Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
Hay silencios que duelen más que las palabras, y hay ausencias que pesan
más que cualquier discurso. En Veracruz, el norte está bajo el agua,
literalmente. Familias enteras han perdido todo: sus casas, sus cultivos, sus
animales, sus recuerdos. Los ríos Pánuco, Tuxpan, Cazones y Tecolutla se han
desbordado dejando tras de sí un paisaje de devastación. Pero entre tanto lodo,
tanta pérdida y tanto dolor, hay una ausencia que no pasa desapercibida: la de
la zacatecana Rocío Nahle, aspirante —aunque cada vez menos creíble— a gobernar
este estado.
Mientras la presidenta de México recorrió las zonas afectadas, y aunque
sabemos que no escuchó mucho a la gente y su actitud dejó mucho que desear, se
mostró, al menos, presente en medio del desastre, la autodenominada “veracruzana
por adopción” prefirió mantenerse lejos. ¿Le temió al lodo o al reclamo
ciudadano? ¿Le pesó más el cálculo político que la empatía humana? ¿O
simplemente no tuvo el valor de mirar de frente el sufrimiento que su propio
partido ha dejado en el abandono?
Rocío Nahle, quien durante años ha intentado posicionarse como la gran
figura política de Veracruz, ha demostrado una vez más que su compromiso con
esta tierra es, en el mejor de los casos, utilitario. Cuando se trata de buscar
votos, se le ve abrazando a campesinos, visitando mercados y hablando de
progreso. Pero cuando Veracruz duele, cuando la gente la necesita, desaparece.
Se esconde detrás de comunicados fríos y de una narrativa oficialista que ya
nadie cree.
El liderazgo se mide en la adversidad. Y en momentos como este, cuando
miles de veracruzanos duermen sobre el piso mojado de un albergue improvisado,
lo mínimo que se espera de quien aspira a gobernar es presencia. No discursos,
no promesas, no fotos posadas: presencia real. Pero Nahle no estuvo. No
acompañó a la presidenta en su recorrido, no dio la cara, no ofreció consuelo.
Y eso, en política, es más revelador que cualquier encuesta.
Su actitud distante contrasta con la urgencia y la desesperación que vive
el norte del estado. Las carreteras colapsadas, los pueblos incomunicados, los
damnificados esperando ayuda que no llega. Veracruz no necesita a una candidata
que solo aparece cuando hay cámaras; necesita a una mujer —o un hombre— con
sentido de responsabilidad, de arraigo, de empatía. Nahle, lamentablemente,
parece no tener ninguna de esas cualidades.
No basta con enviar mensajes en redes sociales o con posar en eventos
partidistas. Los veracruzanos no necesitan un discurso técnico sobre
infraestructura o energía; necesitan botas en el fango, manos que ayuden a
levantar lo que el agua destruyó. Y Rocío Nahle no está ahí. Prefirió la
comodidad de la distancia, la seguridad del silencio y la calculadora política
antes que el compromiso con la gente.
Muchos se preguntan por qué no estuvo al lado de la presidenta durante la
visita a las zonas afectadas. La respuesta podría ser simple: miedo. Miedo a
enfrentar los reclamos de una población que la siente ajena, que no le cree,
que no olvida su origen zacatecano ni sus ausencias reiteradas. Miedo a ser
confrontada por la realidad que su discurso no puede ocultar. Los datos que el
gobierno nos comparte, minimiza la tragedia, nos hemos informado mucho más a
través de redes, estás alcanzan decir que casi el 40% del territorio está en
caos. Urge que la maquinaria entre y ayude en la limpieza. El olor a agua
estancada, a cuerpo de animales podridos (ganado, perros, gatos) que se
ahogaron en la corriente es fuerte y las enfermedades que se avecinan, hacen
con urgencia que se preste la atención debida.
En Veracruz, la gente tiene memoria. Y en la memoria colectiva quedará
registrada esta ausencia como una señal inequívoca de indiferencia. No Rocío,
esta inundación no fue “ligera”. Cuando los veracruzanos más necesitaban a su
gobernadora, ella eligió el silencio. Y en política, como en la vida, quien
calla ante el dolor del pueblo se vuelve cómplice del abandono.
Hoy, Veracruz llora entre el agua y el lodo. Pero también toma nota.
Porque las tragedias no solo desbordan ríos; también desbordan verdades. Y la
verdad, por incómoda que sea, es que la zacatecana Rocío Nahle ha demostrado
que su compromiso con Veracruz no resiste una tormenta. A la zacatecana, que
gobierna Veracruz, no le duele su tragedia, no es su tierra.
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