Por: Raúl
Sotelo L.
Como si fuéramos unos potentados que nos sobraba
el dinero, contratamos un auto ex-preso a Lima, ida y vuelta, para darnos el
lujo de presenciar el encuentro boxístico entre nuestro crédito Mauro Mina
versus el norteamericano Eddy Cotton, en el Estadio Nacional. Algunos ni
conocían la capital, y al más puro estilo provinciano, cada uno cargó su
cartucho con abultadas butifarras para el camino.
La
expectativa justificaba nuestras emociones porque el ganador de la pelea seria
uno de los candidatos a disputar el título de campeón de los semipesados a
nivel mundial, y, como aperitivo, escuchar el estreno del vals criollo
«Chincha, cuna de campeones» en las voces de los Embajadores Criollos. Es
decir, encontrar formidable cartel deportivo-musical esa noche, imposible.
Todas las
gargantas que tronaron en el coloso de José Díaz, eran chinchanas. «Mauro,
Mauro. Mauro, Mauro»; eran ecos sonoros que retumbaban en las tribunas. Los
limeños se entusiasmaron y se plegaron al griterío.
Cotton
no era un «paquete» como peleador,
y, por momentos sus puños remecieron al «Bombardero de Chincha», pero cedió
ante el empuje y fuerza de nuestro campeón. Que al final ganó por puntos
merecidamente.
La numerosa caravana de chinchanos emprendió
el retorno, felices hasta el extremo. Los seis amigos que vivíamos a lo largo
del Pasaje Ríos, con nuestros ahorros gastados en el viaje, quedamos exhaustos
de tanto regocijo. Era como un sueño haber sido testigos de la hazaña de
nuestro comprovinciano, elevado a la categoría de un futuro campeón.
Mauro Mina
acaparó nuestra obligada, conversación en la esquina de nuestras tertulias
acostumbradas, y sin darnos cuenta el amanecer nos cayó encima. Eran las 7 de la
mañana, y cada uno ingresó a su domicilio con una sonrisa de complacencia que
no se borró por mucho tiempo.
Miré
fijamente mi alcancía vacía, y me dije: «NO IMPORTA, MISIO, PERO VI GANAR A
MAURO MINA ANTE 40 MIL ESPECTADORES”.
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