lunes, 8 de junio de 2015

Rescate en la Hacienda “Vista Alegre”


Por: José Castro Silva
Era un muchacho desfavorecido por la naturaleza. Su aspecto era algo tosco y sus facciones también. Supongo que habría sido víctima de la viruela  porque, su cara estaba sembrada con las señas que deja esta enfermedad en casi todos los niños que la han padecido.
 Había llegado a vivir a la casa de uno de los  vecinos del barrio, de ese barrio inolvidable de la segunda y tercera cuadra de Independencia donde, por su  cercanía al mercado central, nos tenía como vecinos a familias de todas las razas: chinos, japoneses, negros, serranos y cholos iqueños. El referido vecino al que me he referido, se dedicaba a la venta de pan que ofrecía en dos canastones que ponía en la calle Amazonas, cerca del mercado Central. Creo que el recién llegado mera familiar suyo porque vi-vía en su casa y, le ayudaba en el negocio y en los quehaceres del hogar.
El espíritu palomilla y travieso, ese que inspira a todos los muchachos para poner apodo a los amigos, nos había hecho bautizarlo como  “Papayón” y así lo llamábamos. Aunque ustedes no lo crean, lo que más molestia nos causaba era que, al referido dueño del nuevo apodo, eso no lo incomodaba y, cuando lo llamábamos por su apelativo…, con una franca y dulce sonrisa nos respondía:  ¿qué?
Así se hizo amigo de toda la muchachada del barrio y participaba de todos nuestros juegos: a “la pega”, al “chicharrón maravilla y quema”, a las escondidas”, a “la prima” y también, del fulbito que jugábamos en la calle de la  misma cuadra o, a veces en la canchita que estaba ubicada en lo que hoy es el mercado Modelo y que nosotros llamábamos “El Cerquito”. Recuerdo que por ahí pasaba una pequeña acequia a la que a veces, se filtraban algunos camarones del río. Yo recuerdo haber atrapado algunos.
En muchas oportunidades, nos fuimos hasta cerca de Huamaní por la orilla del río y, una vez en dicho lugar, juntábamos troncos y palos de madera que luego, con unas cuerdas que habíamos llevado; hacíamos una o dos rústicas balsas según el número de pasajeros y después de dividirnos en  grupos, nos embarcábamos en ellas para viajar por el río, de regreso a la ciudad. Como ustedes imaginarán, el periplo era sumamente divertido y riesgoso pero, eso no impedía que lo hagamos con cierta frecuencia.
Llegábamos a la ciudad y, a la altura de “El Dique” que estaba ubicado próximo a lo que hoy es el barrio “La Esperanza” que antes no existía. Cada uno separa
ba uno o dos palos y con ellos, llegábamos  a nuestras casas, diciéndole luego a mamá que habíamos ido a traer leña para que cocine. Las madres que habían estado muy preocupadas por sus hijos, y que, en cada hogar habían recibido la misma justificación, se reconfortaban luego de ver que no nos había pasado nada y que estábamos apoyándolas al traerle leña para cocinar.
Practicando otra de nuestras acostumbradas travesuras, cierta vez, nos fuimos en grupo a “robar” uvas en la hacienda Vista Alegre, digo “a robar” pero, lo que verdaderamente hacíamos era “comer uvas” dentro de la misma hacienda Vista Alegre.  Recuerdo que había un gringo de esos cascarrabias y con mentalidad de alemán, que era el guardián de la Hacienda. Cuando nos veía, vociferaba y nos amenazaba apuntándonos con una escopeta vieja que no sabíamos si disparaba o no.
Que le pasaría al antipático gringo que una vez, nos esperó escondido entre los arbustos y, cuando ya estábamos adentro, prestos a iniciar nuestro banquete, salió de su escondite y ¿saben qué?:  capturó a nuestro querido “Papayón”. Lo amarró con una cuerda en un árbol y se sentó junto a él con su escopeta en la mano. “Papayón “ gritaba y lloraba pidiéndole clemencia pero, el gringo permanecía inconmovible. No hubo más remedio que organizar el rescate de nuestro amigo así que, seguros que el gringo no nos iba a disparar; con nuestras hondas, empezamos a lanzarle piedras hasta que se marchó con su escopeta en las manos. Nos acercamos sigilosos al árbol del suplicio y luego de desatarlo, rescatamos al amigo. Una vez desatado, él lloraba y se reía de felicidad o de nervios, valorando nuestra preocupación y nuestro  exitoso operativo de rescate y, llevando como trofeo la cuerda con la que había sido amarrado.
Regresamos y, cuando llegamos al barrio, hicimos nuestro ingreso triunfal haciendo mucha bulla y llevando en hombros al recatado,  gritábamos en coro: “Papayón”… “Papayón”… mientras que los vecinos, nos miraban asombrados sin comprender nuestra algarabía.
Que la vida te haya sonreído

Un Buen día, nuestro querido amigo y recordado compañero de travesuras, desapareció del barrio tal como llegó y, nunca más  he sabido nada de él. Donde sea que estés amigo “Papayón”, ojalá que la vida te haya sonreído y que vivas feliz.

0 comentarios:

Publicar un comentario

Con la tecnología de Blogger.