miércoles, 21 de noviembre de 2012

MÁS SOBRE LA FE



                                                            
César Maside
Un hombre recién convertido iba a toda prisa por la ruta de la vida. Se acercó a un anciano que estaba sentado al borde del camino y le preguntó: -Por favor, ¿ha visto pasar por aquí a algún cristiano? El anciano encogiéndose de hombros le contestó: -Depende del tipo de cristiano que ande buscando. –Perdone, soy nuevo en esto y no conozco los tipos que hay. –Pues hay para todos los gustos. Hay cristianos por cumplimiento, por tradición, por costumbre, por superstición, por conveniencia, y cristianos auténticos, de verdad, de una fe viva y experimentada. –Los auténticos, los de verdad, esos son los que yo busco. -¡Oiga!, pues esos son los más difíciles de ver. ¿Cómo podré reconocerlos –No se preocupe, amigo. No tendrá ninguna dificultad. Un cristiano de verdad no pasa desapercibido. Lo reconocerá muy fácilmente por su  fe viva,  por sus obras. Por donde  pasa  siempre deja huella.
Un ciego orillado al borde del camino. El evangelista Marcos 14 lo llama Bartimeo. Está sin ver y sin embargo percibe la presencia de Jesús que pasa. Grita y le mandan callar. Pero sigue gritando: Cristo, ten compasión de mí. Grita porque tenía fe. La fe es un regalo de Dios. Nadie viene a mí, nos dice Jesús, si mi Padre no le atrae. Pero la fe es también una respuesta personal. Este ciego no creyó porque fue curado, sino que fue curado porque tenía fe. Y la fe la recibimos en el Bautismo como una semilla. Y puede crecer si la cultivamos con buenas obras, o puede morir si es que nos olvidamos de hacer el bien. La fe es fundamental en nuestra vida. Es como las raíces para un árbol  o los cimientos para un edificio. Alguien dijo: El fruto del silencio es la oración, el fruto de la oración es la fe, el fruto de la fe es el amor, el fruto del amor es el servicio, y el fruto del servicio es la paz. La manera de dar vale más que lo que se da.
El Papa Benedicto XVI nos aclara:”El discípulo de Cristo no debe sólo guardar la fe y vivirla, sino también profesarla, testimoniarla con firmeza y difundirla. Este Año de la Fe será un momento de gracia y compromiso para una cada vez  más plena conversión a Dios, para reforzar nuestra fe en él y para anunciarlo con gozo al hombre de nuestro tiempo”. Muchos quieren hacer fácil su cristianismo y para eso tratan de librarlo de todo lo que les parece incómodo, de todo lo que les cuesta. Intentan hacer lícito todo lo que les  gusta y apelan a la propia conciencia para sacudir todo lo que  les parece difícil, y constituirse cada uno en norma. Algunos tratan de hacer el evangelio a su gusto. Y ese evangelio de fulano de tal  no salva a nadie. Es simplemente la expresión de una triste decadencia en la que muere asfixiada la generosidad que nos llama a la santidad  viviendo con alma y vida el proyecto de los mandamientos.
Tenemos que dar razón de nuestra fe, saber por qué creemos. Y eso se aprende conociendo a Cristo y viviendo su evangelio Ya nos avisa Santiago: ¿Qué le aprovecha a uno decir que tiene fe si no tiene obras? Muchas veces hacemos de cristianos, pero tal vez no lo somos. La fe debe llevarme a un compromiso con Dios y con los demás. ¡Mira!, se nos pide a todos la actitud del ciego del evangelio: reconocer nuestra ceguera, orar, pedir la luz, arrojar el manto, que es desprenderse de los impedimentos, y seguir a Cristo con decisión, imitando su vida. La fe no sólo es creer. Es dejarse transformar por lo que se cree. La sociedad de hoy deshidratada espiritualmente le llama felicidad al dinero, verdad  a lo que le gusta, certeza a las ideologías y  se  cree dueña de la  luz. Y el caso es que la salvación viene de Jesús. Pero pide nuestra colaboración, ¿sabes? Porque hay que pasar de la cultura del maná a la del esfuerzo. Hoy se cambia fácilmente el  punto