Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
Las redes sociales nos trajo una posibilidad que
muchos no han dejado escapar: Demostrar odio a través del anonimato. El odio se
propaga como pólvora. Hay gente que no llega a entender bien la tecnología que
usa. No ha comprendido lo que es una ciudadanía digital y mucho menos concibe
la responsabilidad que esta acarrea. El hecho de que podemos “ocultarnos” o
creemos que podemos hacerlo, hace florecer en muchos la creencia de que están
hablando con una libertad que traspasa las buenas costumbres y el respeto.
No es lo mismo mandar al infierno a alguien cara a
cara que por medio de unas cuantas palabras escritas y a miles de kilómetros.
Incluso las consecuencias son distintas. Se podría pensar que la digitalidad es
menos impactante, pero la realidad es que las dimensiones de esta, son por
mucho, incomparables, pues el efecto se multiplica y el dicho de uno, se vuelve
el de millones.
¿Qué lleva a una persona a insultar a otra en redes,
cuando no lo haría cara a cara? Definitivamente la primera respuesta es la
impunidad. No hay consecuencias, por lo menos no hasta ahora. Se empieza a
trabajar ya en leyes que tienen que ver con la invasión a la privacidad sexual,
como la Ley Olimpia. Pero el insulto, la concepción de “superioridad moral” con
la que muchos actúan y desprecian, marginan y violentan a otro con discursos
que pueden ser amplificados por otros, distan bastante de regularse. Deberíamos
estar más preocupados al respecto, pero lo increíble es que se podría decir que
hasta se ha normalizado, cuando es realmente escandaloso el hecho de que
cualquiera, pueda violentar emocionalmente a otro por medio de la palabra y
seguir fresquísimo sentado en su sofá comiendo palomitas (por dar un ejemplo
imaginario, pero no alejado de la realidad).
Obvio, el face to face tiene otros detonantes, pero
en este, el cara a cara se protagoniza y eso hace que los efectos tanto de ida
como de vuelta sean más conscientes. Entre los temas disparadores están la
raza, la procedencia, el género, la orientación sexual y la religión. Pero eso
no quiere decir que una simple postura que pueda estar en contra de una
posición, puede desencadenar el mismo infierno.
El anonimato es un abrigo, los perfiles falsos suelen
servir de escape para muchas frustraciones. La posibilidad de creer que no se
tendrán consecuencias es muy atractiva para muchos, que con su falta de empatía
se deshumanizan. El llamado “hate” (odio) ha existido siempre pero se ha
expandido a través de las redes de forma exponencial. Sabemos que existe,
tenemos claro que la “santa inquisición digital” es algo del diario vivir,
incluso se ha declarado el 18 de febrero como día internacional del internet
seguro.
Urge educación y civismo digital. Se necesita estar
más informado e imprescindiblemente, repito, regulado. Ya ve que somos una raza
que ha demostrado una y otra vez (por desgracia) que solo a “trancazos”
aprende.
Comentarios: draclaudiaviveroslorenzo@gmail.com
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