Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
Si hay algo que define el estilo político de
Donald Trump, además de su controvertida retórica, es su capacidad para
convertir ideas absurdas en titulares. La última ocurrencia del expresidente
estadounidense es rebautizar el Golfo de México como el “Golfo de América”.
Este planteamiento, que parece salido de un sketch de comedia, ha generado una
mezcla de burlas, indignación y confusión en el ámbito internacional. Pero,
¿qué hay detrás de esta propuesta? ¿Es factible, o simplemente otro exabrupto
destinado a generar atención?
Démosle al
capricho contexto: La idea de cambiar el nombre de una formación geográfica que
lleva siglos reconocida como el Golfo de México no es solo una cuestión de
semántica; es una declaración de dominio. Trump, quien ha sido un crítico
persistente de México en temas de comercio, migración y relaciones
diplomáticas, parece utilizar esta propuesta como una herramienta para reforzar
su visión de Estados Unidos como una potencia preeminente en el continente.
En este caso, el
nombre “Golfo de América” busca, de manera simbólica, desplazar a México no
solo del mapa político, sino también del geográfico. Es un gesto que parece
decir: “Este territorio también nos pertenece”. Este tipo de posturas se alinea
con su discurso proteccionista y nacionalista que apela a sus seguidores más
fervientes.
¿Es Realmente
Posible Cambiar el Nombre? Desde el punto de vista práctico, la respuesta corta
es no. Para que un cambio de nombre como este sea oficial, tendría que pasar
por organismos internacionales como la Organización de las Naciones Unidas
(ONU) y la Organización Hidrográfica Internacional (OHI), que se encargan de
estandarizar la nomenclatura geográfica.
El nombre “Golfo
de México” tiene siglos de historia y está profundamente arraigado en la
cartografía mundial. Cambiarlo requeriría el consenso de la comunidad
internacional, incluyendo, por supuesto, a México. Este proceso no solo es
complicado, sino que es prácticamente imposible que un país tenga el poder
unilateral de imponer un cambio de este tipo.
Además, el
tratado de delimitación marítima entre México y Estados Unidos, vigente desde
1978, reconoce explícitamente el nombre del Golfo de México, lo que añade un
obstáculo legal para cualquier intento de cambio.
¿Discurso
Irreverente o Estrategia Calculada? Aunque esta propuesta pueda parecer un disparate,
no es casualidad. Trump ha demostrado ser un maestro en desviar la atención de
temas más importantes mediante declaraciones extravagantes. Este tipo de
discursos refuerzan su imagen de líder que desafía el status quo, aunque en la
práctica las ideas sean inviables.
Sin embargo,
también debemos considerar que este tipo de declaraciones son peligrosas porque
polarizan y trivializan las relaciones internacionales. Reducir a México, un
socio comercial clave para Estados Unidos, a un símbolo de menosprecio a través
de un simple nombre, solo deteriora aún más las ya tensas relaciones entre
ambos países.
El nombre de un
lugar no es un simple detalle; es un reflejo de su historia, identidad y
soberanía. Intentar rebautizar el Golfo de México no solo sería un insulto para
México, sino también para los países del Caribe y América Central, que
comparten su conexión con esta región.
Esta propuesta,
aunque irreverente, no debe ser subestimada. Sirve como un recordatorio de que
los discursos populistas a menudo buscan dividir y alimentar nacionalismos
extremos, incluso a través de ideas que parecen ridículas.
El “Golfo de
América” probablemente nunca será más que una ocurrencia que habite en los
discursos de campaña y los foros de redes sociales. Sin embargo, este tipo de
propuestas reflejan la manera en que los discursos de poder intentan apropiarse
incluso de lo intangible, como el lenguaje y la geografía.
Más que
preocuparnos por un cambio de nombre improbable, debemos estar atentos a los
mensajes que subyacen en estas declaraciones y cómo moldean las percepciones
internacionales. Al final del día, el Golfo de México seguirá siendo el Golfo
de México, pero los ecos de este tipo de discursos irreverentes nos recuerdan
la importancia de proteger la historia, la soberanía y la dignidad de nuestras
naciones.
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