jueves, 16 de mayo de 2013

Tú me acostumbraste


                                   
Por: Raúl Sotelo Lévano

Sí mamá, a muchas cosas. Machacaste duro conmigo para que el respeto a los mayores sea una obligación, y qué decir del saludo afectivo con su respectiva venia. Me acostumbraste a aceptar nuestras limitaciones económicas, pero sin claudicar y siempre con la mirada adelante en busca de mejores ocasiones de bienestar. Tu actitud rígida casi militar para obedecer las reglas disciplinarias impuestas en el hogar, sin quebrantarlas por ningún motivo.
Tú me acostumbraste madre a gozar a plenitud la divina sensación de felicidad al ver junto a mis zapatos la pelota de jebe y los soldaditos de plomo con sus respectivas canicas en los amaneceres de cada 25 de diciembre. Sí, tú me acostumbraste a compartir juntos los momentos de tristeza y dolor apretando los dientes de impotencia ante la desaparición de tu hijo Mario. Tú me acostumbraste a la bendita tarea de atizar el fuego en nuestra rústica cocina de adobe atiborrada de leña de huarango para la cocción de los frijoles en la vieja olla de barro ¿Te acuerdas?
Sí mamá, tú me acostumbraste a no derribarme en tus dolorosas horas de agonía y a no despotricar de esta vida cruel. Tú me acostumbraste a sentir lo liviano de tu cuerpo bendito dentro del ataúd. Tú me acostumbraste a recordarte hoy y siempre con bellas rosas junto a tu fotografía.
Finalmente madre, tú me acostumbraste a llevar prendida en la camisa una flor roja como señal que tú estabas viva. ¿Y hoy qué cuando ya no estás? Pues, esa flor hoy está junto a mi corazón teñida de sangre de amor y agradecimiento por ti, y por todas las madres de este mundo.
“Contigo aprendí que tu recuerdo no lo cambio por ninguno. Que mañana mismo puedo irme de este mundo, pero las
cosas buenas que viví junto a ti,
se irán conmigo hasta perderse
en la oscura eternidad”.
Otrosí digo: “Que santo es el amor de la tierra y que tris-te es la ausencia que deja el ayer”, son partículas brillantes del bellísimo vals criollo “To-dos vuelven”. Y es que estando lejos a miles de kilómetros de la patria, de los familiares y de los amigos, escuchar esta can-ción en horas de la noche cuan-do una fuerte lluvia golpea el tejado, la nostalgia nos doble-ga, nos quiebra sentimental-mente, se forma un nudo en la garganta, las palpitaciones del corazón se aceleran y los ojos se humedecen hasta convertirse en un silencioso sollozo impo-sible de contener.
Todos vuelven a tu regazo tierra añorada, sea el lugar donde nos encontremos, y los que no retornaron quizás te re-cordaron hasta el último minuto de su existencia.
Es que Chincha tú eres única, eres un encanto, la amante per-fecta. Tu temperatura es cauti-vante, es un aire acholado igual a ese buen pisco, un aire con aroma a carapulcra, a cachina seca, y esto, no se encuentra en ningún otro lado del mundo.
En algún momento te aban-donaré superficialmente, pero al descender unos metros más abajo, el olor a tierra viva y húmeda traspasará para mi contento a través de la débil estructura del ataud de madera. De esta forma se habrá producido la ansiada unión eterna contigo, y que nadie pero nadie logrará separarnos.



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