Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
Todos vamos cumpliendo ciclos. Nada es eterno. Nosotros como materia
biológica, menos que nada en esta tierra. Si algo sabemos que es seguro, es
nuestra partida en el plano terrenal. Muchos han dedicado vidas enteras a
intentar descubrir que pasa después de la muerte. Pero mi texto hoy no tiene la
intención de hacer postulaciones. Cada quien en su momento tendrá la
experiencia, eso sin duda. Pero cuando la gente trasciende y parte a otro plano
(dependiendo las creencias personales de cada quién por decirlo de alguna
manera y con el mayor respeto) los que le quedan, son los que tendrán que saber
qué hacer con la huella que deje. Sé perfectamente, que mientras estamos aquí
vamos construyendo historia, labrando caminos, significando, latiendo, y cada
uno de nuestros actos nos guardarán en recuerdo. A veces más o a veces menos,
todo depende de lo hecho y de que tanto haya sido representativo. Me parece
fantástico y monumental aquellos que tienen la suerte de ser recordados por
millones, muy egocéntrico y muy ambicioso, pero la realidad es que cuando eso
pasa, como en caso de las grandes leyendas, cada quien se hace la historia que
quiere del personaje y guarda en su psique lo que quiere. En el caso de los que
no logran ser tan famosos, el cotidiano, el de a pie, como usted y yo. Tenemos
a nuestros cercanos, y ellos sabrán que hacer con sus memorias compartidas. Y
ahí es donde definitivamente quedamos y no nos vamos. Ojo, no quiere decir que
no dejemos partir, eso sería enfermizo. No, me gustaría enfocarme a la
maravillosa oportunidad, de hacer que la gente que amamos nunca se vaya,
teniéndola en nuestras mentes de forma sana.
Agradeciendo los instantes y lo positivo, incluso si ni siquiera tienes
en la cabeza momentos memorables. Soy huérfana de padre desde que tengo 6 o 7
años. Y no tengo un solo recuerdo de mi papá en la cabeza, lo busco, pero no lo
encuentro. Y dirá usted que mala memoria. Quizá. Además nadie se ocupó de
ayudarme a conservar el recuerdo como era debido, es más me alentaron a
suprimir la emoción y el dolor, dejando atrás el suceso. Sin duelo siquiera.
Pero no es un trauma. Y no es un trauma no, porque la forma en que me obligaron
a sopesar la pérdida, no. No es un trauma porque yo quise digerir la situación
a mi favor. Porque él está en mí. Yo soy un poco de él. Y agradezco, sin
detenerme en historias truculentas que a mí no me atañen, yo solo agradezco que
tuve ese papá y que en lo que soy él está. Y entonces entiendo que nunca se ha
ido. Aquí está y conservo. Tengo una amiga que hace un par de años, en
pandemia, tuvo que pasar por el hecho del fallecimiento de su señor padre, y es
la hora que la veo añorándolo y llorándolo. Él se fue cuando era ya ella
adulta, y es la hora que ni lo deja partir, ni lo tiene consigo. Yo sé que
todos somos diferentes y lo respeto. Pero vuelvo a la misma posición, todo está
en el agradecimiento. Por haberlo tenido, por las enseñanzas, por la historia,
por las herencias genéticas, por las risas por las tristezas y como en mi caso,
hasta por la nada y a su vez por su totalidad.
Todos quisiéramos jamás perder lo que amamos, o lo que sentimos que es valioso.
Pero como dije al principio, todos somos un ciclo. Así como este 2023 empieza a
dar sus últimos suspiros. Si este año usted amigo lector ha tenido que pasar
por el fallecimiento de un ser amado. Le deseo desde el fondo de mi corazón
mucho agradecimiento para que pueda encontrar el alivio necesario pronto.
Agradezca y conserve y ayude a sus otros seres queridos. Se llora (y mucho,
porque es sanador, reparador y necesario) y se acepta con harto agradecimiento,
viviendo el día que nos toca lo mejor posible, porque un hecho es que nadie
sabe quién es el próximo.
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