos
compartan aspectos de su vida, logros y experiencias; pero por otro, refuerza
un círculo vicioso de comparación constante, en el que solo se muestra la
versión idealizada y, muchas veces, irreal de la vida. La narrativa de "mi
éxito, mi verdad, mi identidad" se vuelve el epicentro de nuestras
interacciones, y en esta obsesión por el “yo”, se diluye la empatía y la capacidad
de ver más allá de la propia burbuja.
Esta exaltación individualista
afecta incluso a nuestras relaciones interpersonales, en las que las personas
parecen haberse vuelto actores secundarios en sus propias historias, moldeados
y juzgados en función de cuánta atención puedan otorgar a los triunfos de
otros. Así, las interacciones se vuelven transaccionales y calculadas, medidas
en términos de beneficios personales, en
lugar de ser fuentes genuinas de conexión y apoyo.
El egotismo, lejos de limitarse
al ámbito personal, también impregna los ambientes profesionales y académicos.
En los espacios de trabajo, por ejemplo, quienes caen en esta trampa del
egotismo tienden a priorizar su propia reputación y logros sobre el éxito
colectivo, lo cual puede desencadenar conflictos internos, falta de
colaboración y una cultura de desconfianza. La insistencia en ser visto, en
destacar sin importar los costos, destruye la cohesión y socava los objetivos
comunes.
En el ámbito académico, el
egotismo se refleja en la idea de que el conocimiento es un vehículo para
alimentar el estatus personal y no una herramienta para el crecimiento
colectivo. Esto no solo limita el desarrollo de la comunidad académica, sino
que también impide la creación de una cultura de innovación y aprendizaje
constante, pues cada éxito personal es magnificado a costa de la colaboración y
el intercambio de ideas.
La pregunta entonces es: ¿qué
podemos hacer para contrarrestar esta ola de egotismo? La respuesta, si bien
sencilla en teoría, requiere un esfuerzo consciente en la práctica: debemos
redescubrir la humildad, el valor de lo compartido y la importancia de
reconocer los logros ajenos sin que ello demerite nuestra propia identidad.
Aprender a escuchar, a valorar otras perspectivas y a celebrar el éxito
compartido, es fundamental para construir una sociedad más cohesionada y menos
egocéntrica.
Cultivar la empatía y practicar
la introspección son pasos cruciales en este proceso. La capacidad de mirar
hacia adentro y cuestionar nuestros propios motivos nos permite darnos cuenta
de si nuestras acciones están guiadas por el deseo genuino de contribuir o si,
en cambio, estamos impulsados por una necesidad insaciable de reconocimiento.
No es sencillo, pero es necesario, si deseamos construir un entorno donde el
verdadero mérito sea aquel que suma y no el que resta.
El egotismo puede parecer
inofensivo, pero su impacto en la sociedad y en nuestras vidas individuales es
significativo. La transformación, aunque lenta, debe empezar en cada uno de
nosotros, recordando que nuestras acciones, en última instancia, deben buscar
el bien común, no el engrandecimiento personal. Solo así podremos mitigar los
efectos de este reflejo narcisista y construir una sociedad más consciente y
menos centrada en la ilusión del “yo”. En esta era de exposición, el verdadero
poder reside en la capacidad de conectar, de escuchar y de valorar al otro en
su justa medida.
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