Por: Oscar
Velit Bailetti
Crecí en un
lugar donde solo veía pobreza. Dormía en un cuarto con mis hermanos, dos en un
sólo colchón, donde olía a perfume barato de uno de mis hermanos y a orines,
pues no teníamos baño, solo una letrina.
Algunos días no
comíamos, pues mis padres trabajaban de manera eventual en el campo. Yo les
acompañaba con mis cuatro hermanos, pues no teníamos para ir al colegio.. Mi
niñez fue muy dura, aprendí a vivir con el rencor y amargura en mi alma, veía a
otros niños que sí podían tener una buena casa, educación, comida, y regalos en
navidad. Los odiaba, envidiaba al que tenía.
Renegué a Dios
muchas veces….., casi siempre. Y así fui creciendo.
Un día me puse a
observar como cuando se cosechaba el camote, la papa; los campesinos solo
recogían lo mejor y clasificaban sus productos.
Allí cambio mi
vida, yo me ponía a recoger lo que ellos ya no recogían. Y empecé a vender en
una canasta. Primero por mi barrio y me fue bien.
Así empecé a ser
un ambulante, con otros productos y luego
después de unos años conseguí un puesto en la Av. Santos Nagaro. Luego
dos, tres locales, y también en la calle Italia y Sucre.
Conocí a mi
esposa cuando tenía 16 años, ella 14 años. De nuestro compromiso tuvimos cinco
hijos. Ellos sí pudieron ir a la escuela inclusive particular, luego a la
universidad.
En una invasión
conseguimos un terreno de 500 mts cuadrados, cada uno de mis hijos tenía su
cuarto. En la primera pieza pusimos una tienda de abarrotes. Así fuimos
creciendo económicamente.
Compre dos
mototaxis luego dos más y la alquilábamos. También nos compramos una camioneta,
después un camioncito para transportar nuestra mercadería y frutas que com- prábamos
en el mercado mayorista de Lima. Todo esto con lo que ganábamos en nuestras
ventas como ambulantes.
Cuando llegó el
momento de
bautizar a
nuestro primer y segundo hijo, ya adolescentes, me acordé que Dios existía y
que debía de darle gracias por todo lo que me había dado.
Así seguía
pasando el tiempo. Mis hijos se casaron y formaron su propio hogar. Y nosotros
ya ancianos seguíamos vendiendo en la calle. Sufrimos mucho porque nuestros
hijos no fueron agradecidos con nosotros, nunca nos visitan, se avergüenzan de
su mamá y de mí. Por ser analfabetos y vendedores ambulantes.
Nos dolió mucho
dejar nuestros puestos de venta ambulatoria y salir de allí, como muchos de mis
compañeros.
Pero satisfechos
porque todos pudimos tener nuestra propia casa,
tienda, movilidad y todas las comodidades.
Ahora vendemos
nuestros productos en nuestra casa,en nuestros propios puestos, en diferentes giros.
Un lugar más limpio más digno, más seguro.
Nuestros hijos
insisten en que dejemos este negocio y que nos vayamos a la capital con ellos.
Pues dicen que ya no necesitamos hacerlo. Y es verdad.
Pero es nuestro
modo de vida. Y no podemos cambiarlo lo hemos conversado con mi anciana esposa.
Y me dice: “creo que moriría si me voy a encerrar en la casa”.
Ella comete el
error de querer ayudar a uno de sus nietos e hijos de sus ahijados, y les da productos
para que lo expendan en la vía pública., (en lo que no estoy de acuerdo). Se
ponen a pelear y a discutir con la Poli-cía Municipal, pues en una oportunidad
ya les decomisaron los productos por no acatar las órdenes. Muchas veces he observado
que lo mismo pasa con otros compañeros comerciantes, y eso no está bien. Si quieren
ayudarlos o apoyarlos deben de pagarle sus estudios para que sean mejor que
nosotros y tenga una profesión y mejores oportunidades.
Pero no me
escuchan, mi esposa muchas veces se pone mal y también sale a enfrentar a las
autoridades faltándoles el respeto.
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