sábado, 4 de mayo de 2013

MI PRIMERA CRÓNICA



Raúl Sotelo Lévano
El tiempo que ha pasado desde aquel entonces me apabulla y no deja ser más preciso, pero son varios calendarios y almanaques de por medio. Quizás contaba con 14 ó 15 años cuando me picó el bicho de informar un acontecimiento, y no lo pensé  dos veces para hacerlo, más aún si tenía a la mano la forma como agenciarme de un carnet que me permitiera ingresar libremente a un espectáculo deportivo, para ser más puntual.
Como aprendiz de tipógrafo de la imprenta donde se editaba la siempre y recordada “Voz de Chincha” (segunda cuadra de la Calle Grau), me dije: “si no me arriesgo no lo conseguiré”, y sin consultar ni tener autorización de nadie, armé en la proforma, una especie de cajita de metal donde se acondicionan ordenadamente el tipo de letras que van a imprimir, lo que sería mi futuro carnet de “periodista” (entre comillas por si acaso). Coloqué la plancha en la plataforma de la vieja máquina impresora accionada a pedales, e inicié el trabajo mirando a todos los lados para no ser sorprendido.
Una torpeza de mi parte era fatal porque si no era rápido en sacar la tarjeta ya impresa, la plancha impregnaba de tinta al caer te convertía los dedos en un puré sanguinolento de carne, uñas y mugre. Confeccioné diez carnets y rápidamente guardé todo vestigio que me pudiera delatar porque si don Manuel Sanguinetti me sorprendía hoy no estaría escribiendo esta nota.
¿Ahora quién me autorizaba la credencial? ¿El dueño?, ni pensarlo, me ahorcaba. Falsificar firmas ya era un escándalo para mi conciencia que a esa edad temprana todavía la tenía casi inmaculada. Solo existía una solución, y decidí tomar al toro por las astas.
Me armé de valor y me presenté ante don Juan Ortiz, editor del diario, un auténtico maestro del periodismo escrito en aquella época. Le expliqué los detalles y ofrecí mis disculpas por no pedir su autorización previa, porque si lo hacía era segura su negativa. Coloqué so- bre su escritorio el cuerpo del delito y don Juan, luego de unos minutos, que me parecieron siglos, me dijo: “Raúl, lo hecho no es normal en tu trabajo, pero si vas a utilizar este carnet para informar a nuestros lectores de un acto público te lo voy a autorizar con mi firma, ah, pero no lo vuelvas a repetir”.
Esa noche, en el campo deportivo del colegio nacional José Pardo y Barreda, con luz artificial, se enfrentaron los clásicos rivales de Lurinchincha y Cányar. Llegué hasta la portería y el encargado de recepcionar los boletos de entrada al recinto examinó meticulosamente mi credencial. La exa-minó letra por letra, miraba la foto y mi cara de manera simultánea como que sospechaba algo. Con un movimiento de cabeza me indicó que ingresara, y el alma volvió a mi cuerpo. Punto a mi favor.
El encuentro futbolístico terminó empatado sin abrirse el marcador, y abandoné el estadio con mi libreta llena de apuntes sobre el desarrollo del partido. Al día siguiente, confeccioné mi artículo y pasó para el veredicto final de don Juan Ortiz. Contó como 50 errores ortográficos, faltas de sintaxis, de comas, de acentos, es decir, una verdadera calamidad periodística.
Hasta ahora recuerdo sus palabras: “así se comienza Raúl, no te des por vencido. Lo único bueno que has hecho es tu carnet deportivo”.
Ahora recuerdo que por allí entre mis cosas que guardo, sobrevive uno de los diez carnets que confeccioné. Lo voy a actualizar para poder ingresar a los campos deportivos, pero, conociendo de cerca lo recto y estricto que es Miguel Villar Marcos, presidente del Círculo de Periodistas Deportivos del Perú, filial Chincha, NO CREO QUE ME LO FIRME.
Otrosí digo: El Club Deportivo Municipal, para mí, el equipo más querido del país, estará interviniendo en la Segunda División. Será sensación y volverá a la profesional de donde jamás debió salir.
¡Suerte Echa Muni!


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