Por Oscar Velit
Bailetti.-Especialista en Seguridad Ciudadana
Caminar por las calles
de la provincia ya no es tan fácil como era antes. Ahora, es común que, al
despedirnos, nos digamos “ten cuidado”. Nadie está exento de ser víctima de un asalto
y esto genera un miedo constante.
La persona o institución
que sufre un robo se ve privada de lo que es de su propiedad, lo que causa daño
al patrimonio de personas, empresas, instituciones y del propio país. A veces,
esto ocurre con violencia. Se genera un clima de desconfianza, desesperanza y
desánimo, de manera que la persona que es víctima de un robo se cuida más y
toma medidas más estrictas y excluyentes en perjuicio de los que no roban. Esto
encarece los costos de la vida, pues obliga a instalar medidas de seguridad que
implican contratación de pólizas de seguro, contratación de infraestructura de
seguridad (paredes, rejas, cerraduras, etc.), contratación de personal,
creación de áreas de seguridad en las instituciones y de instituciones de vigilancia,
entre otras medidas de protección.
Por otra parte, en el
caso del abuso sexual, no solo sufren los acosados, sino también los agresores,
los testigos, los padres, las madres, los hermanos, los familiares: en
definitiva, la sociedad entera. Los testigos de la violación padecen bloqueos
emocionales, intelectuales y alteraciones de conducta que les pueden llevar a
un final funesto. Sus sufrimientos no son transitorios y pueden desafiar un
desarrollo futuro normal. El abuso sexual acarrea desconfianza en la víctima,
además de originar conciencia de culpa y vergüenza en ella, pues, en cierta
medida, queda la culpa inconsciente de haber incentivado dicho acto.
Además, en el caso de
los secuestros o raptos, extorciones, pagos de cupo, el acto delictivo tiene
como consecuencia la violación física y psicológica. Los secuestradores, extorcionadores juegan
con los sentimientos de los familiares de sus víctimas al amenazarlos con la
muerte de estos, si no pagan.
Asimismo, los
delincuentes abusan físicamente de sus víc-timas las golpean, las arrastran, la
lastiman hasta el cansancio, no importándoles si éstas sean mujeres, niños, ancianos.
En conclusión, la
seguridad ciudadana es un bien público que nuestras autoridades debe garantizar
y proteger. Enfrentar la violencia y fomentar la seguridad, por tanto, es
manifestar la voluntad de conseguir un mejor desarrollo para nuestra ciudad.
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