de cruz  por el “punto com”. Es frecuente encontrarse con personas que al  preguntarles por su situación religiosa, responden enseguida: yo soy creyente, pero no practico. Y eso de ser creyente pero no practi-car es, en realidad, un  absurdo, un contrasentido. Es igual que decir yo soy pintor pero nunca pinto, o soy futbolista pero nunca juego al fútbol. El camino de las dudas, de las cobardías y de los miedos, no acaba nunca. Y, ¡claro!, se trata de rebajar todo lo que cuesta y resulta incómodo. Y se  eliminan principios, se suavizan las exigencias y se hace lícito todo lo que gusta. Mucha gente hoy conoce la duda, la indiferencia, la mediocridad. El dios del dinero, del poder y del placer le sigue haciendo trampas al amor y continúa  apagando la ilusión   y   poniendo zancadillas  a la  alegría. El compromiso lastima la comodidad y la vida vacía.
Claro, queremos una fe fácil. Y la fe o es difícil o no es fe. La que se lleva hoy, esa fe de saldo que atrofia y es de bajo contenido en valores, ¿es una conquista o no será simplemente el resultado de una triste decadencia que asfixia la generosidad? Con frecuencia me persigue la pregunta de un ateo que escribe: “Los que creen en Dios, ¿piensan en él tan apasionadamente como los que no creemos pensamos en su ausencia?” Y lo malo es que esto suele ser verdad. No es fácil de entender que se pueda creer en Dios sin sentir entusiasmo por él. Y nos duele esa especie de “anemia” espiritual, en la que con frecuencia se convierte la fe de muchos. Y la fe puede ser un terremoto, no una siesta, un volcán, no una rutina, una pasión, no un simple recuerdo. ¿Cómo se puede creer, de veras, que Dios nos ama y no ser felices? Nos debería doler el que la gente de mundo crea con más apasionamiento en las cosas del mundo que los creyentes en las cosas de la fe. Deja saltar a Cristo la barrera de seguridad de tu corazón.
¿Por qué los creyentes gozan menos en las iglesias que los espectadores en el cine? ¿Es acaso que Dios es más aburrido que un programa de televisión? ¡Qué difícil es, sin embargo, encontrar creyentes rebosantes de gozo! Y qué gusto cuando alguien te habla de su fe, con los ojos brillantes, saliéndole Cristo por la boca a borbotones. Cuando aburrimos al hablar es que no sentimos lo que decimos. No podemos aceptar la fe de quien no es feliz con ella. No podemos admitir una fe enlatada, ni un amor envasado al vacío. Tiene que ser algo vivo y sentido. ¡Oye!, tienes que hacer de la entrega, del amor, del servicio, del esfuerzo, del respeto y del perdón, una asignatura obligatoria. Qué maravilla oír decir a un cristiano: La vida cuando se vive con Dios, es arrebatadora. Y qué rabia, en cambio, con los que no cesan de hablar de los sacrificios que cuesta ser cristiano, de las privaciones que impone la fe. ¿Es que puede ser un sacrificio amar a alguien? Ya sé que hay que cargar la cruz. Pero si no nos resulta fuente de felicidad, ¿cómo podemos decir que la creemos redentora? Imagínate que un joven hiciera esta declaración de amor a  su novia: “Yo sé que para vivir a tu lado tendré que sacrificar muchas cosas, renunciar a muchos de mis gustos. Estaré contigo, pero quiero que aprecies el esfuerzo que eso me cuesta y lo bueno que soy haciendo tantos sacrificios por quererte”. Supongo que la chica no tardaría medio minuto en mandarle al cuerno. Y esas suelen ser las declaraciones de amor que los creyentes le hacemos a Cristo. Le amamos como haciéndole un favor. Y, ¿sabes?, la fe no admite descuentos.
Un Dios que aburriese, que fuera una carga, que no saciase, ¿qué Dios sería? La fe tiene que ser una fuente de gozo, que nos haga sonreír de felicidad. La sonrisa gozosa es el único virus que no hace daño al alma. ¡Ah! y dile con frecuencia  a  Jesús como los
Apóstoles: Señor, aumenta nuestra fe. Un abrazo.    

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