Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
La
hipergenerosidad es un rasgo que no todos tienen y que por lo regular las
mujeres desempeñamos, enfrascadas dentro de esta esfera patriarcal en la que
nos vemos envueltas y que nos conduce a tomar actitudes que solo nos llevan a
soportar y soportar un bornout femenino, que muy pocos perciben como un desequilibrio y que incluso
al ser llevado de forma prolongada, merman peligrosamente la salud mental de
éstas. La filósofa Kate Manne, en el libro Down Girl: The Logic of Misogyny,
describe a este tipo de personas “como aquellas que ofrecen su tiempo,
atención, afecto y cuerpo de forma voluntaria y plácida a la otra clase de
personas, los seres humanos”.
Nos
acostumbran tanto a estar al pendiente de todo y de todos, que nos olvidamos de
nosotras mismas y al querer detenernos o tomar tiempo y espacio para nuestro
ser, nos atacan sentimientos de tristeza o culpabilidad, al no poder sentir que
podemos tener todo bajo control como “deberíamos”.
Lo
importante de entender este concepto es, poder detectarlo y trabajar en él para
salir del tremendo sentimiento de estar quemadas. Vivir en la hipergenerosidad
nos provoca un estrés constante, porque nunca se acaba y nunca se logra estar
plenamente con sí mismo. Y cuando hablo de poner atención al sí mismo, no se
trata de hacer dieta y ejercicio y comer saludable, se trata de entender el
propio ser desde el rasgo más simple. De aprender a confiar, a agradecer, a
auto compadecerse sin afán de tragedia, al contrario. De tener certeza de que
la versión que logramos ser de cada día, es la mejor versión que pudimos
desempeñar y por lo tanto, sentirnos orgullosas de ella.
Hay
que dejar el pánico a perder el control sobre las cosas y enfrentar al miedo de
controlarnos nosotras mismas en la plenitud del auto aceptación y la felicidad
que esto nos provocará. Nuestra versión de hoy es la mejor. La de ayer lo fue y
la de mañana lo será.
Confiemos
en lo que somos, en nuestros límites (los cuales son tan importantes como los
de otros), aprendamos a ser amables con nosotras. Dejemos a un lado el auto
exigencia. Aprendamos a pedir ayuda sin condenas. Pero sobre cualquier cosa:
seamos felices con lo que somos. Reconozcamos nuestro valor y no andemos por el
mundo queriendo “ganar” un lugar en base a “proezas” que puede que nadie
valore. Seamos generosas con nosotras mismas, ahí está el real comienzo.
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