Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
Ha
sido noticia mundial nuevamente.
Conocíamos su desgaste tanto físico como
emocional. Todos lo enjuiciaban y señalaban, todos estaban desde hace mucho,
expectantes de su fatal desenlace con una morbosa mirada de reojo a todo lo que
pasaba en su vida, que en la actualidad servía solo para la burla y sí, su
cuerpo no aguantó. Como la mayoría de los seres que viven intensamente,
Maradona, se fue joven. Y su éxito profesional es (porque no, no fue, es y
será) tan avasallante, que los de la funeraria no dudaron ni un momento, en
tomarse una foto con su cuerpo en el féretro y publicarla. Bizarro. ¡Ay Diego!
No eras perfecto, ¿quién lo es?, pero nadie puede negar que a millones hiciste
vibrar y solo por eso, tienes tu lugar en la historia. El sociólogo Eliseo
Verón define la devoción del público a este futbolista como “las creencias y
las necesidades colectivas, de los despojados, de los pobres, de los que
necesitan creer que Dios está cerca y por eso se identifican con Diego, como
antes con Evita Perón”.
Se regaló a sí mismo todos los excesos y lo
peor es que, siempre estuvo dentro de una esfera que le concedió todos sus
deseos sin importarle el daño que le causaban. Todo el mundo lo señala, pero el
lunes que recibí la noticia de su muerte me detuve a pensar si alguien se
interesó en el astro futbolero que generaba millones de euros, y si recibía
diariamente esa pregunta milagrosa que todo ser humano necesita: ¿Cómo estás?
Porque por muy básica que parezca, el cuestionamiento es de primera necesidad.
Lo malo es que nos hemos acostumbrado a repetirla dentro de un protocolo
superficial, en donde casi nadie se detiene a escuchar la respuesta y por lo
tanto, ésta se ha limitado a una escaza respuesta también protocolar que solo
nos ayuda a salir del paso con un: “bien gracias”. Qué vergüenza me doy, que
vergüenza me da esta sociedad de la que todos somos parte, que vergüenza este
alud de “se-res humanos” que pierden cada vez más ese rasgo de humanidad que
debería distinguirnos y que se han vuelto máquinas de producción que desde la
revolución industrial se han limitado solo a generarle riqueza a unos cuantos,
perdiendo la vida y todo lo realmente valioso a su rededor por no tener tiempo
y enfrascarse en generar el suficiente poder adquisitivo para que todos puedan
estar bien, aunque en realidad estén muy mal. Aunque tampoco podemos olvidar a
los que no están incluidos en la vorágine laboral, y por arrastrar traumas del
pasado son espíritus chocarreros, de esos que no saben vivir y por lo tanto,
tampoco dejan vivir a los demás. En la viña del señor de todo hay.
Pero regresemos a la noticia de la semana y a
su protagonista. Ese hombre que se autocalificó siempre como el 10. Y lo era en
la cancha. Con sus pobrezas espirituales que siempre fueron más y las cuales,
ni con todo el dinero que generó pudo apaciguar y que deberían servir de
ejemplo y análisis. Venía de barrio humilde y de familia desintegrada y
violenta. Y si ya sabemos que no es pretexto para conducirse por el mal camino,
pero no todos son fuertes y Diego, Dieguito era muy débil. Y por favor no me
salten las feministas con el discurso sobre el violento y hasta pederasta que
pudo ser. No lo estoy negando. Solo me detengo a pensar que, si su construcción
hubiese sido otra, quizá no hubiese terminado siendo la piltrafa en la que se
convirtió y eso es lo que duele. Lo carcomidos que estamos y como seguimos
pasando por alto cosas tan elementales. Es como cuando caminamos y nos
encontramos un charco de lodo, le damos vuelta para no ensuciarnos y seguimos
sin detenernos, porque no es nuestro problema, porque no queremos limpiarlo,
porque no tenemos tiempo, porque no queremos ensuciarnos o por un sin fin de
pretextos para evadir la tan olvidada responsabilidad que nos atañe a todos de
todo. Porque somos uno y lo que pasa en mí replica en el otro y viceversa. No
se trata de mirar sobre el hombro y señalar. Se trata de mirarnos a nosotros,
reparar y valorar.
Comentarios: draclaudiavive-roslorenzo@gmail.com
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