Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
La figura de Nayib Bukele, presidente de El Salvador, se ha convertido en
un fenómeno político difícil de ignorar, tanto a nivel regional como
internacional. Desde su ascenso al poder en 2019, Bukele ha generado una ola de
opiniones encontradas, donde sus decisiones y estilo de gobierno oscilan entre
lo visionario y lo autoritario. Para unos, es el líder que ha traído
estabilidad y modernización a un país que parecía anclado en la violencia y el
subdesarrollo; para otros, es un autócrata en ciernes, dispuesto a erosionar
las instituciones democráticas en nombre de su propio proyecto político.
Este artículo pretende explorar los claroscuros de un líder que ha
desafiado las convenciones, pero cuyo camino podría estar trazando el sendero
hacia el populismo autoritario.
El Rescate de la Seguridad: Un
Claro Innegable
Uno de los mayores logros de Bukele es la dramática reducción de los
índices de criminalidad en El Salvador. Su política de mano dura contra las
pandillas, conocida como el Plan Control Territorial, ha arrojado resultados
que parecen innegables. Las cifras indican una disminución significativa en los
homicidios y otros crímenes violentos, lo que ha dado a la población
salvadoreña una sensación de seguridad que no experimentaba en décadas. Para
muchos salvadoreños, esta paz aparente es un cambio bienvenido, tras años de
violencia incontrolada a manos de las maras.
Bukele ha logrado lo que parecía imposible: doblegar a los grupos
criminales que operan como estados dentro del estado. La creación de mega
cárceles, como el Centro de Confinamiento del Terrorismo (CECOT), ha sido una
medida ampliamente mediática que refuerza su narrativa de ser el presidente que
finalmente acabó con las pandillas.
Sin embargo, este claro tiene su contraparte oscura. Las organizaciones
de derechos humanos han denunciado que las medidas drásticas de Bukele,
incluyendo arrestos masivos y detenciones arbitrarias, han vulnerado los
derechos fundamentales de miles de personas. Las críticas apuntan a que la
estrategia de seguridad se ha convertido en una trampa, donde el Estado ha
tenido carta blanca para reprimir cualquier disidencia o sospecha sin el debido
proceso.
El Populismo 2.0: Comunicación y
Carisma como Poder Político
Bukele ha sabido explotar a la perfección las herramientas del siglo XXI.
A través de sus redes sociales, en particular Twitter, el mandatario ha
construido una imagen directa y cercana con sus seguidores, rompiendo con la
formalidad de la comunicación tradicional. Con más de seis millones de
seguidores en la plataforma, utiliza su cuenta para hacer anuncios oficiales,
criticar a la oposición y, en muchas ocasiones, moldear la opinión pública.
Este estilo de comunicación es refrescante para una población cansada de
los políticos tradicionales, quienes a menudo parecían distantes y
desconectados. Bukele ha capitalizado esta cercanía digital, presentándose como
un líder del pueblo, en contacto directo con sus ciudadanos.
No obstante, este enfoque ha provocado una concentración de poder en su
figura, minimizando el papel de las instituciones y medios tradicionales de
comunicación. Al demonizar a sus críticos y a la prensa independiente, a
quienes califica de corruptos o "enemigos del pueblo", Bukele ha
creado un ambiente donde la crítica legítima se ve aplastada por la maquinaria
de propaganda digital.
La Amenaza a la Democracia: El
Oscuro Rostro del Poder
La acumulación de poder de Bukele es otro de los puntos más oscuros de su
mandato. En 2021, su partido Nuevas Ideasobtuvo la mayoría absoluta en la
Asamblea Legislativa, lo que le permitió reemplazar a magistrados de la Sala de
lo Constitucional de la Corte Suprema y al Fiscal General, en un movimiento que
fue calificado como un ataque directo a la independencia judicial.
Más preocupante aún es su decisión de optar por la reelección
presidencial en 2024, un acto inédito y polémico que contradice la Constitución
salvadoreña. Esta acción ha sido vista por muchos como el preludio de un
régimen autoritario. Si bien Bukele argumenta que su reelección es legítima
bajo la interpretación de la actual Corte Suprema (la cual él mismo ayudó a
moldear), este precedente podría marcar el fin de la alternancia política en El
Salvador y abrir la puerta a un poder sin contrapesos.
El avance hacia un modelo de "presidencialismo autoritario" en
el que el poder ejecutivo domina sobre las otras ramas del gobierno recuerda a
los peores momentos de la historia política de América Latina, donde líderes
carismáticos se perpetuaron en el poder a expensas de las libertades
democráticas.
El Proyecto Bitcoin: Modernización
o Utopía Digital
En el plano económico, Bukele también ha sido audaz. En 2021, El Salvador
se convirtió en el primer país del mundo en adoptar el Bitcoin como moneda de
curso legal. Este movimiento fue celebrado por los entusiastas de las
criptomonedas, quienes lo ven como un paso hacia la modernización financiera.
El gobierno ha promovido la imagen de El Salvador como un
"cripto-paraíso", atrayendo inversiones tecnológicas y turistas
internacionales.
Sin embargo, la implementación del Bitcoin ha sido extremadamente
controvertida. Las críticas internas apuntan a que muchos salvadoreños no
comprenden ni utilizan la criptomoneda, y que la volatilidad del Bitcoin puede
poner en riesgo la estabilidad económica del país, sobre todo cuando gran parte
de su población vive en condiciones de pobreza. Además, la falta de
transparencia en el manejo de los fondos públicos ha generado sospechas sobre
el verdadero impacto de esta medida en la vida cotidiana de los salvadoreños.
Conclusión: Un Legado en Construcción
Nayib Bukele representa una dualidad compleja. Es, al mismo tiempo, un reformador y un autócrata, un líder que ha traído estabilidad y modernización a El Salvador, pero que también ha concentrado el poder a niveles peligrosos. Mientras muchos celebran sus logros en seguridad y su visión de un El Salvador moderno, no podemos ignorar las sombras que proyecta su estilo de gobierno.
El legado de Bukele dependerá en gran medida de si logra mantener un
equilibrio entre las demandas de modernización y el respeto a las instituciones
democráticas. De lo contrario, El Salvador podría encontrar en su mandato no
solo un capítulo de estabilidad, sino también una amenaza a la frágil
democracia que tanto tiempo le costó construir.
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