sábado, 31 de octubre de 2015

El liquiliqui de Gabriel


Raúl Sotelo Lévano
En 1982, el notable escritor colombiano Gabriel García Márquez fue galardonado con el Premio Nobel de Literatura. Fiel a su estilo personal siempre desprovisto de cualquier demostración de vanidad, él rehusó vestir como lo exigía la Academia Sueca para esta clase de evento social, como era enfundarse el eticoso y deslumbrante frac negro. La pomposidad le producía desazón.
Para sorpresa de los invitados, entre hombres y mujeres, que lucían elegantes trajes de gala y finísimas joyas dando al recinto un toque de distinción palaciega, Gabriel García Már-quez hizo su aparición ataviado con un liqui-liqui de color blanco, una especie de guayabera, un traje típico de su país, y por añadidura había pertenecido a su abuelo materno. El novelista confesaría después que sus ojos se humedecieron al recordar al viejo tronco de la familia.
Se escenificó un extraño cuadro. La blanca figura del homenajeado en el centro rodeado de personas vestidas de traje oscuro, que daba un aspecto fantasmagórico. En ese preciso momento García Márquez brillaba con luz propia nítida desde cualquier ángulo del amplio salón. Los demás solo eran un complemento.
En una entrevista posterior, el escritor diría textualmente: “Esa noche sentí que estaba asistiendo a mi propio funeral”. En efecto, había suficientes hombres de negro como para cargar su ataúd, pero él afuera como un espectador más. Una comparación suya producto de su exquisita ironía.
Esa noche Gabriel García Márquez escribió su propia novela, cortísima, él como actor principal y arrastrando tras de sí sus definiciones y convicciones, que hasta ahora mantiene, dignas de un ser humano ex-cepcional. Aprovechó del ho-menaje para mostrarse tal como es, sin adoptar ninguna pizca de hipocresía y petulancia.
El Premio Nobel, para él, había pasado a un segundo plano.
OTROSÍ DIGO: El Instituto Mundial de Investigación de la Economía de Desarrollo llegó a la conclusión que, aproximadamente 1,000 millones de per-sonas se acuestan hambrientos todas las noches. Que cada 3.5 segundos alguien muere de hambre, la mayoría niños menores de 5 años; que el 0.5% más rico controla más de un 35% de la riqueza del mundo; que más de 3,000 millones de personas, o sea, cerca de medio mundo, viven con menos de dos dólares por día. En el 2008, 9 millones de niños murieron antes de llegar a su siguiente cumpleaños.
Hay más tormentos que me impiden seguir.
Ante este cuadro pavoroso con cifras escalofriantes que revelan cuan injusta es la actual humanidad, solo por citar un desbarajuste de los muchos que se comente, es la celebración del Año Nuevo (que de nuevo no tiene nada). Los habitantes de este planeta, se entregan a un derroche descomunal y voraz de gastos en comida, licor y costosos regalos. Saben perfectamente que están pasando por encima de otros millones más, que padecen mil y una necesidades reflejados en sus rostros signados por el dolor y la miseria, pero igual se atragantan hasta el hastío para quedar exánimes con el abdomen repleto y la mirada perdida en el vacío.
Pero cuando el piso se les mueve bajo sus pies como gelatina, en pleno terremoto, gritan y tiemblan como peleles desarticulados y arrodillados invocan lo que nunca invocaron en los momentos de obnubilación de sus mentes en pleno éxtasis de su jolgorio, olvidándose de aquellos hermanos castigados por el infortunio.
¿Feliz Año Nuevo? Es un año como el anterior y será igual como los que vienen más adelante. Los felices o infelices seremos nosotros inmersos en este medio convulsionado donde a diario suceden hechos inimaginables que hacen dudar si somos o no racionales.

Se seguirá cantando eso de “faltan 5 para las 12” como si a partir de esa hora se abrieran las puertas de la dicha. Solo estamos dorando una realidad que seguirá siendo cruda, tan igual de cruda y horrible como los rostros descompuestos producto de la resaca por el alcohol bebido.



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