miércoles, 20 de enero de 2021

El WhatsApp y otros demonios

             Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo

La semana pasada hablamos un poco de ciudadanía digital al tocar el tema de los actos vandálicos que sufrió la casa blanca, por el impulso, que, a través de las redes sociales, suscitó Donald Trump entre sus seguidores. Esta semana el debate se centró en las nuevas políticas de WhatsApp de datos personales, que han sido lanzadas y que los usuarios tendrán, hasta el próximo 8 de febrero para valorar si las aceptan o no, y por lo tanto, si podrán o no, continuar usando el servicio. Y ya sabe, todo el mundo empezó a decir que cambiaría de app, por aquello de su seguridad. Y Empezaron a hacer pruebas y proezas de experimentación en cosas llamadas Telegram, Signal, WeChat, etc. Permítame que no me aguante la risa. Seamos coherentes, vociferamos acerca de lo que podrá hacer esta aplicación de la que es dueño el señor Mark Zuckerberg, al igual que Instagram y Facebook, pe-ro nos la pasamos en las dos anteriores entregando (también de a gratis) toditita nuestra in-formación. Desde que queremos comprar, donde comemos, si nos peleamos con el marido, nos cortamos el cabello, y que marca de ropa interior usamos.

Dirá que exagero, pero no, usted bien sabe que no. Su subconsciente seguro lo delata al recordar algún episodio en el que se fue de patas y dijo (o escribió, o grabó en video) aquello que el mundo no tenía por qué enterarse, pero templado por el momento dejó ir y compartió. Y ahí no se detuvo a en-tender que todos los observadores de esta información pararon orejas y no porque les interese mucho lo que sienta o sufra, o lo feliz que es. Si no que, por más pequeño que parezca o insignificante, todas nuestras reacciones, son rastreadas por los algoritmos de las redes y por arte de magia, nos empiezan a llover anuncios sobre mercancía o servicios que “podemos” necesitar. Y muchos dicen: “Brujería”.

Pero no señores, no es brujería, son dos cosas muy simples, la primera como dije ya, el algoritmo rastreador y la segunda y más importante, la poca consciencia que tenemos en estos temas de cultura digital. Porque todo lo que se sube a la red ahí se queda, nadie lo puede eliminar y eso, deberíamos tenerlo tatuado y entendido como nuestro propio nombre. Grábeselo bien, un mundo lo vigila, o mejor dicho, vigila su poder adquisitivo. La masa está deseosa de poder quedarse con su dinero y hará lo que sea por él.

Así que, por favor, más que andarse quejando y probando con otras herramientas de comunicación, quizá podría optar por dos cosas: una, no colgarse demasiado de su uso y volver al face to face, que es tan sano y necesario, y dos, recordar que la información vale oro, así que lo que no deba salir de su boca, es mejor guardárselo y no contárselo ni al espejo, como dice mi mamá.

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