Por: Ed. Dr.
Claudia Viveros Lorenzo
Hay términos que
se han puesto muy de moda. Tanto que de tanto manoseo han perdido su fuerza, su
objetivo. Se tergiversan e incluso desvirtúan. Esto pasa cuando hablamos de
inclusión. Y es que es muy fácil pensar que éste solo se atañe a incluir solo
individuos con características físicas o
competencias cognitivas que no están dentro de lo “normal”. Pero aquí
debemos detenernos a preguntar, ¿Qué es lo normal?
Y es que
inclusión es un contexto que va mucho más allá y del que debemos hablar sin
miedo y con más ahínco, en pro de lograr realmente su entendimiento.
Vivimos en un
universo inclusivo, porque todos somos diferentes. La UNESCO en 2005 definió el
término como: un enfoque que responde positivamente a la diversidad de las
personas y a las diferencias individuales, entendiendo que la diversidad no es
un problema, sino una oportunidad para el enriquecimiento de la sociedad a
través de la activa participación en la vida familiar, en la educación, en el
trabajo y en general en todos los procesos sociales, culturales y en las
comunidades. La inclusión es lograr que todos los individuos o grupos sociales,
puedan tener las mismas posibilidades y oportunidades para realizarse como
individuos. Independientemente de sus características, habilidades,
discapacidad, cultura o necesidades de atención médica.
La maravilla que
debemos tener presente es que cada uno es único, y por lo tanto, tiene
características que lo hacen especial. Todos somos especiales y como tales
merecemos distinguirnos y los demás deberán tratarnos con el respeto necesario
que deberá estar de la mano de la famosa empatía. Pero, una empatía real, no
esa que muchos se ponen para aparentar estar dentro del espectro, en donde te
cuentas que “entienden” las diferencias entre individuos y las “toleran”, pero
que no saben realmente ponerse en el “zapato del otro”. Porque ahí es donde
está el “arte”.
Empatizar es entender
como una acción repercutirá en otro individuo y hasta qué punto puede causarle
daño o bienestar, y en base a eso, entonces aprender a conducirnos con el
respeto y la educación y por supuesto la libertad que todo individuo merece,
porque esa libertad es un derecho que debemos tomar con la ética del bien
hacer, en donde como individuo, puedo bajo mi juicio y razón determinar la
forma en que me puedo conducir manteniendo siempre el cuidado de no dañar a
otro y entonces, provocar un desarrollo real en todos nuestros entornos, tanto
físicos como sociales, para lograr esa transformación que tanto anhelamos.
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