viernes, 7 de mayo de 2021

Los murciélagos y el inconsciente de Alto Larán

 Por: Giuliano P. Milla Segovia

Mi parada por Alto Larán fue casual. Mi destino era El Carmen, pero ante la infraestructura colonial de la Iglesia que, se dice perteneció a los jesuitas, y los tentadores comentarios de mi compañera, no dudé en bajarme de la bicicleta. No me sorprendió encontrarla abandonada, por lo que recuso a cualquier tipo de asombro políticamente moral ante la negligencia gubernamental. Su desolación, más bien, lejos de desconcertarme, estimuló mi interés por penetrar en sus recovecos y atravesar alguna que otra puerta, que no dejaban de recordarme a Las Puertas de la Percepción, cosa que ahora me parece razonable por la sensación de elasticidad del tiempo y absorción del espacio que se tiene al estar allí, caminando por sus interiores, con rumor a secreto.

Esta Casa Hacienda, depredada por la misma historia, hizo que piense en un juego online llamado ‘99 rooms’ que descubrí cuando tenía 15 años, porque sus cuartos al igual que el sofocante y claustrofóbico juego, sugieren la vivencia desierta del vacío. Y sus colores, entre verdosos y turquesas, despiertan un sentimiento baldío que no encuentra más referente que la nada misma.

Antes de ingresar en las habitaciones, unos niños que jugaban dentro me dijeron que ‘Momo’ estaba allí. “¿Momo está ahí?” les dije. “Sí”, respondieron, “tengan cuidado con Momo” fue lo que respondí. Me pareció singular cómo El Cucu es reemplazado por Momo, aunque mi 99 rooms no estaba lejos de esa diferencia generacional. Sin desviarnos de esta parte, de repente se podría ver este diálogo con los niños como un “miedo tonto” que el adulto debería de haber neutralizado con, se me ocurre, “tranquila hijita, no pasa nada”, pero pensé en la necesidad de la experiencia del terror que cuando niños seguro muchos de nosotros ha experimentado, si es que no de adultos. Solamente que ante la ausencia de un cine con una cartelera como “It”, tenemos una crepitante hacienda abandonada cuyos pasillos convocan a las potencias subterráneas del inconsciente. Luego, otro niño dijo sorprendido “hay murciélagos adentro”, otra vez sumándome a esta camaradería del horror, dije “tengan cuidado con los murciélagos”. Ya en el interior, lo primero que llamó mi atención fue un pasadizo con un descenso que parecía llevar a un túnel. La oportunidad de bajar para averiguar qué había me impulsó a descender algunos escalones hasta meter casi la totalidad de mi cuerpo en el hueco. De pronto, un murciélago o varios aletearon con fuerza a un metro de mi rostro, al instante y sin dudarlo, salí ahuyentado. ¡Caray! Estos Momos con alas infernales sí eran verídicos.

Arriba esperaban mis audaces compinches, que conocían con destreza bélica el terreno. Cuando yo me dirigía a una habitación y llegaba, ellos ya estaban ahí pese a haber estado conmigo segundos antes en otro espacio. Se movían con la agilidad de un fantasma. Luego de un buen rato de ser examinado por los vigías infantiles, todos éramos un mismo regimiento. Con las miradas, parecían indicarme a donde ir. No hacían falta las palabras, sus señales me llegaban muy bien dentro de este código de silencio, protegido por la melodía lúgubre de la callada Casona.

Cuando estuve en las ruinas de la Iglesia Colonial, subí por un flanco con aspecto medieval con uno de esos estrechísimos pasajes por donde pareciera que Quasimodo subirá a tocar las campanas de la Catedral de Notre Dame. Más aún, la presencia de mi infantil compañía le dio un cariz literario a este momento. Pero en vez de gárgolas, encontré ángeles vigilantes, que por su deterioro, eran más bien, ángeles caídos. Y, a pesar de los destellos del sol, las figuras angélicas contagiaban un frío de mármol que recordaba más un cementerio que el paraíso.

Una vez leí a una psicoanalista que decía que cuando las lucen de la civilización se apagan y la mente racional está dormida, el Diablo vuela por la noche como los murciélagos. Yo agregaría que, este apagón cultural, da lugar a excrecencias humanas y naufragios cívicos. Quizás, mirar la oscuridad de la cultura y dejar que se muevan los contenidos del inconsciente, sea un primer paso para reconocer nuestra sombra colectiva y así, poco a poco, iluminar el terreno que los murciélagos nos ganaron.

Comentarios: gmillaseg@gmail.com

Sígame en mis redes:

Facebook: Giuliano Milla Segovia           Fanpage: @InquietumCor

Ig: giulios12   


 

0 comentarios:

Publicar un comentario

Con la tecnología de Blogger.