Raúl
Sotelo Lévano
Que
tragedia es para el hombre dirigir este dulce piropo a su pareja como paso
previo a una noche romántica, y comprobar, aterrado como ella, rompiendo todos
los esquemas, luce esos horribles ruleros en la cabeza y con el rostro embadurnado
con una espesa crema amarilla dejando al descubierto unos ojos delineados con
un tinte verdoso. En el colmo de su descaro pregunta: “¿cómo me ves mi amor?”
Si
nuestras furibundas miradas dispararan dardos venenosos, ella sabría la
respuesta de inmediato. Pero nos contenemos pensando en los niños que quedarían
huérfanos de su madre.
¿Qué
hacer ante la presencia de esta figura repelente como salida de una película de
terror? Pues coger la almohada e irnos a la sala y echarnos en el sillón, mil
veces mucho mejor que dormir al lado de esa cosa escapada de una tormentosa pesadilla.
Al
día siguiente la señora reclamará airada “es
que no me tienes paciencia”, ¿Paciencia?, por favor; en el mundo no existe
ningún héroe suicida que duerma con una sonrisa de complacencia al lado de una
maniquí pintarrajeada, y, todavía vestida con una larga bata negra con botones
y cierre relámpago como medida de seguridad, según ella como precaución, en
caso fuera víctima de acoso. Ni loco para tocarla siquiera.
“Ponte linda bombón”,
es un pedido cargado de intensa galantería que se le hace a una mujer antes de
salir a un compromiso social, o, a cenar en un restaurante de categoría, alumbrados
por dos velas escuchando a Frank Sinatra, o simplemente, engullir panes con
torrejas de pescado al pie de una carretilla.
Ella
se esmerará coquetamente en lucir todos sus encantos. Se soltará su espléndida
cabellera rizada, un toque de rímel en los labios, aretes del mismo color de sus
zapatos, y un impactante vestido rojo rubí. Es decir, un verdadero monumento de
mujer, un apetitoso bombón, casi igual a la dama de la foto de abajo.
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