viernes, 10 de mayo de 2013

MANANTIAL DE AMOR



Para todas las Madres Chinchanas y especialmente para mi adorada Madre y para todas aquellas que están al lado del Señor.
De: Abelardo Alva Maurtua publicada en 1924 y ganadora del Concurso Literario del 11 de Mayo del mismo año.
Hoy el poeta, con la fé del niño,
con el mismo sentir de aquellas horas
en que era su alma como flor de armiño
y su existencia, al maternal cariño,
era un hermoso renacer de auroras,
busca, en su corazón flores sencillas
con divinas fragancias de pureza;
esconde emocionado su tristeza,
y postrándose, humilde rodillas
va a esparcirlas ansioso, mientras canta;
Floy canción para la Madre Santa,
predilecta de Dios sobre la Tierra;
Madre! ¡Cuán grata voz! Cuán suave aroma!
Expresión del amor casto y profundo;
magna palabra que, si al labio asoma,
con ser solo una voz vale un dioma,
y con ser tan breve vale un mundo.
Madre! Excelsa mujer cuya excelencia
             siempre es el sacrificio;
               que si implora clemencia
en ardiente plegaria al Dios propicio
no es orando por sí, por su existencia,
que para ella no hay más fuertes lazos
que el niño dulce y bueno
que llevó en el santuario de su seno
y adurmiera después entre sus brazos.
Madre! Mujer bendita, la que sabe
en sus horas nubladas de amargura
convertir el gemido en canto de ave
y el sollozo en sonrisa de ternura
y, ahogando en dolor en noble calma,
transformar el acervo de sus penas
en un ramo de blancas azucenas
tan puras como su alma.
 Madre! Sol de alegría y de consuelo;
manantial desbordante de cariño…
El ángel que custodia al pequeñuelo
es, sin duda, una Madre que hasta al niño
desciende, presurosa, desde el cielo.
¡Qué inefable impresión! Qué dulce hechizo
Se aspira al pronunciar tan bello nombre!
Cuando Cristo salvar al hombre quiso
una Madre doliente fue preciso…
¡Y así logró su redención al hombre!
Ay! infeliz de aquel que en sus angustias
se siente abandonado;
y ve sus ilusiones rodar mustias,
y ve su corazón crucificado
y ve de un hondo abismo
abrirse ante sus pies la boca oscura,
y duda de sí mismo,
y duda de Dios en su locura,
y no encuentra en sus ansías quien intente
convertir en rosales sus abrojos,
ni una voz de piedad en su agonía,
ni un grito que al, decirle ¡Hijo, detente!
le haga caer, con gratitud, de hinojos,
clamando sollozante: ¡Madre mía!
Venturoso de aquel que ante su duelo
cuando la garra del pesar le alcanza,
puede oír tierno acento de consuelo 
y el arrullo escuchar de la esperanza
que trueca las tormentas en bonanza
haciendo revivir la fe en el cielo!
Salve, santa mujer, la que prefieres
que el dolor sólo a ti hiera y taladre
eres vida y dulzura y perdón eres,
y bendita entre todas las mujeres
predilecta de Dios, porque eres Madre!

Santiago Perona Miguel de Priego
La Voz de Chincha la publicaría como inédita el
sábado 9 de Mayo de 1950.

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