Raúl Sotelo Lévano
El Holocausto es el nombre que se aplica
al genocidio de aproximadamente seis millones de judíos europeos, y de otros
muchos de Europa y el Norte de África durante la Segunda Guerra Mundial. Fue planificado
y ejecutado por la Alemania nacionalsocialista dirigida por Adolf Hitler, como
parte de una programa deliberado de exterminio que involucró el asesinato
sistemático e industrializado. Otros grupos fueron perseguidos y asesinados por
el régimen nazi, incluyendo gitanos, soviéticos, prisioneros de guerra, comunistas,
polacos étnicos, eslavos, discapacitados, homosexuales y disidentes políticos y
religiosos.
La
persecución y el genocidio se realizó por etapas. Los campos de concentración
nazi fueron establecidos como lugares donde los reclusos eran utilizados como
mano de obra esclava hasta que morían por agotamiento o enfermedad. En los
nuevos territorios al este de Europa conquistados por los alemanes, escuadrones
especializados llamados Einsetzgruppen asesinaban judíos y oponentes políticos
en fusilamientos masivos.
Estos
infortunados eran encerrados en ghettos antes de ser transportados por centenares
o millares por trenes de carga hacia los campos de exterminio donde, si sobrevivían
al viaje, la mayoría de ellos eran asesinados en las cámaras de gas.
El
Museo de los Estados Unidos del Conmemorativo del Holocausto, se dedica a docu-
mentar,
estudiar e interpretar la historia del Holocausto. Es un monumento en recuerdo
de los millones de judíos europeos y otros colectivos asesinados durante el mandato
de la Alemania Nazi.
Fue
creado en el 1980 y se abrió al público en abril de 1993 por el presidente Clinton, y el superviviente del Holocausto, Elic Wiesel, quien prendió la llama eterna
en la Sala del Recuerdo.
Al
salir de este museo y luego de contemplar las fotos, evidencias materiales,
publicaciones de esa época, y voces grabadas de los condenados a muerte, no
lograba explicarme como existió tanta maldad, tanta ruindad, tanta crueldad y ensañamiento
cometidos por unos alucinados enloquecidos por el poder que ostentaban y una
estúpida superioridad racial en agravio de millones de personas, entre ellos
niños, jóvenes, adultos y ancianos de ambos sexos.
Allí
estaban miles de zapatos y botas de todos los tamaños que calzaron por última
vez los infortunados antes de morir; una montaña de cabellos que los nazis
cortaban a sus víctimas antes de exterminarlos; y aquel viejo violín que un
sádico tocaba antes de las ejecuciones en masa.
Jamás
olvidaré cuando pasé mis manos por aquel vagón de madera donde apiñados unos
sobre otros viajaron por última vez los condenados a morir envenenados por los
gases. Un estremecimiento de indignación fue mi reacción.
A
la salida del Museo, está la llama eterna que evoca a todos los que murieron,
para que su luz sea una especie que nunca jamás la humanidad sufra aquella
pesadilla que se inició en 1933 con la ascensión al poder de un enviado
maléfico de Satanás.
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