AMAR ES
PERDONAR Y LLEVAR EN EL ALMA
Querido/a
Amigo/a: Junio, 2012
Desde España importante mensaje del P. César Maside Novoa
Una vez
una niña preguntó: Profe, ¿qué es el amor? La maestra sintió que merecía
la pena darle una respuesta. Como ya iba a comenzar el recreo, pidió a los
alumnos que dieran una vuelta por el patio y trajeran lo que más despertara en ellos el sentimiento del amor.
Buscaron… y cuando volvieron fueron
mostrando lo que habían traído. Se levantó un niño y dijo:
Yo traje esta flor. ¿No es hermosa? El
segundo dijo: Yo traje esta mariposa. ¡Vea qué linda! Otro dijo: Yo traigo un
pichoncito que se cayó del nido. Y así fueron presentando todos lo que habían
traído.
Pero una niña no había traído nada. Y la
maestra le preguntó: ¿Tú no has traído nada, verdad? La niña tímidamente le respondió:
Disculpe. Yo ví la flor y sentí su perfume. Pensé cortarla, pero preferí
dejarla para que siguiera perfumando el ambiente. Ví la mariposa, suave, llena
de colores. Pero parecía feliz y no tuve el coraje de cogerla. Ví también el
pichoncito caído entre la hierba. Pero al ver el nido noté la mirada
triste de su madre y preferí devolverlo al nido. Por lo tanto, señorita, sólo
traigo conmigo el perfume de la flor, la sensación de libertad de la mariposa y
la gratitud que observé en los ojos de la mamá
del pichoncito. Por eso no puedo
mostrar lo que traje. La maestra le agradeció a la alumna su enseñanza y le dio
la máxima nota, porque había sido la única que logró percibir que sólo podemos
traer el amor en el corazón. Y es que el amor no es tomar, poseer, arrancar, forzar…Amar es llevar en el alma.
Algunos sienten la tentación de borrar del
evangelio todo lo que nos habla del perdón a los enemigos. Les parece antihumano.
¿Perdonar yo a mis enemigos? ¿Rezar por los que me calumnian? No me rebajo yo
tanto. A todos estos había que preguntarles: ¡Oye!, y ¿cuándo Dios un día y
otro día te está perdonando las mil trapisondas que le haces, ¿también se
rebaja? Cuando alguien te perdona de corazón una mala contestación, una conducta
incorrecta con él, ¿crees sinceramente que al perdonarte, se está rebajando? ¡Cuántas razones encontramos todos para no
hacer lo que nos cuesta! Perdonar al enemigo, hacer el bien a quien nos hace el
mal, bendecir a quien nos maldice… todo esto se nos hace tan raro que si no
fuera por la seriedad con que lo dijo Jesús, estaríamos tentados a creer que
era una broma. Y, ¿sabes por qué no acabamos de entender estas cosas? Porque
somos lo que nos dice San Pablo: “hombres terrenos, que vivimos a ras de tierra”.
¡Es que si cumplo esas palabras me tendrán
por tonto! ¿Quiénes? Los que padecen una verdadera miopía cristiana. Pero Dios
no, Dios te tendrá por héroe. Y eso es lo que importa. No es fácil amar a los
enemigos. Pero no es imposible. Si lo fuera
no nos lo mandaría Cristo. No podemos llamar a Dios Padre si no llamamos
hermanos a todos los hombres. A través de la cruz entró en el mundo la
capacidad infinita de la reconciliación. No sabemos qué cimas alcanzaríamos si
nos fiáramos ciegamente del poder de Dios. La fuerza del odio es terrible, pero
la fuerza del amor es todavía más poderosa. El que peca y ama, empata. Si el
mandamiento del amor tuviera vigencia de hecho real entre los cristianos, no
señalaríamos sólo a unos cuantos iconos de “bandera” que sobresalen por su santidad y entrega.
Sería algo cotidiano. Pero luego todo queda ahí, sin estimularnos, sin hacer
nada por superarnos, sin imitarlos, de brazos cruzados.
El creyente de a pie conoce y padece esas
pequeñas zancadillas de cada día: personas antipáticas, chismosas, con sus picotazos
e ironías. Las hay quisquillosas, cuadriculadas, que siempre contradicen. Otras
calculadoras, desleales, pelmazas, ingratas… Pero tenemos la obligación, hasta
la exigencia evangélica de saber perdonar.
