César Maside
Un hombre recién convertido iba a toda prisa por la ruta de
la vida. Se acercó a un anciano que estaba sentado al borde del camino y le
preguntó: -Por favor, ¿ha visto pasar por aquí a algún cristiano? El anciano
encogiéndose de hombros le contestó: -Depende del tipo de cristiano que ande
buscando. –Perdone, soy nuevo en esto y no conozco los tipos que hay. –Pues hay
para todos los gustos. Hay cristianos por cumplimiento, por tradición, por
costumbre, por superstición, por conveniencia, y cristianos auténticos, de
verdad, de una fe viva y experimentada. –Los auténticos, los de verdad, esos
son los que yo busco. -¡Oiga!, pues esos son los más difíciles de ver. ¿Cómo
podré reconocerlos –No se preocupe, amigo. No tendrá ninguna dificultad. Un
cristiano de verdad no pasa desapercibido. Lo reconocerá muy fácilmente por
su fe viva, por sus obras. Por donde pasa
siempre deja huella.
Un ciego orillado al borde del camino. El evangelista
Marcos 14 lo llama Bartimeo. Está sin ver y sin embargo percibe la presencia de
Jesús que pasa. Grita y le mandan callar. Pero sigue gritando: Cristo, ten
compasión de mí. Grita porque tenía fe. La fe es un regalo de Dios. Nadie viene
a mí, nos dice Jesús, si mi Padre no le atrae. Pero la fe es también una
respuesta personal. Este ciego no creyó porque fue curado, sino que fue curado
porque tenía fe. Y la fe la recibimos en el Bautismo como una semilla. Y puede
crecer si la cultivamos con buenas obras, o puede morir si es que nos olvidamos
de hacer el bien. La fe es fundamental en nuestra vida. Es como las raíces para
un árbol o los cimientos para un
edificio. Alguien dijo: El fruto del silencio es la oración, el fruto de la
oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio,
y el fruto del servicio es la paz. La manera de dar vale más que lo que se da.
El Papa Benedicto XVI nos aclara:”El discípulo de Cristo no
debe sólo guardar la fe y vivirla, sino también profesarla, testimoniarla con
firmeza y difundirla. Este Año de la
Fe será un momento de gracia y compromiso para una cada
vez más plena conversión a Dios, para
reforzar nuestra fe en él y para anunciarlo con gozo al hombre de nuestro
tiempo”. Muchos quieren hacer fácil su cristianismo y para eso tratan de
librarlo de todo lo que les parece incómodo, de todo lo que les cuesta.
Intentan hacer lícito todo lo que les
gusta y apelan a la propia conciencia para sacudir todo lo que les parece difícil, y constituirse cada uno
en norma. Algunos tratan de hacer el evangelio a su gusto. Y ese evangelio de
fulano de tal no salva a nadie. Es simplemente
la expresión de una triste decadencia en la que muere asfixiada la generosidad
que nos llama a la santidad viviendo con
alma y vida el proyecto de los mandamientos.
Tenemos que dar razón de nuestra fe, saber por qué creemos.
Y eso se aprende conociendo a Cristo y viviendo su evangelio Ya nos avisa Santiago:
¿Qué le aprovecha a uno decir que tiene fe si no tiene obras? Muchas veces
hacemos de cristianos, pero tal vez no lo somos. La fe debe llevarme a un
compromiso con Dios y con los demás. ¡Mira!, se nos pide a todos la actitud del
ciego del evangelio: reconocer nuestra ceguera, orar, pedir la luz, arrojar el
manto, que es desprenderse de los impedimentos, y seguir a Cristo con decisión,
imitando su vida. La fe no sólo es creer. Es dejarse transformar por lo que se
cree. La sociedad de hoy deshidratada espiritualmente le llama felicidad al
dinero, verdad a lo que le gusta,
certeza a las ideologías y se cree dueña de la luz. Y el caso es que la salvación viene de
Jesús. Pero pide nuestra colaboración, ¿sabes? Porque hay que pasar de la
cultura del maná a la del esfuerzo. Hoy se cambia fácilmente el punto de cruz
por el “punto com”. Es frecuente encontrarse con personas que al preguntarles por su situación religiosa,
responden enseguida: yo soy creyente, pero no practico. Y eso de ser creyente
pero no practi-car es, en realidad, un
absurdo, un contrasentido. Es igual que decir yo soy pintor pero nunca
pinto, o soy futbolista pero nunca juego al fútbol. El camino de las dudas, de
las cobardías y de los miedos, no acaba nunca. Y, ¡claro!, se trata de rebajar
todo lo que cuesta y resulta incómodo. Y se
eliminan principios, se suavizan las exigencias y se hace lícito todo lo
que gusta. Mucha gente hoy conoce la duda, la indiferencia, la mediocridad. El
dios del dinero, del poder y del placer le sigue haciendo trampas al amor y
continúa apagando la ilusión y poniendo
zancadillas a la alegría. El compromiso lastima la comodidad y
la vida vacía.
