Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
Tambien conocidas en redes sociales como trad wives (sobre todo con un
latente boom en TikTok). Han saltado al barco de la viralización una comunidad
de influencers que están reivindicando la estética y los valores de los años
50s en Estados Unidos, con una pronunciada posición antifeminista. Las llamadas
trad wives –organizadas bajo este nombre particular– constituyen un movimiento
nacido en internet, en principio minoritario, pero que ha ido ganando
popularidad e influencia en el discurso público de Estados Unidos y Europa
durante los últimos años. El perfil de una trad wife, a grandes rasgos, es el
de un ama de casa que prefiere servir a su marido y tener hijos e hijas en
lugar de trabajar fuera del hogar. Mujeres cristianas que se oponen al
feminismo, creen en el determinismo biológico que divide la función de hombres
y mujeres en la sociedad y proclaman que las familias merecen reconocimiento
social. Estas mujeres, al igual que los activistas por los derechos de los
hombres, perciben los roles de género como el resultado de la economía del
sexo. La comunidad heterosexual, creen, debería percibirse como un mercado en
el que las mujeres venden sexo y los hombres lo compran. En consecuencia, para
estos grupos el recurso más importante de una mujer es su valor en el mercado
sexual. ¿Se acuerda que hace unas semanas pasada le hablé de cosificación
normalizada? Bueno pues esto último se reduce al famoso argumento de: venderse
al mejor postor, al mejor proveedor. La idea que se forma en las niñas, del
príncipe azul, que para ser valioso, debe proveer, pagar, mantener al 100% a su
damisela, porque eso es lo que ella se merece, ASI marca la sociedad, para que
tú, mujer no parezcas una tonta que “regalas” tu producto, o sea, tu cuerpo.
Conozco mujeres que se sienten victoriosas por haber obtenido un regalo caro o
una buena retribución monetaria de sus parejas, como si su vagina fuera de oro,
o por lo menos ellas creen eso. Y no se dan cuenta que auto cosifican,
ensombradas por un discurso maquiavélico que ellas mismas propagan. Podría
parecer una posición fácil y poco costosa, ofertarte al mejor postor. Pero
aquellas que aspiran a pertenecer a este grupo de esposas tradicionales pagan a
un precio bastante alto, eso de vivir la vida “establecida”. Y el precio no se
cubre con dinero, no, se paga haciendo renuncias y sacrificios. Pagas con el
abandono a tus derechos humanos, a tus ideales, a tu libertad, a tus
principios. Se paga con tu cuerpo, con tu energía, con tus servicios sexuales y
reproductivos. Y entonces el coste psicológico es alto. No hay ningún tipo de
autonomía, por más que te quieran maquillar la cosa. Y eso le conviene bastante
al poder patriarcal. Si tienen un poco de curiosidad y rascan en las historias
de antaño, en esos matrimonios “perfectos y duraderos” casi en todos (en su
mayoría) hay terribles historias de traición, violencia física, violencia
verbal, infidelidad, etc. Y nuestras madres y abuelas aguantaron, porque eso se
les enseñó, y porque eso era ser una mujer completa e “inteligente”. Porque se
les hacía creer que su inteligencia constaba de cuánto podría a pesar de TODO,
retener a su lado al marido para que las siguiera manteniendo, costará lo que
costará, así fuera su integridad, su paz mental o emocional. Muchas incluso,
dicen que dominaron sus sentimientos y emociones y salieron adelante. No se
expongan a ese cuento, la realidad es que están profundamente dañadas y que han
dañado a muchas generaciones a las que dieron a luz. La capacidad de la mujer
de poder elegir, si quedarse en casa, trabajando o criando a sus hijos o ambas
cosas a la vez, es lo que marca este nuevo siglo. No hay que olvidar la lucha
de muchas, para lograr los avances que hemos tenido en la lucha de género.
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