Por:
Oscar Velit Bailetti,
Especialista
en Seguridad Ciudadana
En
audiencia celebrada en el Palacio Apostólico del Vaticano, el pontífice recibió
a jefes policiales representantes de los países miembros de la Interpol, que
asistieron a Roma a la celebración de su 81 asamblea general. En el discurso
que dirigió a los jefes de la policía, Benedicto XVI condenó todo tipo de
violencia e instó a una vez más a la fuerte colaboración internacional en la
lucha contra las mafias.
Señaló
que las formas más graves de las actividades criminales son el terrorismo y en
la delincuencia organizada, el primero porque provoca las manifestaciones más
brutales de violencia, siembra odio, muerte y deseos de venganza.
“Este
fenómeno de estrategia subversiva, típica sólo de algunas organizaciones
extremistas, se ha transformado en una red oscura de complicidades políticas,
que utilizando también sofisticados medios técnicos, se vale de ingentes
cantidades de recursos financieros y elabora estrategias a gran escala”, denunció.
Indicó
que, por su parte, la delincuencia organizada se vale de toda clase de
actividades ilícitas e inmorales como la trata de personas, el tráfico de
droga, las armas, la mercancía falsificada, llegando incluso al tráfico de
fármacos que matan en vez de curar, utilizados en gran parte por los pobres. A
estos flagelos sumó uno “aún más execrable”: el tráfico de órganos extraídos a
personas inocentes.
“Éstas
padecen los dramas y ultrajes que creíamos habían acabado para siempre tras las
tragedias del siglo XX, pero que lamentablemente aparecen de nuevo a través de
la violencia generada por la actividad delictiva de personas y organizaciones
sin escrúpulos”, apuntó.
En
su mensaje, el líder católico urgió a incrementar la cooperación y el
intercambio de experiencias policiales justo cuando se observa, en el ámbito
global, un aumento de las fuentes de violencia causadas por fenómenos transnacionales
que “frenan el progreso de la humanidad”.
Advirtió
que la respuesta a la delincuencia no puede ser delegada simplemente a las
fuerzas del orden, sino que reclama la participación de todas las instancias
que pueden incidir sobre el fenómeno. Aseguró que derrotar la violencia es una
tarea que debe implicar no solamente a las instituciones y a los organismos
interesados, sino a la sociedad en su conjunto: las familias, los centros
educativos, entre ellos la escuela y las entidades religiosas, los medios de
comunicación social y todos los ciudadanos.
“La
violencia es siempre inaceptable en sus diversas formas de terrorismo y
delincuencia, porque hiere profundamente la dignidad humana y constituye una
ofensa a toda la humanidad”, dijo.
“Por
tanto, es un deber reprimir el crimen en el ámbito de las reglas morales y
jurídicas, porque las acciones contra la delincuencia han de ser realizadas
siempre en el respeto a los derechos humanos y a los principios de un Estado de
derecho”, añadió.
Estableció
que la lucha contra la violencia debe apuntar ciertamente a detener el delito y
a defender la sociedad, pero también al arrepentimiento y a la corrección del
delincuente, que es siempre una persona humana, sujeto de derechos inalienables,
y como tal no debe ser excluida de la sociedad, sino regenerada. Según Joseph
Ratzinger, la colaboración internacional contra la delincuencia no puede
agotarse sólo en operaciones policiales, sino que debe ir acompañada por un
“valiente y lúcido” análisis de las motivaciones subyacentes a estas acciones
delictivas inaceptables
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