Claro, queremos una fe fácil. Y la fe o es difícil o no es
fe. La que se lleva hoy, esa fe de saldo que atrofia y es de bajo contenido en
valores, ¿es una conquista o no será simplemente el resultado de una triste decadencia
que asfixia la generosidad? Con frecuencia me persigue la pregunta de un ateo
que escribe: “Los que creen en Dios, ¿piensan en él tan apasionadamente como
los que no creemos pensamos en su ausencia?” Y lo malo es que esto suele ser
verdad. No es fácil de entender que se pueda creer en Dios sin sentir entusiasmo
por él. Y nos duele esa especie de “anemia” espiritual, en la que con
frecuencia se convierte la fe de muchos. Y la fe puede ser un terremoto, no una
siesta, un volcán, no una rutina, una pasión, no un simple recuerdo. ¿Cómo se
puede creer, de veras, que Dios nos ama y no ser felices? Nos debería doler el
que la gente de mundo crea con más apasionamiento en las cosas del mundo que
los creyentes en las cosas de la fe. Deja saltar a Cristo la barrera de
seguridad de tu corazón.
¿Por qué los creyentes gozan menos en las iglesias que los
espectadores en el cine? ¿Es acaso que Dios es más aburrido que un programa de
televisión? ¡Qué difícil es, sin embargo, encontrar creyentes rebosantes de
gozo! Y qué gusto cuando alguien te habla de su fe, con los ojos brillantes,
saliéndole Cristo por la boca a borbotones. Cuando aburrimos al hablar es que no
sentimos lo que decimos. No podemos aceptar la fe de quien no es feliz con
ella. No podemos admitir una fe enlatada, ni un amor envasado al vacío. Tiene
que ser algo vivo y sentido. ¡Oye!, tienes que hacer de la entrega, del amor,
del servicio, del esfuerzo, del respeto y del perdón, una asignatura
obligatoria. Qué maravilla oír decir a un cristiano: La vida cuando se vive con
Dios, es arrebatadora. Y qué rabia, en cambio, con los que no cesan de hablar
de los sacrificios que cuesta ser cristiano, de las privaciones que impone la
fe. ¿Es que puede ser un sacrificio amar a alguien? Ya sé que hay que cargar la
cruz. Pero si no nos resulta fuente de felicidad, ¿cómo podemos decir que la
creemos redentora? Imagínate que un joven hiciera esta declaración de amor
a su novia: “Yo sé que para vivir a tu lado
tendré que sacrificar muchas cosas, renunciar a muchos de mis gustos. Estaré
contigo, pero quiero que aprecies el esfuerzo que eso me cuesta y lo bueno que
soy haciendo tantos sacrificios por quererte”. Supongo que la chica no tardaría
medio minuto en mandarle al cuerno. Y esas suelen ser las declaraciones de amor
que los creyentes le hacemos a Cristo. Le amamos como haciéndole un favor. Y,
¿sabes?, la fe no admite descuentos.
Un Dios que aburriese, que fuera una carga, que no saciase,
¿qué Dios sería? La fe tiene que ser una fuente de gozo, que nos haga sonreír
de felicidad. La sonrisa gozosa es el único virus que no hace daño al alma.
¡Ah! y dile con frecuencia a Jesús como los
Apóstoles: Señor, aumenta nuestra fe. Un abrazo.
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