Por Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
Tener un titulo doctoral y escribir dos
libros no te hace inmune a la violencia. En esta sociedad del siglo XXI por
increíble que parezca las mujeres vivimos sorteándola a cada paso que damos. El
patriarcado tiene escrito en letras de oro que nosotros somos las culpables y
ante eso, debemos luchar cada día de nuestras vidas, todas aquellas que nacimos
mujeres. Me he divorciado dos veces, de dos hombres “estupendos”, el primero me
llamaba “gorda”, desde que fuimos novios, yo pesaba 54 kilos, con 1 metro con
62 centímetros de altura, a los 17 años, ese era su apelativo de cariño, lo
chistoso es que yo, aunque no soy la más delgada, siempre he sabido mantenerme
de una y otra forma, y él ha llegado a pesar hasta 100 kilos, y siempre ha
tenido problemas con el sobrepeso. El segundo exponía su amor por mi por todo
lo alto, me llamaba el “amor de su vida” pero siempre mantuvo citas a
escondidas con su ex novia y con cuanta mujer buscaba por redes sociales, o
amigas del trabajo, o prostitutas y al verse sorprendido lloraba como niño y
pedía perdón, cocinándome los más deliciosos platillos y remendando los
pantalones de mis hijos (que no son sus hijos) y personificando al marido
perfecto. Yo también he sufrido violencia. Ser una cabeza pensante, no es
impedimento para ser una víctima. La sociedad encubre y “suaviza” los latigazos
de tal manera que muchas veces, he llegado a pensar que quizás yo he exagerado
o yo he sido la violenta. Desde niña me educaron con mucho cuidado, recuerdo
que cuando tenía aproximadamente 5 años (y lo recuerdo perfecto) saliendo del
cine que estaba en la calle Díaz Mirón y Altamirano, vi salir a un cadete de la
Heroica Escuela Naval, enfundado en su faena de gala, llevando del brazo a una
chica y me llamó tanto la atención que se me ocurrió decirle a mi mamá que me
llevaba a mi de la mano, que de grande, quería casarme con alguien como él, a
lo que mi mamá respondió: “que para que un chico como ese se fijara en mí,
debía ser una muy buena señorita”. Ja! Una “buena señorita” para “merecer un
gran hombre”. Tengo amigas que pintan matrimonios felices, encumbrados de
infidelidad y faltas de respeto a mil, pero les encanta sentirse las “señoras”
con familia feliz y ahí siguen en su infierno maquillado.
De jovencita me encantaba usar minifalda y no
me faltó vivir la escena de tener que enfrentar a un enfermo tocando sus partes
íntimas cerca de mí, pero cuando lo contaba en mi casa, me decían que era mi
culpa por vestir como vestía.
Siempre me gustó estudiar y conocer, tenía
sueños. Cuando cumplí 15, me forzaron a vestirme de muñequita de pastel y
bailar un vals, aunque mi ilusión era viajar por el mundo, pero en casa, se
decidió gastar el dinero en una fiesta por todo lo alto, en lugar de pagarme un
billete de avión para ir a Europa. Para cuando cursé la universidad, ya me
había encontrado al Cadete de “mis sueños” y aunque obtuve el segundo lugar de
la generación en excelencia académica, nadie me tomaba muy enserio, pues
algunos maestros, decían que era una MMC (mientras me caso). El cadete era un
novio envidiable. Y sí, me casé de 22, y a los 24 tuve mi primer hijo con el
militar, mi mamá decía que ya estaba muy vieja y que me estaba tardando. Casi 5
años después tuve mi segundo bebé, dentro de un matrimonio monótono, donde mi
espectacular marido, siempre me pedía que no intentará “ponerme a su nivel”. La
historia parecía perfecta, no me faltaba nada económicamente, pero el requisito
era ser muñeca de aparador, esperar y esperar a que el regresara de algún curso
o encomienda, bordar, hacer repujado, jugar naipes y platicar mensualmente en
los desayunos de señoras, de las proezas de mi esposo y sus últimos ascensos, o
de cuando me cambiarían el auto por uno más nuevo y caro, y de lo sanos que
eran los niños. No se hablaba de trabajo, de estudio, vaya ni de las noticias del
día, porque para qué… si el sueldo seguro estaba y debía sentirme afortunada de
vivir en esa espectacular esfera. Cuando decidí divorciarme fui señalada,
primero por mi propia familia, y luego obvio, por los más allegados. Está loca,
como se atreve a dejarlo todo, por querer trabajar y seguir estudiando. Y
callé, callé las infidelidades, los abandonos, hasta la eyaculación precoz del
que era mi marido, la cual nunca quiso tratarse, porque no tenía tiempo y
porque pues, “¿ni que nunca hubieses tenido un orgasmo Claudia, cual es el
problema?”. Y cuando uno calla, y se hecha la culpa, empieza a ser violenta con
uno misma. Porque que mala mujer eres cuando reclamas igualdad. Lo malo es que
nadie quiere reconocerla. Porque para ser una verdadera mujer, tienes que tener
un poco, o muchos rasgos de mártir. De madre “luchona” de esas súper dignas,
que le quitan la responsabilidad al macho que les engendró una criatura, en el
cantar de “yo puedo sola” y no se dan cuenta de que están ayudando a seguir
fomentando hombres irresponsables que no crían, que no cuidan y que por proveer
unos pesos, creen que cumplen con una función, que las mujeres apechugamos al
100% “porque la sociedad marca que una verdadera madre jamás abandona, el padre
puede hacerlo, porque pues, “ya sabes como son los hombres, pero los hijos, los
hijos son de una y contra eso nada”. No amamanté y eso me hizo ser “una mala
mamá” No pude y fue un trauma, porque, cómo no vas a poder, si todas pueden,
que bárbara no aguantas nada. Y no, no pude, lo intenté por todas las formas,
pero no pude y tuve que aguantar de nuevo la señalización y la etiqueta de
“mala mujer, de mala madre” que le niega el pecho a su criatura. El padre de mis
hijos los ve una vez al año, cuando su trabajo y “su ocupada vida” se lo permite,
pero a él, nunca he visto que ni la sociedad ni el juez le diga nada, porque él
cumple con el porcentaje de su sueldo. Pero yo también y además con su cuidado
a tiempo completo. He ahí la diferencia y otra vez la desigualdad. Además de
que he tenido que librar batallas por años en el juzgado luchando porque el
señor enfatiza por lo alto que recibo demasiado dinero, pero yo no puedo
enfatizar que el a mis hijos nunca les ha dado el tiempo, la educación ni el
cuidado debido.
