A través de una carta dirigida a Monseñor Carlos Castillo, Arzobispo de Lima, el Papa Francisco envía un fraterno saludo al pueblo peruano en este mes de octubre. Compartimos las palabras del Santo Padre y nos unimos a su oración por el Perú.
A su Excelencia Reverendísima
Mons. Carlos Castillo Mattasoglio Arzobispo
de Lima
Querido hermano:
Al inicio del “mes morado”, en el primer
sábado de octubre, día de la tradicional procesión con la imagen del Señor de
los Milagros, me dirijo a ti, conectado virtualmente con los hermanos Obispos
del Callao, Chosica, Lurín, y Carabayllo, junto al santo Pueblo fiel de Dios,
para elevar sus oraciones al Crucificado implorando su misericordia y el cese
de la pandemia que aflige también a esa querida tierra.
En la ciudad de Lima, como en todos los demás
rincones del Perú, el mes de octubre está marcado por la especial veneración al
Señor de los Milagros. Jesús crucificado, fijo e inmóvil en la cruz, no por la
fuerza de los clavos, sino por su amor infinito, es la prueba más linda del
amor de Dios hacia el amado pueblo peruano. Se muestra como el “Emmanuel”,
Dios-con nosotros que, silencioso. Sale al encuentro de su gente para darle
vida y consuelo, y abarcarlo en el brazo inmutable de su misericordia y perdón.
Durante 332 años el Pueblo de Dios, unido a sus Pastores, ha acompañado al
Crucificado, con devoción y esperanza, en el largo cortejo por las vías de la
capital. Este año la procesión no podrá salir por las calles, pero esto no
impide que el Señor realice el milagro de llegar a los millares de corazones
bien dispuestos que con fe sencilla
reconocen que Dios hecho hombre continúa recorriendo junto con sus hermanos y
hermanas el camino doloroso de cada época, y sigue compartiendo la
incertidumbre y el sufrimiento de todos, especialmente, de los más pobres,
excluidos y descartados.
Me conmueve pensar en las duras pruebas que
tantos hermanos y hermanas nuestros deben enfrentar a causa del virus, que no
solo afecta a la salud, sino también a sus vidas, aumentando las injusticias,
los sufrimientos, las incomprensiones que golpean su dignidad personal, sin
distinción de pertenencia religiosa. Ante la consternación y la sensación de
impotencia que golpea a todos, sin acepción de personas, me gustaría animarlos
a mirar una vez más al Señor, Él no nos abandona; nos llama y nos abraza con un
amor infinito que nos cura, nos conforta y nos salva.
Les aseguro mi oración y cercanía espiritual,
y mientras los confío a la misericordia del Señor de los Milagros y al cuidado
maternal de la Virgen de los Dolores, les imparto la bendición apostólica como
signo de abundantes gracias divinas.
Y, por favor, les pido que no se olviden de
rezar por mí.
Fraternalmente,
Francisco
Roma, San Juan de Letrán, 1 de octubre de
2020
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