miércoles, 18 de septiembre de 2013

“DISPARA, NO TENGAS MIEDO”


Raúl Sotelo
En la última hoja de su diario con fecha 07 de Octubre de 1967, Ernesto “Che” Guevara De la Serna, anotó entre otros datos “que se habían cumplido once meses de iniciada la acción guerrillera en territorio boliviano sin ninguna complicación”, pero no era así. Él interiormente trataba de infundirse valor porque sabía que su acción armada al frente de 50 hombres ya derrotados física y anímicamente en una desigual lucha contra todo un bien equipado regimiento militar, era una causa perdida.
La falta de armamento, de alimentos, de medicinas y de apoyo logístico de las llamadas fuerzas revolucionarias de los países vecinos comprometidos en derrocar al gobierno dictatorial del presidente boliviano René Barrientos, fueron factores determinantes para la derrota final.
A las 13 horas del 8 de octubre de ese año, Ernesto “Che” Guevara, con las dos piernas casi inutilizadas que le impedían caminar, junto con un reducido número de hombre a su mando, dos de ellos heridos de gravedad, protagonizó su último combate en la estrecha quebrada del Yuro, rodeado de militares bolivianos. Cuando su fusil M-2 quedó finalmente inutilizado, era la señal inequívoca que todo había llegado a su fin.
En la madrugada del 9 de octubre fue capturado, atado y agredido el más claro y contundente líder revolucionario de América Latina. Un héroe entraba a la antesala de la historia contemporánea.
Fue conducido al local de una escuela rural ubicada en el pueblo de Higueras. Se negó a cruzar palabras con sus captores, y uno de ellos, embriagado que intentó vejarlo se ganó una sonora bofetada.
El presidente Barrientos y la cúpula militar boliviana, desde la Paz, ordenaron el asesinato del prisionero sin darle la oportunidad de ser llevado a un juicio imparcial. El suboficial Mario Terán fue el señalado para que oficiara de verdugo. Este cobarde se embriagó para cometer el asesinato  y cuando estuvo frente a Ernesto “Che” Guevara con el arma en la mano, no resistió la mirada penetrante del líder guerrillero, vaciló un instante antes de apre tar el gatillo, y escuchó lo que ja- más olvidaría en el resto de su vida “DISPARA, NO TENGAS MIEDO”.
Terán, aturdido por estas palabras, retrocedió y se retiró, pero sus superiores que tampoco tenían el valor de enfrentarse a Ernesto, le repitieron la orden, y el oficial no tuvo otra alternativa que ultimar a balazos al que esperó su final con la dignidad de todo un verdadero líder guerrillero. Había muerto un auténtico hombre a manos de otro que a su lado sólo era un remedo de figura humana. Un títere.
Se pretendió así equivocadamente, con un torpe acto criminal, matar las ideas, las convicciones, los altos propósitos, la justicia que anhelan los pueblos subyugados por los poderosos. ¡No se puede apresar un espíritu revolucionario que mira el futuro! ¿Cómo se pretende acallar una protesta, un ejemplo, disparando balas, cuando después de esto vendrán muchos más sacrificios revolucionarios?
Ernesto “Che” Guevara ya lo había dicho “en una revolución se triunfa o se muere, si es verdadera”. A un revolucionario es imposible disminuir, ni siquiera un ápice, la certeza enraizada a golpes de ejemplos encarnados en él, de que el hombre puede ser superior, que puede cambiar para bien y ennoblecer la sociedad en la cual vive.
Solo los timoratos y los mediocres se envalentonan cuando los cubre el manto de la impunidad, y prefieren que nada cambie para que todo siga igual.
Como presintiendo su final, “Che” Guevara lo dijo: “En cualquier lugar que nos sorprenda la muerte, bienvenida sea, siempre que ese, nuestro grito de guerra haya llegado hasta un oído receptivo, y otra mano se tienda para empuñar nuestras armas”.
Ernesto fue hombre al que nunca le interesaron los cargos, mandos, ni honores, pero estaba firmemente convencido de que en la lucha revolucionaria guerrillera, fundamental forma de acción para la liberación de los pueblos en América Latina, el mando militar y político de la guerrilla debía estar unificado y que la lucha solo podría ser dirigida desde la guerrilla y no de cómodas y burocráticas oficinas urbanas”.
Dentro del grupo guerrillero que comandó “Che” Guevara, estuvieron los peruanos: Restituto José Cabrera Flores (Negro), Lucio Edilberto Galván Hidalgo (Eustaquio), y Juan Pablo Chang Navarro Lévano (Chino). De este último se ha escrito que descendía de raíces chinchanas.
Si hoy viviera Ernesto “Che” Guevara y tuviera frente a las autoridades de nuestra provincia que con su inoperancia han dado las espaldas al pueblo, les gritaría con voz de mando: “Actúen, no tengan miedo”.
¿Cuándo aparecerá por estas tierras chinchanas un émulo del heroico guerrillero para que acabe de una vez con los demonios que desde sus oficinas rodeados de incapaces nos disparan ráfagas de desaciertos, robos y abusos?
Otrosí digo: Ante el pueblo sólo hay dos caminos por seguir: en contra o a favor.
Al ver una injusticia y no combatirla, es cometerla.
Al morir tenemos dos alternativas: ser gusanos o semilla.
Resultado de un viaje:
Cuanto sufrir para conocerte.
Cuánto dolor para conocerte.
Cuanto amor para ser recuerdo.

Cuanto adiós para no olvidarte

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