Cuando creí que empezaría a ser libre, se me cruzó el segundo, y la cosa se encrudeció. Guapo, con sonrisa maravillosa y cariñosísimo, pero muy enfermo de inseguridad. Me ayudaba en todo, profesionalmente crecí y él siempre se encargo de estar ahí para llevarme a todos lados, para “acompañarme”, para “cuidarme”. Siempre cerquita. Era el primero en aplaudir, pero siempre que estaba delante del micrófono dando una conferencia, lo veía sentado en la tribuna, texteando desde su celular. Y la historia era sin fin, una y otra vez, me aplastó con sus infidelidades. El 16 de diciembre de 2016 me condecoraron en el Congreso de la República del Perú y se podría pensar que fue uno de los días más felices de mi vida. No fue así. Mientras me ponían una medalla, yo solo veía la sombra de un hombre sonriéndole al celular y yo estaba tan enferma que lo disimule, y todavía lo disimule 3 años más. Porque solo una “loca” podría pensar en dejar todo lo que ese maravilloso hombre le daba. Hasta que me fui. Y el día que lo hice. Empecé a descubrir, que no necesito que nadie me dé nada. Y por supuesto el día que me fui, enseguida no faltó quién dijo que la responsable de todo lo malo soy yo, por no saber elegir, entonces yo tengo la culpa también del segundo “fracaso”. ¿Pero acaso no es más fracaso vivir violentada? Por favor no crean al leerme que estoy dejando de lado mis responsabilidades, y que no tengo claro, que mis decisiones también están inmiscuidas en mis experiencias. Pero eso no quita, que los contextos y las atmósferas en que se han dado han estado llenitos de machismo y violencia. Nos enseñan desde pequeñas falsos estereotipos, en los cuales caemos y repetimos porque nos taladran que así es la vida. Que es muy duro tener que ser diferente y creer en uno mismo.
Defendiendo tu postura, la cual a más de uno
espanta. Porque si se habla de libertad, de la real, los demás no saben como
entenderla. Es más fácil para la mayoría seguir por el camino del aguante, y
no, nadie tiene ni debe porque aguantar nada. Ni un hombre ni una mujer. Y
aunque nos llamen ultra feministas, debemos estar muy atentas a toda aquella
manifestación “superflua” de violencia, que ronda a nuestro rededor. Desde la
música, el baile, la literatura, la publicidad, las redes sociales que son la
“santa inquisición de nuestro siglo”. Debemos estar atentas y luchar, y muchas
veces por desgracia, hasta luchar contra propias mujeres que no se han dado
cuenta de lo manipuladas que son por los estándares. A todas mis hermanas de
género les pido reflexión y libertad. Cero juicios contra la de lado y sí, más
apoyo. También a las que criamos futuros varones, mucha visión para generar
cambio. Si se puede lograr todo lo que uno sueña, quizá no al pie de la letra,
pero si se puede. Es cosa de esfuerzo, sacrificio, empeño y dirección. A pesar
de todo me siento en lucha y con cada vez más ahínco de seguir viviendo
plenamente y ahora ¿porqué no?, inspirar a otras a saber decir no. Pero más que
decirlo por decir, a estudiar, a cultivarse, observar, a respetarse y sobre a
identificar donde no debemos estar, sabiendo tomar decisiones para nosotras y
solo por nosotras. Sé que el instinto muchas veces maternal, nos sofoca o hasta
nos pierde. Pero también sé que nadie como nosotras para luchar porque si algo
somos es valientes.
Por favor si ha terminado de leerme o
escucharme, no se atreva a pensar: “pobrecita, cuantas cosas le ha pasado, la
apoyo”. No. No le he expuesto parte de mi vida para eso, lo he hecho para que
usted sea valiente y ahora reconozca la suya. Este es un ejercicio de sororidad
y coherencia. Y cuidado con ser débil y refutar que no ha pasado por ahí.
Porque usted sabe, que todas alguna vez hemos sufrido violencia.
#Todasalgunavez #Noalaviolenciadegénero
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