Por: Ed. Dr. Claudia Viveros Lorenzo
El odio en redes sociales es selectivo. Tiene género,
tiene blanco, y muchas veces tiene nombre de mujer. Esta semana, el rostro de
esa diana digital ha sido Florinda Meza, actriz, escritora, productora y viuda
de Roberto Gómez Bolaños, mejor conocido como “Chespirito”. En un nuevo
estallido de linchamiento virtual, Meza ha sido culpada, juzgada y hasta
ridiculizada por la misma historia de siempre: haber sido “la otra”, haber
“separado un matrimonio”, haber “destrozado una familia”. Como si una relación
extramarital fuese un acto unilateral.
Las redes sociales repiten un viejo patrón: ante un
conflicto sentimental, se ataca a la mujer. Al parecer se ha dejado en pausa a
Àngela Aguilar, para convertir en la nueva piñata del pueblo a Florinda. Al
hombre, se le exime, se le comprende, se le canoniza. Gómez Bolaños, figura
adorada de la televisión mexicana, fue un hombre que abandonó a su esposa y
seis hijos para comenzar una nueva vida con Meza. Esa parte de la historia
suele narrarse en susurros, si es que se menciona. La responsabilidad masculina
queda diluida entre la genialidad del ídolo, los personajes entrañables y el
amor romántico que justifica todas las decisiones.
Pero ¿por qué se le exige a Florinda Meza una
conducta moral intachable, mientras que a Gómez Bolaños se le permite el olvido
de sus compromisos familiares? Porque el juicio social sigue atado al discurso
heteropatriarcal que dicta que las mujeres deben ser las guardianas de la
moral, las que dicen “no”, las que preservan el hogar… incluso cuando el hogar
no es suyo. En ese mismo marco mental, la mujer que ejerce su deseo, que toma
decisiones, que no se arrepiente, merece ser castigada.
Florinda Meza ha sido señalada por “ambiciosa”,
“manipuladora” y “calculadora”. No importa que haya sido actriz con carrera
propia, ni que haya contribuido al universo de Chespirito desde la escritura,
la dirección y la producción. Su identidad, para el juicio popular, se reduce
al rol de amante y viuda. Como si su única narrativa fuese la del escándalo y
no la del trabajo, la persistencia y el amor también, porque, sí, en esa
relación hubo amor y, a juzgar por sus entrevistas y declaraciones, lo hubo
hasta el final.
El odio digital, disfrazado de “opinión”, “crítica” o
“memes”, no es inocente. Refleja los valores que seguimos reproduciendo como
sociedad. En lugar de cuestionar por qué seguimos protegiendo al hombre
poderoso que incumple responsabilidades, volcamos la furia sobre la mujer
visible, la que no se esconde, la que no se disculpa por vivir.
Florinda Meza no es una santa, pero tampoco es la
villana de este cuento. Florinda ha dicho cosas horribles, como aquello de los
“6 defectos (los hijos de Roberto)”. Que
es una frase escalofriante pero de lo más recurrente, lo que que pasa es que
ella es figura pública y está expuesta, pero sobran las mujeres que siguen
dentro de la caja y que creen que la peor enemiga de una mujer es otra mujer, y
reproducen el discurso patriarcal el cual tienen programado y que las coloca en
el papel de “contrincante”. El problema es que, para las redes sociales, las
mujeres no tienen permitido ocupar el centro de la historia sin pagar un
precio.
Porque en la narrativa machista, la mujer siempre será
culpable, y el hombre... un genio incomprendido.
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