Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
La semana pasada hablamos un poco de
ciudadanía digital al tocar el tema de los actos vandálicos que sufrió la casa
blanca, por el impulso, que, a través de las redes sociales, suscitó Donald
Trump entre sus seguidores. Esta semana el debate se centró en las nuevas
políticas de WhatsApp de datos personales, que han sido lanzadas y que los
usuarios tendrán, hasta el próximo 8 de febrero para valorar si las aceptan o
no, y por lo tanto, si podrán o no, continuar usando el servicio. Y ya sabe,
todo el mundo empezó a decir que cambiaría de app, por aquello de su seguridad.
Y Empezaron a hacer pruebas y proezas de experimentación en cosas llamadas
Telegram, Signal, WeChat, etc. Permítame que no me aguante la risa. Seamos
coherentes, vociferamos acerca de lo que podrá hacer esta aplicación de la que
es dueño el señor Mark Zuckerberg, al igual que Instagram y Facebook, pe-ro nos
la pasamos en las dos anteriores entregando (también de a gratis) toditita
nuestra in-formación. Desde que queremos comprar, donde comemos, si nos
peleamos con el marido, nos cortamos el cabello, y que marca de ropa interior
usamos.
Dirá que exagero, pero no, usted bien sabe
que no. Su subconsciente seguro lo delata al recordar algún episodio en el que
se fue de patas y dijo (o escribió, o grabó en video) aquello que el mundo no
tenía por qué enterarse, pero templado por el momento dejó ir y compartió. Y
ahí no se detuvo a en-tender que todos los observadores de esta información
pararon orejas y no porque les interese mucho lo que sienta o sufra, o lo feliz
que es. Si no que, por más pequeño que parezca o insignificante, todas nuestras
reacciones, son rastreadas por los algoritmos de las redes y por arte de magia,
nos empiezan a llover anuncios sobre mercancía o servicios que “podemos”
necesitar. Y muchos dicen: “Brujería”.
Pero no señores, no es brujería, son dos
cosas muy simples, la primera como dije ya, el algoritmo rastreador y la
segunda y más importante, la poca consciencia que tenemos en estos temas de
cultura digital. Porque todo lo que se sube a la red ahí se queda, nadie lo
puede eliminar y eso, deberíamos tenerlo tatuado y entendido como nuestro
propio nombre. Grábeselo bien, un mundo lo vigila, o mejor dicho, vigila su
poder adquisitivo. La masa está deseosa de poder quedarse con su dinero y hará
lo que sea por él.
Así que, por favor, más que andarse quejando
y probando con otras herramientas de comunicación, quizá podría optar por dos
cosas: una, no colgarse demasiado de su uso y volver al face to face, que es
tan sano y necesario, y dos, recordar que la información vale oro, así que lo
que no deba salir de su boca, es mejor guardárselo y no contárselo ni al
espejo, como dice mi mamá.
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