Raúl Sotelo Lévano
El tiempo que ha pasado desde aquel entonces me apabulla y
no deja ser más preciso, pero son varios calendarios y almanaques de por medio.
Quizás contaba con 14 ó 15 años cuando me picó el bicho de informar un acontecimiento,
y no lo pensé dos veces para hacerlo,
más aún si tenía a la mano la forma como agenciarme de un carnet que me
permitiera ingresar libremente a un espectáculo deportivo, para ser más puntual.
Como aprendiz de tipógrafo de la imprenta donde se editaba
la siempre y recordada “Voz de Chincha” (segunda cuadra de la Calle Grau), me
dije: “si no me arriesgo no lo conseguiré”, y sin consultar ni tener autorización
de nadie, armé en la proforma, una especie de cajita de metal donde se
acondicionan ordenadamente el tipo de letras que van a imprimir, lo que sería
mi futuro carnet de “periodista” (entre comillas por si acaso). Coloqué la
plancha en la plataforma de la vieja máquina impresora accionada a pedales, e
inicié el trabajo mirando a todos los lados para no ser sorprendido.
Una torpeza de mi parte era fatal porque si no era rápido
en sacar la tarjeta ya impresa, la plancha impregnaba de tinta al caer te
convertía los dedos en un puré sanguinolento de carne, uñas y mugre.
Confeccioné diez carnets y rápidamente guardé todo vestigio que me pudiera
delatar porque si don Manuel Sanguinetti me sorprendía hoy no estaría
escribiendo esta nota.
¿Ahora quién me autorizaba la credencial? ¿El dueño?, ni
pensarlo, me ahorcaba. Falsificar firmas ya era un escándalo para mi conciencia
que a esa edad temprana todavía la tenía casi inmaculada. Solo existía una solución,
y decidí tomar al toro por las astas.
Me armé de valor y me presenté ante don Juan Ortiz, editor
del diario, un auténtico maestro del periodismo escrito en aquella época. Le
expliqué los detalles y ofrecí mis disculpas por no pedir su autorización
previa, porque si lo hacía era segura su negativa. Coloqué so- bre su
escritorio el cuerpo del delito y don Juan, luego de unos minutos, que me
parecieron siglos, me dijo: “Raúl, lo hecho no es normal en tu trabajo, pero si
vas a utilizar este carnet para informar a nuestros lectores de un acto público
te lo voy a autorizar con mi firma, ah, pero no lo vuelvas a repetir”.
Esa noche, en el campo deportivo del colegio nacional José
Pardo y Barreda, con luz artificial, se enfrentaron los clásicos rivales de
Lurinchincha y Cányar. Llegué hasta la portería y el encargado de recepcionar
los boletos de entrada al recinto examinó meticulosamente mi credencial. La exa-minó
letra por letra, miraba la foto y mi cara de manera simultánea como que
sospechaba algo. Con un movimiento de cabeza me indicó que ingresara, y el alma
volvió a mi cuerpo. Punto a mi favor.
El encuentro futbolístico terminó empatado sin abrirse el
marcador, y abandoné el estadio con mi libreta llena de apuntes sobre el
desarrollo del partido. Al día siguiente, confeccioné mi artículo y pasó para
el veredicto final de don Juan Ortiz. Contó como 50 errores ortográficos,
faltas de sintaxis, de comas, de acentos, es decir, una verdadera calamidad periodística.
Hasta ahora recuerdo sus palabras: “así se comienza Raúl,
no te des por vencido. Lo único bueno que has hecho es tu carnet deportivo”.
Ahora recuerdo que por allí entre mis cosas que guardo, sobrevive
uno de los diez carnets que confeccioné. Lo voy a actualizar para poder
ingresar a los campos deportivos, pero, conociendo de cerca lo recto y estricto
que es Miguel Villar Marcos, presidente del Círculo de Periodistas Deportivos
del Perú, filial Chincha, NO CREO QUE ME LO FIRME.
Otrosí digo: El Club Deportivo Municipal, para mí, el
equipo más querido del país, estará interviniendo en la Segunda División. Será
sensación y volverá a la profesional de donde jamás debió salir.
¡Suerte Echa Muni!
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