En la Solemnidad de Corpus
Christi, el Santo Padre recuerda en su homilía que, “Jesús en la Eucaristía
se hace cercano a nosotros”, y por ello nos invita a que, ¡no dejemos solos a
quienes están cerca de nosotros!
El Pontífice, comentando la primera
lectura que la liturgia presenta en esta Solemnidad señaló que, “la Sagrada
Escritura se nos dio para evitar que nos olvidemos de Dios. ¡Qué importante es
acordarnos de esto cuando rezamos!”. Por ello, afirmó el Papa, es fundamental
recordar el bien recibido: si no hacemos memoria de Él nos convertimos en
extraños a nosotros mismos, en “transeúntes” de la existencia. “Sin memoria –
precisó el Santo Padre – nos desarraigamos del terreno que nos sustenta y nos
dejamos llevar como hojas por el viento. En cambio, hacer memoria es anudarse
con lazos más fuertes, es sentirse parte de una historia, es respirar con un
pueblo. La memoria no es algo privado, sino el camino que nos une a Dios y a
los demás”.
“Cuando el día de mañana te
pregunte tu hijo: ¿Qué son esos mandatos […] que te mandó el Señor, nuestro
Dios?, responderás a tu hijo: Éramos esclavos […] y el Señor hizo signos y
prodigios grandes […] ante nuestros ojos (Dt 6,20-22)”. En este contexto del recuerdo y de la memoria, el Papa
Francisco se pregunta: ¿qué pasa si la cadena de transmisión de los recuerdos
se interrumpe? ¿Cómo se puede recordar aquello que sólo se ha oído decir, sin
haberlo experimentado? Y responde diciendo: “Dios sabe lo difícil que es, sabe
lo frágil que es nuestra memoria, y por eso hizo algo inaudito por nosotros:
nos dejó un memorial. No nos dejó sólo palabras, porque es fácil olvidar lo que
se escucha. No nos dejó sólo la Escritura, porque es fácil olvidar lo que se
lee. No nos dejó sólo símbolos, porque también se puede olvidar lo que se ve.
Nos dio, en cambio, un Alimento, pues es difícil olvidar un sabor. Nos dejó un
Pan en el que está Él, vivo y verdadero, con todo el sabor de su amor”. Y como
dice la Primera carta a los Corintios, «cuando lo recibimos podemos decir: ¡Es
el Señor, se acuerda de mí!. Es por eso que Jesús nos pidió: Hagan esto en
memoria mía».
“La Eucaristía no es un simple
recuerdo, sino un hecho; es la Pascua del Señor que se re-nueva por nosotros.
En la Misa, la muerte y la resurrección de Jesús están frente a nosotros. Hagan
esto en memoria mía: reúnanse y como comunidad, como pueblo, celebren la
Eucaristía para que se acuerden de mí. No podemos prescindir de ella, es el memorial
de Dios. Y sana nuestra memoria herida”. Señaló
el Pontífice, la Eucaristía cura nuestra memoria huérfana. Muchos tienen la
memoria herida por la falta de afecto y las amargas decepciones recibidas de
quien habría tenido que dar amor pero que, en cambio, dejó desolado el corazón.
“Nos gustaría volver atrás y cambiar el pasado, pero no se puede. Sin embargo –
precisó el Papa – Dios puede curar estas heridas, infundiendo en nuestra
memoria un amor más grande: el suyo. La Eucaristía nos trae el amor fiel del
Padre, que cura nuestra orfandad. Nos da el amor de Jesús, que transformó una
tumba de punto de llegada en punto de partida, y que de la misma manera puede
cambiar nuestras vidas”. “La Eucaristía nos comunica el amor del
Espíritu Santo, que consuela, porque nunca deja solo a nadie, y cura las
heridas. Con la Eucaristía el Señor también sana nuestra memoria
negativa, que siempre hace aflorar las cosas que están mal y nos deja con la
triste idea de que no servimos para nada, que sólo cometemos errores, que
estamos “equivocados”. Jesús viene a decirnos que no es así. Y cada vez que lo
recibimos nos recuerda que somos valiosos: somos los invitados que Él espera a
su banquete, los comensales que ansía. “El Señor sabe que el mal y los pecados
no son nuestra identidad; son enfermedades, infecciones. Y viene a curarlas con
la Eucaristía, que contiene los anticuerpos para nuestra memoria enferma de
negatividad. Con Jesús podemos inmunizarnos de la tristeza. Ante nuestros ojos
siempre estarán nuestras caídas y dificultades, los problemas en casa y en el
trabajo, los sueños incumplidos. Pero su peso no nos podrá aplastar porque en
lo más profundo está Jesús, que nos alienta con su amor. Esta es la fuerza de
la Eucaristía, que nos transforma en portadores de Dios: portadores de alegría
y no de negatividad”.
“Podemos preguntarnos: Y nosotros,
que vamos a Misa, ¿qué llevamos al mundo? ¿Nuestra tristeza, nuestra amargura o
la alegría del Señor? ¿Recibimos la Comunión y luego seguimos quejándonos,
criticando y compadeciéndonos a nosotros mismos? Pero esto no mejora las cosas
para nada, mientras que la alegría del Señor cambia la vida”. Además, la Eucaristía sana nuestra memoria cerrada. Las
heridas que llevamos dentro no sólo nos crean problemas a nosotros mismos, sino
también a los demás. Nos vuelven temerosos y suspicaces; cerrados al principio,
pero a la larga cínicos e indiferentes. Nos llevan a reaccionar ante los demás
con antipatía y arrogancia, con la ilusión de creer que de este modo podemos
controlar las situaciones. Pero es un engaño, pues sólo el amor cura el miedo
de raíz y nos libera de las obstinaciones que aprisionan. Esto hace Jesús, que
viene a nuestro encuentro con dulzura, en la asombrosa fragilidad de una
Hostia. Esto hace Jesús, que es Pan partido para romper las corazas de nuestro
egoísmo. Esto hace Jesús, que se da a sí mismo para indicarnos que sólo
abriéndonos nos liberamos de los bloqueos interiores, de la parálisis del
corazón.
“El Señor, que se nos ofrece en la
sencillez del pan, nos invita también a no malgastar nuestras vidas buscando
mil cosas inútiles que crean dependencia y dejan vacío nuestro interior.”
La Eucaristía quita en nosotros el
hambre por las cosas y enciende el deseo de servir. Nos levanta de nuestro
cómodo sedentarismo y nos recuerda que no somos solamente bocas que alimentar,
sino también sus manos para alimentar a nuestro prójimo. Es urgente que ahora
nos hagamos cargo de los que tienen hambre de comida y de dignidad, de los que
no tienen trabajo y luchan por salir adelante. Y hacerlo de manera concreta,
como concreto es el Pan que Jesús nos da. Hace falta una cercanía verdadera,
hacen falta auténticas cadenas de solidaridad. Jesús en la Eucaristía se hace
cercano a nosotros, ¡no dejemos solos a quienes están cerca de nosotros!
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