Esa es la palabra. A nosotros que nos gustan tanto los premios, hasta ganar
al “parchís”, nos dice Cristo que nuestra recompensa será grande en el cielo
si sabemos amar. Si quien da un vaso de
agua, recibirá premio, ¿qué regalo dará el Señor a quienes hayan hecho algo tan
difícil como amar a los que nos aborrecen? No te lamentes, actúa.
Amando a todos, seremos en verdad hijos de
Dios, que hace salir el sol cada mañana sobre los que le alaban y sobre los que
le ofenden. Si perdonamos y amamos nos parecemos a Dios. Cristo es nuestro
modelo. Rogó por los que le estaban crucificando: “Padre, perdónales”… Estas
palabras salidas del corazón de Cristo moribundo, ¿van a ser estériles en
nosotros? Respondamos cada uno en el silencio de nuestro corazón. Pero, eso sí,
con la medida con que midiéremos, seremos medidos. ¿Por qué tenemos que amar a los enemigos?
Porque Dios nos lo manda:”Amarás a tu prójimo como a ti mismo”. Y los enemigos
son también nuestro prójimo. No están excluidos del mandamiento del amor. Cristo
nos lo advierte diciendo: “Si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito
tenéis?” Porque Cristo nos promete mirar como hecho a él mismo todo lo que
hagamos con el prójimo. Un médico católico fue agredido por un nativo en
Rodesia. La patrulla que lo acompañaba
hirió al atacante. El doctor operó allí mismo al que quiso asesinarlo y llegó a darle su propia
sangre para salvar su vida.
El amor a Dios y al prójimo no son dos
amores. Son como dos ramas que brotan del mismo amor. Se habla hoy de un cristianismo
vertical y otro horizontal. El vertical es el que pone sus ojos en Dios
solamente. El horizontal es el que ve a Dios en los hombres. ¿Cuál de los dos
es el mejor? Es como preguntar a un agricultor, ¿qué es lo mejor para la agricultura, el sol o el
agua? Se necesitan los dos. Las personas nos buscamos complicaciones por no
atenernos al evangelio. Dios y el prójimo merecen mi amor, los dos. El día que
se sacrifique a uno se condena a muerte al otro. Una vez le preguntaron a Jesús cual de los
613 mandamientos de los fariseos era el más importante. Y Jesús afirmó que el
amor a Dios y que debe ser total: con alma, vida y corazón. Y a continuación revalúa el amor al prójimo y
lo sitúa a la altura del amor a nosotros
mismos. Los hombres somos hermanos, en todas las lenguas, tonos y latitudes.
Y no podemos paralizar la mitad del corazón cerrándolo a Dios o a los hermanos.
Somos un cuerpo, nos dice san Pablo. Y los
miembros de un mismo cuerpo se aman y se ayudan. Somos una fotografía viva de
Dios. Y vive oculto, multicopiado, disfrazado en nuestro prójimo sea cual sea
su lengua, color o grado de cultura. Pero, ¡oye! fuera de los amores
familiares, ¿quién ama a los demás como se ama a sí mismo? Si el amor que cada
uno tiene a sí mismo lo tuviera a su prójimo, si lo defendiéramos como nos defendemos
a nosotros, si lucháramos por su vida como luchamos por la nuestra, si
sintiéramos los problemas ajenos con la misma vivencia que los propios, este
mundo, tambaleante y sin amor, sería un
paraíso, un hogar, feliz y fraterno. ¿Sabes?, ama a Dios y al prójimo. Este es
el resumen del evangelio. Este es el cristianismo concentrado. Echemos a andar
el amor y así aún será posible la alegría. Ama y sirve. Porque quien “no vive
para servir, no sirve para vivir”. Si amas, has de encontrar tiempo para amar y
demostrarlo con obras. No desprecies nunca ni a un solo corazón, porque ese es
el de Dios. Tengamos más bien un corazón compasivo, leal y generoso, y habremos
comenzado a ser cristianos de verdad. Un abrazo cordial y nuestra oración
mutua.
César Maside Nóvoa, C.M.
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