Pleno de alegría
está en estos momentos, el mundo católico para celebrar dentro de unas horas, el nacimiento de Jesús,
el Mesías, el Salvador del mundo, estando a esperas del cumplimiento del
anuncio de los profetas, acontecimiento considerado por los católicos como el
más grande de la historia universal, con cuya llegada nos trae el mensaje de
paz y amor y que motiva la alegría de los pueblos, sin distinciones, lo que
llega como el estimulante de los
corazones, las mentes y estructuras del mundo, induciendo así hacia un cambio
de nueva vida.
Con regocijo
celebramos los cristianos la fiesta del nacimiento de Jesús nuestro Salvador,
el hijo de Dios. Después de varios siglos de anunciada su venida que mantuvo
firme la esperanza de salvación a través de muchas generaciones y se cumple la
promesa de Dios Padre, de enviar a su Hijo Único trayendo su mensaje de amor y
paz al mundo.
Se recuerda un
acontecimiento fundamental que de hecho cambió el sentido de la historia: la buena
noticia que trajo alegría para todos los pueblos, sin distinción de raza ni
color.
“Nos ha nacido
un niño, la alegría ha llegado al mundo llenando de gracia a todas las
familias, pues quiso la providencia que este gran acontecimiento se diera en el
seno de una familia: Jesús, José y María; por eso es que en Navidad se hace
manifiesta la alegría familiar. En cada hogar en cada familia se acoge al niño
Jesús, nace Dios para bendecir su unidad su amor, su quehacer cotidiano, llenando
los espacios de paz y amor. Así la celebración del nacimiento del Niño Jesús se
festeja en todo lugar, volviendo una
fiesta universal en donde la alegría espontanea se desborda contagiante; todos
participamos de esta gran alegría.
La celebración
de la Navidad propicia una reflexión, la de incentivar la unión entre los miembros
de la familia y comunidad que muchas veces está divididas por simples
desavenencias; debe ser este acontecimiento una llegada fortificante para la
salud espiritual de todos porque siempre motiva la reconciliación en el entorno
familiar y de la sociedad entera. Es pues una fiesta extraordinaria que debemos
revalorar los cristianos, darle el verdadero sentido espiritual y familiar,
dejando de lado la superficialidad, la presuntuosidad y el carácter comercial,
en los que caemos muchas veces.
Sumándonos al
regocijo de esta fiesta navideña, elevemos nuestras oraciones al todopoderoso,
pidiéndoles sus bendiciones para que reine la paz y la unidad en todas las
familias de Chincha, de la región, del país y del mundo entero.
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