lunes, 30 de diciembre de 2013

Chincha: recuerdos del cuarenta


Por: José A. Pérez Ríos

El único colegio en el que se impartía instrucción secundarla para varones era el Colegio Pardo. Hasta 1934 se había mantenido por algunos años el sistema mixto en el mencionado centro de estudios, pero a partir de ese año las estudiantes que deseaban continuar secundaria debían trasladarse a Ica o a Lima, con perjuicio de la economía de sus padres. Se asegura que en este asunto tuvo mucho que ver un conocido político chinchano que de esa manera favorecía a la propietaria de un colegio particular de mujeres que abriría sus puertas dos años después, atrayendo numeroso alumnado.
El Colegio Pardo era, como hasta hoy, el Alma Mater de la juventud provinciana. Con excelentes profesores, mobiliario extranjero, ambientes cómodos y espaciosos y equipos didácticos para una buena enseñanza, el Pardo concentraba al ochenta por ciento de los jóvenes con deseos de terminar su instrucción secundaria. En sus aulas palpitaba la juventud de Chincha, recibiendo por igual unos y otros una educación que hoy envidiamos. Al correr los años quedó demostrado que los pardinos de esos tiempos tuvieron la fortuna de contar con profesores auténticos que, además de dictar clases, formaron y moldearon espíritus y dieron a la provincia y al Perú muchos ciudadanos de reconocido valor.
La instrucción primaria estaba en manos de preceptores y normalistas, egresados casi todos de las escuelas especializadas, cuando no correctos ciudadanos que entrenados durante varias décadas en la enseñanza, cumplían con eficiencia su labor de profesores. En el caso de la instrucción primaria debemos anotar que existían varios colegios particulares dirigidos por educadores calificados, y a ellos concurría en buen número alumnado de clase media, hijos de familias con capacidad para pagar pensiones y trajes que no eran comunes, más otras obligaciones transitorias.
El colegio Pardo era dirigido por el ingeniero Fausto Santolalla, uno de los últimos directores sobresalientes que tuvo nuestra alma mater. Su figura y su estilo Inspiraban respeto. Estaba casado con la doctora Irene Silva, educadora y sicóloga;
esto le daba al ingeniero Santolalla mayor prestancia y a la Dirección del Pardo una aureola de estar manejada por gente de gran idoneidad. Como en los
colegios europeos de esa época, en donde los directores eran vistos solamente en muy especiales ocasiones, así el ingeniero Santolalla -de pulcro atuendo, mirada huidiza y un natural refinamiento-, regateaba su contacto con el alumnado, limitándose a eventuales presentaciones en el palco del salón de actos en días de gran solemnidad. Gran parte del tiempo la pasaba en el despacho de la Dirección concertando con el cuerpo docente o planificando actividades.
No podemos olvidar a los señores que acompañaban al ingeniero Santolalla en las labores docentes. El colegio Pardo tenía a Pablo Tasayco, Julio Arboleda, Pedro Ronceros, Ernesto Velit Ruíz, Juan Avalos Torres, Humberto Bonifacio, Felipe Ramírez y Luis Cánepa, como profesores distinguidos, secundados por otros más jóvenes igualmente competentes. Nuestra alma mater era el foco cultural de la provincia; los alumnos eran respetados y respetuosos. Para un hijo de casa pobre, estar en el Pardo era como haber cruzado el Rubicón. La prestancia del colegio crecía, por otro lado, en, la medida en que sus docentes participaban activamente' en la vida intelectual de la provincia: Arboleda, profesor de literatura y filosofía, y Carola Bermúdez, bibliotecaria, eran escritores, periodistas, conferenciantes y luchadores sociales; cultivaban el ensayo y el verso y manejaban el idioma con facilidad y elegancia.
Cuando pasados algunos años el ingeniero Santolalla debió alejarse de la Dirección, el alumnado y la colectividad sintieron profundamente su ausencia. Luego de un corto interregno llegó don Enrique Foley Gambetta, muy joven aún y con otro estilo y una visión renovada de la docencia.
Don Enrique Foley, hombre de generaciones posteriores a la del ingeniero Santolalla, más comunicativo, conocedor de la juventud y sus inquietudes, observó el panorama como quien mira desde las tribunas un partido de fútbol, y empezó a atacar. Las actuaciones dejaron el
carácter extremadamente formal de otros tiempos y entraron a un período de flexibilidad. En un aniversario del colegio subió al escenario uno de los hermanos Reyes Cabrera y bailó una agitada guaracha con una sim-pática alumna del colegio Sebastián Barranca: las cosas ha-bían cambiado. Don Juan Avalos, contemporáneo de don Fausto, amante del vals de opereta, la romanza zarzuelera y los tangos y milongas de los años treinta, optó por ceder el piano en muchas ocasiones a su hijo Manolo, que manejaba ritmos modernos, pegajosos y en boga. Foley caminaba por los patios en horas de clases y auscultaba el desarrollo de los dictados. Joven e inquieto, introdujo nuevas costumbres en la vida escolar y enlazó el colegio con la colectividad, haciendo él mismo intensa vida social y de comunicación. Observador  y sensible, captó muchas de las costumbres del hombre de! campo chinchano, estampas y vivencias de los pobladores de Sunampe, Grocio Prado y la zona de quebrada, que luego divulgó en poemas y narraciones al dejar el Pardo y fundar el colegio Simón Bolívar.
Hemos dicho que en los patios del colegio se confundía la juventud chinchana. Los hijos de quienes tenían riquezas así como los de los desposeídos, disfrutaban por igual y sin limitaciones de sus bondades y ventajas. El colegio era estatal y la instrucción gratuita; queda así claro que quien nos educaba era el estado peruano. A pesar de ello en las últimas décadas hemos descubierto dolorosamente, que cuando en momentos de necesidad la Asociación de Exalumnos Pardinos tocó las puertas de algunos que manejaban grandes negocios, para efectuar pequeñas obras de restauración en las viejas estructuras, recibió de ellos una respuesta fría e infraterna, expresando que no podían colaborar. Y algunos de los que así contestaron eran hijos de extranjeros que disfrutaron de la manga ancha del estado y de la hospitalidad de nuestro suelo. Renovamos por eso, en nombre de los expardinos de todas las épocas, nuestra gratitud a Joaquín Ormeño Cabrera por no haber negado jamás su colaboración con el colegio donde se formó.

                      Continuará

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